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Teniendo en cuenta que el radio de la Tierra es 6.300 kilómetros y que el radio de una bola del mundo de juguetería 0,001 kilómetros, teniendo en cuenta además los complejos movimientos de las mareas y los obstáculos continentales, podemos afirmar que esa bola del mundo, aunque ya nunca va a dejar de moverse, jamás conseguirá dar la vuelta a la Tierra, como tampoco lo consiguió aquel iluso que en East Bay la tiró al mar. Por lo que para esa bola la Tierra será ya siempre un objeto plano e infinito, carente de dimensiones y situado en una esfera metafísica. Lo que indica que cualquier acción del ser humano es reflejo de sus propias limitaciones y, por añadidura, que construimos un mundo a nuestra imagen y semejanza. Así que ese error en cierta manera nos convierte en dioses por reducción al absurdo.