Al día siguiente de entrar a trabajar en el almacén, Humberto ya se enteró de qué iba la cosa. Según le explicó Ron, en líneas generales, el suyo era uno de los centros que envían ropa usada a Mozambique para que allí, en uno de esos tan en auge intercambios solidarios, se reparta por diversas tiendas, que la venderán a muy bajo precio, y de esta manera los niños de Mozambique podrán tener su camiseta Lacoste seminueva, sus tenis Converse, y así. Cada día llega un camión al almacén y Humberto trabaja con las ganas de quien sabe que está haciendo un bien y que además cobra por ello. Como el pueblo cae un poco lejos, apenas sale del recinto; aun así, con el tiempo ha ido decorando su trastienda y adquiriendo útiles diversos, pero lo que aún no ha hecho es comprar un reproductor para sus cintas de casete. Las tiene allí, perfectamente apiladas en columnas de a 7, un total de 4 columnas. Mira las 28 cajitas, las limpia, las reordena incluso, pero la firme intención de desconectar con todo lo que suponga recordar su patria le impide poner en marcha los mecanismos necesarios para materializar el campo magnético sonoro que, paralizado, permanece en ellas. Un mediodía, mientras hacía limpieza en el despacho de Ron, encontró un recorte de periódico del News Today en el que se venía a decir que el envío de ropa usada a países como Mozambique está llevando a la ruina a la práctica totalidad de tiendas oriundas de ropa y calzado mozambiqueñas, que no pueden competir con los precios de las tiendas solidarias. Los comerciantes decían mostrarse indefensos ante esta situación y denunciaban, aportando una buena suma de pruebas, que el Gobierno Mozambiqueño no toma cartas en el asunto debido a ciertas cantidades de dinero que interesadamente recibe de ciertas ONGs. Humberto guardó el recorte. Hoy ha reunido fuerzas para pedirle a Ron una explicación de todo eso. Este le ha dicho que eso no es cosa suya, que le sobrepasa, que él hace lo que buenamente puede, que es una persona, no un superhéroe, y que a trabajar. Después de cerrar la tienda, ya a solas, Humberto ha desmontado cada una de sus cintas de casete, ha salido afuera, y comenzando por la base para terminar por el tejado, ha ido encintando por completo el exterior del almacén, una vuelta al perímetro y otra vuelta y otra vuelta, desenroscando las cintas de sus ruedecitas, subiendo y subiendo ayudado por una escalera sin dejar al fin a la vista ni la más mínima superficie de las 4 fachadas. Después se ha sentado a observar toda la noche esa gigantesca caja de voces mudas recortada contra la oscuridad del cielo, su leve aleteo al paso del viento, la otra música emitida por ese envoltorio magnético-sonoro. Cuando se canse, lo más probable es que le prenda fuego.