Jorge Rodolfo Fernández pasea sin descanso por el interior de su apartamento de Budget Suites of America. Hace días que no se presenta al trabajo en Las Vegas Boulevard. Recorre los 5 metros que hay de pared a pared, donde gira para ir hacia la otra, y vuelta a empezar, día y noche, hasta que cae rendido en el colchón un mínimo de horas para levantarse y continuar esa trayectoria. No es que tenga una enfermedad importante, como aquel perro del vecino que enloqueció y comenzó a correr en círculo varios días hasta que labró un surco circular en la tierra de medio metro y cayó muerto [resultó ser un coyote], tampoco es que lo hayan echado del trabajo por excederse en sus funciones de recoge-vasos, ni que le haya llegado una carta desde Buenos Aires anunciando la inminente muerte de su madre, no, es algo mucho más grave, ha perdido su fe en Jorge Luis Borges. No sabe cómo ocurrió, pero un día se levantó, miró el retrato del maestro, y lo supo por la presión negativa que dentro de su cuerpo se ejercía fruto de un nuevo y extraño vacío. Sintió entonces que la foto ya no le miraba, que era un rostro que parecía haber sido retratado sin vocación de mirar al futuro: el retrato sólo eran 2 ojos enraizados en el áspero metal y la plata de su estricto presente, hacía ahora 68 años. Después intentó leer textos del autor y a las 2 primeras líneas ya le aburrían. Llegó a pensar que esa sensación de pura intransitividad cuando cogía la foto y le miraba a los ojos era debido a que Borges era ciego, pero desechó este argumento por fantástico o porque, en cualquier caso, le pareció que no venía a cuento. Desde entonces, no sabe de qué manera recuperar la fe perdida y rebota con la vista fija en el suelo de una pared a otra. Cuando llega a una pared piensa que ahí se desdobla en 2 Jorge Rodolfos: el uno gira sobre sus pies para iniciar de nuevo el movimiento cíclico y continuar siendo el mismo, y el otro no gira y sigue recto para siempre perdiéndose en la nebulosa trayectoria de aquello que no conoce ni pasado ni futuro y que es propio de los insectos blandos y las partículas de luz; y que este que continúa se desdoblará a su vez de nuevo en 2, un desgraciado que gira y regresa, y un iluso que continúa, que a su vez volverá a separarse en dos y así hasta formar esa estructura arracimada en bucles que constituye la conciencia. Afuera, delante de su apartamento, sentados en una acera improvisada hay una pareja de jóvenes. Hablan de viajar, barajan Denver, Los Ángeles, o por qué no, París, se emocionan y fuman, pero da igual porque no tienen dinero y hace tiempo que saben que el viaje es una actividad anticuada y absurda, ocio para horteras de un siglo ya pasado.