El polvo que levantan las miles de construcciones que se están llevando a cabo en Pekín, obliga a sus autoridades a replantearse por primera vez la velocidad de su occidentalizado crecimiento. Hasta la cercana ciudad de Dalian, que tiene puerto en Yellow Sea, el viento arrastra grandes masas cuasi-sólidas [sólidos virtuales, podemos llamarles] de arena y cemento que se depositan sobre el mar, cada vez más sólido y amarillo también. Irán cubriendo Pekín diferentes capas hasta que sobresalgan únicamente las puntas de los más altos rascacielos para, finalmente, convertirse en un desierto. Y en ese momento en nada se diferenciará de un desierto de España, Marruecos, Mongolia o Norteamérica. Igual que toda el agua y todos los PCs de la Tierra está conectados de alguna u otra manera, también todos los desiertos son el mismo [y también por lo tanto las ciudades que sepultan, en las que habiendo desaparecido calles, plazas y autopistas ya sólo existe una dirección reconocible: la que define el vector de gravedad que apunta al centro de una Tierra cada vez más lejana].