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Detrás del acúmulo de casetas de obra, a unos 100 metros más o menos de la de Peter y 120 de la de Françoise, existen unos bloques de edificios de 4 o 5 plantas cuyas fachadas han sido tomadas por estudiantes de arquitectura de la Escuela de París 7. Peter observa cada día cómo estos estudiantes van conformando lo que constituye su proyecto fin de carrera. Se trata también de casetas de obra, como las de su campamento, pero nuevas, de chapa y colores vivos, que están siendo apoyadas sobre unas pequeñas plataformas puestas a tal efecto en las fachadas de los edificios. Parecen incrustadas, comenta Louise, una ex alcohólica de las casetas de la zona sur. O como si flotaran, dice Françoise, mientras se mira las imperfecciones de sus pies. Peter está fascinado ante una hibridación de tal magnitud y osadía; permanece en silencio mientras mira ese enjambre de cubos sobresalientes que le da a aquellos bloques de pisos una nueva configuración como de videojuego Tetris. Ante esto, no hay galería ni Louvre que valga, le comenta el director del proyecto a un vecino, Esto es puro urbanismo genéticamente modificado. Los estudiantes lo plantean como una acción que sintetiza el riesgo creativo que supone proponer nuevas formas de habitar la ciudad creando espacios tangenciales, que emergen como a otra dimensión agujerando el vertical mapa, y la denuncia por reducción al absurdo de la imposibilidad de adquirir una vivienda hoy por hoy en París. Excusándose en tal espectáculo, Louise ha vuelto a beber. Lo hizo la otra noche, ante la fogata que encienden en mitad del campamento, donde han improvisado un ágora en la que espontáneamente se reúnen desde hace años grupos de las ciento y pico casetas. Como los estudiantes están a pie de obra, a veces se les hace tarde y de vez en cuando son invitados a cenar y beber alrededor de la hoguera. Hablan mucho y desglosan el proyecto ante la mirada atenta e incrédula de los veteranos casetistas. Varios platos de sopa y vino de mesa van pasando hasta las tantas. Un hombre mayor llamado Tierry, dice, Qué bonito, ahora las casas, con esas cosas colgando, parecen cajas de regalos. Y otro dice otra cosa aún más atrevida, y así. Y tú qué dices, Peter, le pregunta Françoise. Nada, responde mirando la caduca verticalidad de las llamas. Pero lo que en realidad piensa es que hace 46 años las viviendas eran muy diferentes a como lo son hoy en día, y sin embargo su caseta, de una antigüedad de 46 años, y las que hoy están poniendo estos chicos apenas se diferencian en nada.