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Madrid. Un barrio céntrico. Es un cuarto piso de un edificio en algunas zonas apuntalado y en un claro estado de abandono. En su interior, desde hace 8 años, permanecen 120 cuadros de la pintora norteamericana surrealista Margaret Marley Modlin. Murió en 1998; su marido lo hizo 2 años después y el único hijo de ambos 2 años más tarde que el padre. El último trabajo de Margaret está en el mismo lugar y punto inacabado en el cual lo dejó. Cuando ella murió, su marido, Elmer, entró en un bucle de melancólica descomposición y quiso dejarlo todo tal como estaba cuando ella vivía. Él había sido actor en Hollywood, y ella profesora de Bellas Artes en la Universidad de Santa Bárbara, California. Él, tras haber participado activamente en la culminación de la bomba de Nagasaki, renegó de su pasado encabezando actos de protesta contra la política militar norteamericana por todo el país; ya no obtuvo ni un solo papel más en Hollywood. Aconsejados por Henry Miller, íntimo de la familia, eligieron España para refugiarse. 1972. Ella se encierra en el piso de Madrid a pintar y sólo sale 3 veces hasta el momento de su muerte: cuando expuso, 2 veces, y en su propio entierro. El marido y el hijo hacen las tareas domésticas, las relaciones sociales y se ganan la vida como pueden a fin de que ella continúe pintando. Sus cuadros tienen una clara tendencia al surrealismo de Chirico, espacios amplios que no juegan con la escala sino con los puntos de fuga de lo inanimado, y ahí ella inserta, no a personas, sino arquetipos de personas, y eso, más que surreal, es pura mística: el ser humano y el punto en que desaparece. Como ella, que murió sin dejar rastro. Sólo en uno de sus cuadros hay un árbol.