Por la mañana, Ted y su mujer, Hannah, original de Utah, montaron a su hijo, Teddy, en el Pick Up, y se dirigieron a Carson City; de turismo, le llamaban ellos. Había fiesta. Peggy les alzó la barrera, que subió como una tijera sobre sus cabezas, y atravesaron esa frontera entre Isotope Micronation y los Estados Unidos de América. El camino hasta coger la US50, un laberinto de pistas pertenecientes al Estado de Nevada, arranca de un gran cruce de donde parten otras muchas pistas a lugares desconocidos para los habitantes de la micronación. Barreras de espinos, verjas y encrucijadas hasta llegar a la carretera principal, son una constante. Delgados y blancos como la leche, disfrutaron del día comiendo en el restaurante-asador y montando después en las atracciones que desde hacía una semana estaban instaladas en la plaza. La media melena del trío suscitaba comentarios; hacía años que ya no se veían por allí familias de tergal ancho, jersey de rombos, deportivas en los pies y camiseta sintética. Hasta que llegó la media tarde, y Hannah le recordó a Ted aquella época en que no tenían a Teddy. Si así fuera, le decía, ahora se hubieran quedado toda la noche, de bar en bar, bebiendo y bailando, jugando a las tragaperras, y ya muy tarde, camino de Isotope Micronation, habrían hecho el amor bajo el álamo de la US50, para amanecer donde cuadrara. Él la coge de la mano y le dice, Es tarde, vámonos a casa. Han llenado la furgoneta de globos y chucherías para los demás niños, y ruedan esquivando baches. Toman el arranque de la pista de tierra, que nunca está del todo claro, y a los pocos minutos, entre dos ramales, en una isleta un poco apartada, Teddy ve un bulto que al acercarse resulta ser una maleta de curtido marrón. Como cabeza de familia, es Ted quien la abre, y en su interior resulta haber toda una colección, centenares, de retratos en fotografía. Sólo retratos. No la cojáis, dice Hannah, trae mala suerte meter tantas caras bajo tierra. No os la llevéis a casa, dice Ted, es ilógico meter una micronación dentro de otra, la más grande dejaría de serlo. Dejémosla, dice Teddy, la gente que sale es vieja, parece muerta. Se alejaron. La maleta se quedó con la mandíbula abierta y boca abajo como con intención de morder la tierra. Es de suponer que las fotografías o ya son polvo de desierto, o volaron [o se las han comido los coyotes, a quienes les fascina la plata, por eso en las noches les brillan los ojos; eso está documentado por los antiguos vaqueros y pioneros. Incluso existe la certeza de que, inicialmente, todo el desierto de Nevada era una sola fotografía lisa y brillante, de colores refulgentes, la cual fue devorada por sus coyotes, que ganaron esa plata en los ojos pero fueron castigados a vagar solos y hambrientos por esta tierra sucia y polvorienta que es el acumulo de sus propios excrementos derivados de la digestión de aquella fotografía].