Leicester, Reino Unido, William llega a su casa después de una jornada de 14 horas en la fábrica de géneros de punto. Estar todo el día en contacto con telas en general, y con el punto en particular, tiende a domesticarte el alma, que emerge hasta la piel, y ahí se desborda en los poros para sentir las texturas y olores de los tejidos como si ésta fuera un sentido más. Pero eso William no lo sabe, así que odia su trabajo. Cierra la puerta de la calle, ve a lo lejos una montaña de ropa aún sin planchar sobre su cama, y se le ocurre que le gustaría planchar mientras practica la escalada en roca, su deporte favorito. El domingo siguiente, él y su amigo Phil, colgados de una cuerda horizontal que une dos picos, a 125 metros de altura, planchan sobre una tabla casera, y también asida a esa cuerda, el lote de ropa que aquel día esperaba sobre la cama. Así nace el Planchado Extremo. A partir de ahí el fenómeno corre por los 5 continentes, se crean federaciones y reglas, y tanto Phil como William dan la vuelta al mundo compitiendo con otras parejas. En los Alpes esquiando, en Londres colgados de un camión en movimiento, o en Los Ángeles haciendo windsurf, son sólo unos pocos ejemplos. Transportan cargadores que calientan las planchas, y algunas marcas como Rowenta o Tefal esponsorizan a los equipos y fabrican partidas especiales de diferentes tamaños y pesos, como ocurre con los palos de golf. Pero Phil y William ya no están muy en forma, hay equipos de jóvenes más fuertes y adiestrados, lo que les ha llevado a verse relegados a puestos cada vez más modestos en la clasificación mundial. El día en que William decidió que abandonaba para siempre estaban compitiendo en la Selva Negra; de esto hace ahora i año. La prueba consistía en planchar en el aire, colgados de un árbol con arneses. Todos al mismo tiempo y del mismo árbol. Rápidamente William vio que el equipo de Moulinex les sacaba una ventaja de tres camisas y un pañuelo por lo menos. Sabía que eso ya era insuperable. Fatigado, se relajó y ocurrió de repente: vio la escena desde el otro lado, como si flotara alejado varios metros del árbol, a la misma altura que los otros participantes. Las planchas de izqda a dcha, y en cada envite el inevitable chicleo de la rama del árbol, que le daba un tono cinético y esponjoso al conjunto, Puro complot de la naturaleza, pensó, y se abandonó a la visión de semejante organismo mutante y viviente. Por un momento le vino a la cabeza la idea de que esa escena ya la había visto antes, es más, la había estado viendo durante 10 años y 8 horas al día en el balanceo de los hilos que se van entrelazando en la tejedora mientras un gran número de ovillos de colores cuelgan.