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Lo cierto es que, a pesar de cruzar la frontera México-USA cada 37 días, hasta que descubrió sobre la carga de alubias a aquel mejicano muerto, Humberto jamás se había planteado hacerlo: intentar establecerse en Norteamérica. No resultó fácil tomar la decisión; el camión, propiedad de la empresa mejicana para la cual trabajaba, sería dado inicialmente por desaparecido, y después por robado, y a las ya de por sí dificultades que se le vienen encima a un sin papeles en USA habría que añadirle una orden de búsqueda y captura. Al contrario que sus compatriotas, que buscan ciudades bulliciosas con las que mimetizarse, Humberto razonó de manera exactamente opuesta: compraría una identidad en el mercado negro para ir después a la zona más inhóspita del Medio Oeste. La gente de los pueblos, aunque inicialmente es más dañina, una vez te coge confianza puedes estar seguro de su inquebrantable nobleza, le dijo a Bart, un compañero americano del almacén de verduras de Salt Lake City. Fue Bart el primero que le habló de una zona de Nevada casi deshabitada en la que él tenía un par de familiares que le podrían ayudar. Y de esta manera, una vez se hubo deshecho del camión en un compra-venta, y una vez obtenidos los papeles en las mafias mejicanas, a las que pagó con el dinero de esa venta, tomó el bus hacia Ely, adonde llegó ya entrada la noche. En el apeadero le estaba esperando Ron, el primo de Bart, quien le dijo nada más verlo, Tranquilo, ya Bart me lo contó todo; aquí tengo un trabajo que te viene a la medida, te instalarás en una dependencia situada en la parte posterior de un negocio de venta de ropa usada de mi propiedad. A través de carreteras y pistas, llegaron a un páramo de tierra y arbustos en el que se enclavaba lo que parecía ser una casa-almacén más horizontal que vertical. Subieron la persiana metálica, encendieron las luces, y se encontraron con una numerosa colección de cajas abiertas en el suelo, a rebosar de jerséis, camisetas, bragas y abrigos totalmente desordenados, y situadas ante un minúsculo mostrador como encajado allá en el fondo. Sin hacer ni un solo comentario, Humberto fue dirigido hacia una puerta lateral que daba directamente a su futura residencia. De sólida construcción, y dotada de baño, cocina-comedor, y habitación dormitorio, le pareció que sobrepasaba con mucho sus expectativas; además, podría usar la misma calefacción que daba servicio a la tienda. Antes de que Ron se fuera, Humberto le preguntó, Pero ¿en este lugar tan inhóspito tiene salida toda esta ropa usada? ¡Qué va, hombre, contestó como riendo, Todo esto va para Mozambique! Además, ¿cómo que inhóspito? Humberto no insistió, y Ron, una vez hubo bajado la verja metálica, se fue dando un par de bocinazos. Humberto se sentó en la cama a oír cómo la distancia [pensó en una esponja] iba absorbiendo el sonido del coche. Colocó en el armario las pocas cosas que había rescatado del camión; una muda de ropa, el neceser, un par de fotos, y unas cuantas cintas de casete de grupos de rock mejicanos con las que hizo una columna. Antes de tomar el sándwich que Ron le había llevado, se puso lo primero que encontró en el almacén, un abrigo de lana de señora con cuello de zorro falso, y después masticó la cena con lentitud sin apartar la vista de la columna de cintas de casete. Quiso oír al astro Dj.Camacho pero no tenía reproductor. Extrajo una alubia negra del bolsillo para introducirla en un frasco vacío, que colocó junto al reloj despertador.