Pero entre los estados de Albacete y Almería, España, conectando 2 desiertos de piedra beige, casi blanca, a los cuales separa un río caudaloso que viene del norte, hay una carretera muy poco transitada en la que sólo existe una gasolinera que permutó el letrero de Campsa por el de Cepsa aprovechando el cambio de ubicación, allá en el 85, de todo aquel pueblo que quedó cubierto por las aguas del pantano. Acaba de entrar una furgoneta; la tasa es de un vehículo por semana. Fernando, con el pelo a la taza, Adidas Saigon, y pantalón de tergal, se acerca, ¿Cuánto? Pero confunden dólares con euros y no contestan nada comprensible. Son 3 rubias norteamericanas, las tablas de surf van en el techo. Fernando les da conversación y ellas en un español-chicano le cuentan que van al Campeonato Internacional de Surf de Tapia, un pueblo que, señalado en el mapa por el dedo de Christina, está en el sur de la Península porque tiene el mapa al revés. ¡Ah, no, está en Asturias, pegado a Galicia!, les dice Fernando girándolo, y sonríe. Queremos cumplir el último sueño de nuestra amiga, Kelly, competir contra los Chinos. ¿Los chinos?, pregunta Fernando. Sí, vienen del sureste de China, son los mejores del mundo. Ah, bueno, contesta, y mete la manguera en el surtidor que a su vez le contesta, Buen viaje, gracias. Apoyado en el cartel de Wynn’s, con la mano izquierda de visera, las ve alejarse en una nube de polvo. De golpe frenan y dan marcha atrás, la nube ahora va en sentido contrario, y él piensa, ¡Kitt, te necesito! Acodada en la ventanilla, la copiloto señala con el índice de la otra mano el estampado de la camiseta de Fernando, SURFIN’ BICHOS. Ya a la venta su LP El Fotógrafo del Cielo, y dice, ¿Nos la vendes? Y él sin pensarlo: Os la doy, tengo más. Ahora sí que las ve alejarse. La misma nube de polvo alcanza su pecho desnudo y beige como el desierto. Se sienta en la cabina y coge de nuevo la guitarra, una Les Paul negra con raspador blanco. Juguetea con las cuerdas, piensa en que las surferas ahora estarán bordeando el pantano, donde en estas fechas de sequía siempre asoma la punta del campanario, donde en los árboles de la calle principal según dicen los buceadores cuelgan algas y anidan peces, donde los surtidores de la gasolinera contendrán aún el plomo de aquella Super tan espesa, el brillo en el ADN del chapapote que le fascina, la proteína del planeta. Salen unos cuantos acordes de la caseta que no encuentran en el llano obstáculo que los amortigüe. A esta canción la llamaré Los Diarios de Petróleo, piensa. Sonríe cuando ve rodar a lo lejos un grupo de bolas de papeles de periódico del tamaño de un balón de playa. Las sigue con la mirada.