En el cabo más al norte de Dinamarca hay una fábrica que cuartea, envasa y congela salmones llegados de todo el país. Viéndola desde la última colina que precede al mar, nunca se diría. No hay nada allí que recuerde a la higiene o la comida. Su aspecto es más bien el de una central nuclear en proceso de desmantelamiento. Oye, tienes que ser muy hábil para no cortarte con las sierras que van fileteando al animal helado, en ese momento es puro fósil de vidrio, es perfecto. No, no es vidrio, es cristal, que es más perfecto que el vidrio, ¿no?, dijo Adolf, como siempre, cuando le oyó a Hans ese comentario. Hans continuó sin responder, también como siempre, con la vista fija en el rodar de la sierra y en el serrín de carne helada que salía regando en todas direcciones. Acabó el turno a las 7 de la tarde. Ya era casi de noche. Una vez se hubo cambiado, cogió la escoba y comenzó a barrer todo el serrín de salmón helado que moteaba el suelo hasta que hizo un montón en el centro. Lo metió en una bolsa, y se fue camino arriba, al lado de Adolf, quien se quedó en un bar a tomar una cerveza. Hans, de costumbres fijas, continuó directo hacia su casa. Dejó la bolsa sobre la encimera de la cocina, al lado de una fila de cuchillos ordenados de menor a mayor que tenían inscrito en la empuñadura el equivalente en inglés a MEDLEY E HIJOS. Matadero, Nevada. Dentro de la bolsa, los cristales de hielo se habían ya deshecho para formar una papilla rosa de pescado y agua. Después de asearse, metió la mano en aquella pasta y con una cuchara redonda de heladero sacó una bola que tiró a una plancha muy caliente sobre el fuego. Vuelta y vuelta. Cuando la hamburguesa de salmón se hubo hecho la introdujo entre dos lonchas en un panecillo redondo con queso, cebolla y ketchup, y con el tercer cuchillo de la fila cortó el conjunto por el diámetro. Se sentó a cenar a la mesa de la cocina. Antes encendió la radio y abrió una botella de agua de 1,5 litros que bebió a morro. De costumbres fijas, Hans se acostó a las 9.00 A las 9.05 apagó la luz.