En la buhardilla de los Holler, en la que ahora yo me había instalado con los escritos de Roithamer, que en su mayor parte se ocupaban de la construcción del Cono, Roithamer tuvo la idea de construir el Cono, y los planos más importantes para la construcción del Cono fueron trazados por él en esta buhardilla y, apenas entré en la habitación de los Holler, descubrí que ahora, meses después de la muerte de Roithamer y medio año después de la muerte de su hermana, para la que había construido el Cono, ahora abandonado a su ruina, en la buhardilla de los Holler seguían estando todos los planos, en su mayor parte no utilizados, pero siempre relativos a la construcción del Cono, así como todos los libros y escritos en lo relativo a ella que Roithamer había utilizado, en su totalidad, para la construcción del Cono, libros y escritos en todos los idiomas imaginables, incluso en los que él no hablaba, pero que se había hecho traducir por su hermano Johann, que hablaba muchos idiomas y en general estaba dotado para los idiomas como ninguna otra persona que yo conociera, también esas traducciones estaban en la buhardilla de los Holler y, ya en la primera ojeada, vi que debía tratarse de centenares de esas traducciones, montones enteros de traducciones del español y el portugués había descubierto enseguida al entrar en la buhardilla de los Holler, esos centenares de millares de procesos mentales de penoso desciframiento pero, probablemente, importantes para su proyecto de construir y terminar el Cono, de hombres de ciencia desconocidos para mí pero probablemente muy familiares para él, que se ocupaban de el arte de la construcción, él odiaba las palabras arquitectura o arquitecto, jamás decía arquitecto o arquitectura y, si yo decía u otro decía arquitecto o arquitectura, replicaba enseguida que no podía oír las palabras arquitecto o arquitectura, esas dos palabras no eran más que deformidades, abortos verbales que un pensador no podía permitirse, yo tampoco utilizaba jamás en su presencia esas palabras, y también Holler se había acostumbrado a no utilizar las palabras arquitecto o arquitectura, decíamos siempre, como el propio Roithamer, sólo constructor o construcción o arte de la construcción, el que la palabra construir era una de las más hermosas lo sabíamos desde que Roithamer nos habló al respecto, precisamente en la buhardilla en la que me alojaba ahora, una tarde oscura y lluviosa en la que realmente habíamos temido una inundación.
THOMAS BERNHARD