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Al sureste de China, en la provincia de Tsau-Chee, poca gente sabe que hay una pequeña comunidad constituida por norteamericanos. Ésa es la gran ventaja de la globalización, que puedes tomar Tex-Mex en China y bambú hervido en un pueblo de Texas. En torno a dos docenas de familias se ha creado un lugar de ambiente sencillo, despreocupado, pero de mucha riqueza. Básicamente, son ejecutivos de empresas americanas que en su día fueron destinados a esa región, y que ahora que hay pujanza, por ese fascinante misterio que es la economía de libre mercado y sus relaciones contractuales, han sido prejubilados con sueldos del 100% del total. Liberados de la presión moral de la sociedad norteamericana, y por otra parte teniendo todo cuanto puede ofrecer una sociedad norteamericana postiza, son felices. Los ojos de la mitad sureste de China están puestos en esos pocos cientos de metros cuadrados. Es el tipo de vida que anhela todo buen chino en vías de modernización. Pero sobre todo, por lo que más es conocida la Little America es por haber conseguido formar un núcleo de surfistas en el Yellow Sea del más alto nivel. Este núcleo inicialmente estaba formado por los hijos de los norteamericanos, pero ahora está arrastrando a multitud de chinos con la peculiaridad de que entre éstos no son los jóvenes sino los ancianos de la comarca quienes destacan. A su lado, sus nietos no tienen nada que hacer. La explicación está en que en esa zona de China existe la peligrosa tradición, sólo reservada a los ancianos, de recoger el kwain, un fruto cítrico que crece en un árbol del mismo nombre, caminando en equilibrio de un árbol a otro sobre una cuerda que une todas la copas del bosque, y que puede llegar a ubicarse hasta a 25 metros de altura. El día que esos ancianos se pusieron el traje de neopreno y se montaron sobre la tabla, arrasaron.