Entonces quedamos en que Heine es un periodista austriaco, corresponsal del Kurier, Viena, que desde hace 6 años vive en Pekín casado con una china, Lee-Kung. El bloque de pisos en el que viven parece hecho con hormigón; pero no. Tan sólo es conglomerado de arena y limaduras de hierro extraídas de las minas de turquesas de mala calidad, y después prensadas y solidificadas con una cola llamada SO(3). Dentro de esa estructura, el matrimonio hace tiempo que se ha desmoronado. Él está fascinado con el auge económico que ha experimentado China bajo la introducción del libre mercado. Casi todas las crónicas que envía a Viena analizan el poder futuro de los mercados en este país. Por ejemplo, los chinos se han lanzado a comprar coches de tal manera que están extenuando la industria automovilística mundial, con el consiguiente riesgo para las reservas de petróleo. Lo mismo ocurre con las lavadoras, los videojuegos o los tampax. No se da abasto. Lee-Kung no trabaja y pasa mucho tiempo recortando fotografías de los ejemplares gratuitos de revistas norteamericanas que le llegan a Heine. Las escanea y las almacena en un Mac para después modificarlas introduciéndoles motivos chinos a base de un corta y pega digital. Hace un año que chatea con alguien llamado Billy, un norteamericano del Estado de Nevada que resultó ser un experto en escalada deportiva, deporte que ella desconocía por completo. Cuando se escriben siempre hablan de verse algún día. El mayor entretenimiento de Heine, después de la pedofilia y de las apuestas en las carreras de ratas, que clandestinamente se organizan en la parte de atrás de una franquicia de Versace que abrieron el año pasado a tres manzanas del edificio donde tiene el despacho, es salir a la calle a filmar con una pequeña videocámara lo que él llama un road movie pekinés que, como se sabe, nada tiene que ver con el norteamericano. En cualquier road movie lo más importante es el horizonte; tarde o temprano tiene que verse y significar algo por sí mismo, a fin de empaquetar en aquel punto lejano el espíritu de la película. Está bien estudiado que, en el cine europeo, el horizonte significa pérdida o melancolía; en el cine norteamericano, esperanza, imán de pioneros; y en el cine chino o japonés significa muerte.