Cuando los destinos de Niels y de Frank se juntaron en un laboratorio de la Universidad de Arizona, no podían suponer que su alianza les llevaría tan lejos como a Mozambique. Niels, zoólogo danés especializado en el comportamiento animal, estudiaba ayudado por un plan de cooperación entre universidades cómo amaestrar perros enanos con la suficiente habilidad como para olfatear minas antipersona. No progresaba. Según la simulación que hacía por computación del problema, los perros saltaban siempre por los aires. Demasiado peso. Frank, en aquel tiempo repartidor de HDL, era quien le llevaba diverso material de laboratorio. Su relación se limitaba a la firma que estampaba Niels una vez al mes en el papel autocalco de Frank. Un día Frank le dijo, Yo tengo la solución a su problema, no hay que usar perros sino ratas, venga a mi casa y se lo mostraré. Niels viajó casi 200 kilómetros hasta Nevada, donde vivía Frank con su mujer y tres hijos en una casa de madera, robusta y bien construida, rodeada de césped. Lo llevó al sótano y allí vio el espectáculo que con ratas había montado para diversión de la familia. Unidas por cuerdas suficientemente largas, las hacía pasar por todo tipo de pruebas de equilibrio, jamás presionaban más de la cuenta una tecla y olfateaban perfectamente el reclamo: pólvora de cartucho. Son ideales, le dijo, Baratas, hay montones, son absolutamente obstinadas cuando siguen el rastro, y pesan menos de 1,2 kilos que, si no me equivoco, he leído que es el peso mínimo para hacer estallar uno de esos artefactos. A partir de ahí la colaboración se hizo tan estrecha que Niels le gestionó un puesto en la Universidad como ayudante. Ahora están en Mozambique. Nada más salir el sol van de batida con sus 15 ratas de Gambia, que recorren frenéticamente la llanura atadas con arneses a cuerdas de 15 metros; cuando huelen algo comienzan a chillar y una vez lo localizan se sientan sobre el lugar donde supuestamente se esconde la mina y vuelven a la calma. Un día, Frank, a quien ni siquiera aún hoy se le ha pasado el tic de repartir cosas en cuanto puede, quiso llevar a su destino una carta que llegó por equivocación a la carpa en la que han improvisado el campamento. Como no estaba muy lejos decidió ir a pie, y Niels le recordó que debería llevar un par de ratas como sistema de seguridad. Al poco tiempo de caminar, los animales se pusieron muy nerviosos y comenzaron a lanzar el típico chillido de mina a la vista. Tiraron fuerte de las cuerdas y no pararon hasta que llegaron a la base de un árbol y allí, calmadas, se detuvieron y miraron hacia arriba. De las ramas colgaban, atados por una especie de lianas, multitud de huesos de algún animal que nunca identificó.