Falconetti llega a las 6 de la tarde al álamo que encontró agua, se detiene bajo su sombra, deja el macuto verde y se tumba apoyando la cabeza sobre él. Mira hacia arriba. El vaivén de tanto zapato lo hipnotiza y se adormila. Cuando se despierta es prácticamente de noche. Ni una luz en todo el radio del horizonte salvo la del infiernillo en el que calienta una sopa liofilizada de buey. Parece ser que el del supermercado se la vendió caducada. La tira. Metido en el saco, se queda dormido mientras mira los destellos titilantes de los ojales de tanto cordón sobre su cabeza. Lo despierta el sol. Extrae unas pequeñas Nike raídas del macuto, anuda la una a la otra y las lanza al árbol. Se quedan prendidas junto a unas botas azules y rojas de esquí. Mientras hace la gimnasia y los estiramientos de todas las mañanas en la parte del árbol donde a esa hora el tronco arroja su sombra, encuentra un preservativo usado.