Ahora acaba de terminar de hacer las camas, de recoger la mesa tras el desayuno, y mira insistentemente el reloj de la cocina. Se ha pintado los labios de rojo mate a juego con el estampado del vestido. Los zapatos de tacón, marrones y recién comprados, le aprietan. Espera sentada en el vestíbulo. Con media hora de retraso llega Paul en la GMC de la empresa. Pasa de largo y la espera al ralentí dos manzanas más adelante, donde están construyendo la tercera fase de la urbanización. Éste es el mejor sitio para esperarte, hoy los albañiles no trabajan, dice él mientras ya van rodando. Como cada domingo, se van a comer a North River, una ciudad que linda con Nevada, y que pasa por tener las mejores truchas del Oeste. Ante una montaña de peces fritos, que comen con los dedos, cuentan chistes, anécdotas de la semana, y no se lamentan por no poder vivir juntos. Después se besan y la grasa de los labios es un recuerdo que en ella perdurará toda la semana y en él hasta que use la servilleta. Hoy han modificado la ruta y en vez de ir después de comer al hotelito de la calle Washington, deciden hacer kilómetros hacia el sur para ver un espectacular cañón que hay en las cercanías de la ciudad de Ely, hasta que, ¡Mira!, dice Paul, ¡El álamo de los zapatos! Y se detienen. Intentan contarlos pero la cantidad y la maraña lo hace imposible. Bájame esos zapatos de estrella de cine, dice ella, O mejor esas botas de esquí para cuando vayamos a la nieve. Te bajo si quieres, dice Paul, Esas otras que están más cerca. No, contesta ella, Más botas de escalada no, gracias. Él la mira y pregunta, Qué tal está el pequeño Billy. Muy bien, responde, Cada día es un niño más encantador, ha ido con su padre a la competición de escalada, en Boulder City. Se hace un silencio conocido; le da una palmada en la espalda a la altura del broche del sujetador, y con un, ¡Vamos!, la conduce de la mano hasta el coche y continúan hacia el cañón. A que con las ventanas abiertas y la música de la radio, dice Paul mientras enciende un cigarrillo, La GMC parece la nave de Star Trek. Claro, responde ella con gesto malhumorado: los zapatos le han producido ampollas y los lleva desatados. Reclina el asiento y saca la pierna por fuera de la ventanilla. En un golpe de viento el zapato se desprende del pie. Se echan a reír. En mitad del asfalto, como un conejo sin camada, el zapato marrón queda confundido casi al instante con la polvareda del desierto; ni 2, ni 4, ni 6, sino 1, la cifra impar por antonomasia. Mira fijamente a Paul durante unos minutos mientras él tararea una versión de una versión de otra versión de una de Sinatra.