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¡A ver, Jota, di algo para acabar! Pues no se me ocurre nada… Di lo que tú quieras… ¡Ah sí!, parafraseando a Woody Allen en el final de Annie Hall: ya saben, en el arte siempre estamos procurando que las cosas salgan perfectas, porque en la vida real es muy difícil. Sin embargo, volví a ver a Sandra. Ocurrió en la parte alta de Londres, vivía con un tipo cerca de la Tate, y cuando me la encontré, para colmo, lo estaba arrastrando a ver Viaje a Italia, de Rossellini, así que lo consideré como un triunfo personal. Sandra y yo almorzamos juntos unos días más tarde, y recordamos los viejos tiempos, cuando le compré la corbata de Colgate, y lo baja que me había parecido el día que me habló por primera vez mientras yo pintaba chicles, o el día en que nos liamos bajo la panza de T-Rex, y cuando le contaba mis triunfos soviéticos al parchís y ella me miraba con ojos crédulos, y aquella vez que yo dibujé un cuadro sobre el empapelado de la pared de su habitación, y a ella le gustó tanto que cuando se fue lo arrancó entero y se lo llevó, y la cogorza que nos cogimos con aquel viejo gaucho loco que vivía en aquella azotea y nos hablaba de las Bolas Abiertas, o cuando veíamos la lucha libre americana entre las sábanas, en su tele portátil, y yo me vestía de superhéroe y me tiraba sobre ella. En fin, después se nos hizo tarde. Los 2 teníamos que irnos, pero fue magnífico ver de nuevo a Sandra. Comprendí que era una persona estupenda, y lo agradable que había sido conocerla. Y me acordé de aquel viejo chiste, ya saben, el del tipo que va al psiquiatra y le dice, «doctor, mi hermano se ha vuelto loco, se cree una gallina». Y el médico contesta, «bueno, ¿y por qué no hace que lo encierren?». Y el tipo le replica, «lo haría, pero es que necesito los huevos». Y, en fin, creo que eso expresa muy bien lo que pienso sobre las relaciones personales, ¿saben? Son completamente irracionales, disparatadas, absurdas, pero las seguimos manteniendo porque la mayoría de nosotros necesitamos los huevos.

¿Hemos terminado? ¿Puedo irme?