Pide un agua con gas. A los 10 minutos aparece Harper, que se decide por una cerveza.
—No, verás, Harper, ¿te acuerdas de mi hija?
—Sí, María, ¿no?
—Eso es. Pues poco antes de irnos mi mujer y yo a México, ella se fue de casa, tenía 18 recién cumplidos. No dio más señales de vida. Un día nos llegó una llamada desde aquí, Los Ángeles, era un hombre diciendo que María estaba bien, que no nos preocupáramos y que ella sólo quería que lo supiéramos. Pero Lucía, ya sabes, mi mujer —Harper le interrumpe,
—Pero ¿no se llamaba Shandy?
—No, ésa era mi primera mujer. Me divorcié.
—Ah, sí, cuando te dieron aquel permiso de un mes y te viniste. Ya me acuerdo.
—Eso es, eso es. A María, mi hija, la tuve con mi segunda mujer, Lucía.
—Ah. Vale. Hace tanto tiempo que me confundo.
—Bueno, pues como te decía, mi segunda mujer, Lucía, y yo estamos seguros de que pasa algo. Es imposible que María nos pueda hacer esto a nosotros, dejarnos así. Estamos seguros de que algún cabrón la tiene por ahí haciendo de puta, o medio raptada.
—O en alguna mafia, que ahora hay a montones, Chicho, y las chicas mexicanas están muy solicitadas.
—Pues eso. He venido a buscarla y a pegarle 2 tiros al cabrón que nos la tiene. Como lo oyes. Lo de los 2 tiros, claro está, no lo sabe Lucía.
—Joder, vas a necesitar suerte, ¿tienes dinero? Te puedo prestar.
—Qué va, gracias. He traído bastantes lombrices. Suficientes como para tirar 5 o 6 meses.
—Vale. Por cierto. Aquí tienes el revólver. Bonito, ¿eh?
—Una maravilla.