El sol acaba de ponerse en el Pacífico, Chicho sale a la terraza, se sirve un agua mineral con gas y se sienta en la tumbona a ver la gente que regresa de la playa y pita bajo el letrero Nike, Just Do It. Observa cómo las lombrices dentro del frasco de vidrio que tiene en el suelo comienzan a moverse con su típica lentitud de noche de verano. Se desabrocha la camisa y echa un trago; vibra el móvil en el bolsillo,
—Hola, cariño, ¿cómo estás?
—Muy bien, llegué bien, en la frontera ni se enteraron.
—Bueno, ya sabes, no te derrumbes.
—Sí, querida, no temas. ¿Sabes una cosa? Esto está casi igual que siempre. Hoy pasé por aquellos grandes almacenes a los que íbamos con María, ¿te acuerdas?
—Claro. Se volvía loca con tanto juguete. ¿Te acuerdas cuando le compraste aquellos prismáticos?
—Ah, sí, qué bueno, que enfocaba con ellos a la tele para, decía, descubrir más cosas en la pantalla.
—Sí, y si salía algún bosque te decía, Papá, ven, ven a la tele, a ver si con los prismáticos vemos algún oso entre la maleza.
—Pues ahí continúan esos almacenes.
—Bueno, venga, que la llamada a esta hora es muy cara. Ve con cuidado, ¿eh?
—Sí, descuida. Ya te llamaré para contarte cómo va todo. Un beso. Te quiero.
—Yo también.