2 meses más tarde de haber leído la reseña en The New York Times, una templada noche de abril, Polly ya estaba sentada por primera vez en una mesa de mantel a cuadros, vinagreras y lamparita. El local, abarrotado. Un ruidoso hilo musical sostenía los acordes de George Gershwin. Steve salió de la cocina dando aullidos a través de un megáfono, ¡Muñeco Spiderman hervido en caldo corto de zanahoria y puerro, con su traje decolorado y en pelotas para la rubia solitaria de la mesa 7! Polly se vio ruborizada y bajó la cabeza; no obstante, permaneció en el local, observando, hasta que se hubieron ido todos los clientes. A través del ojo de buey de la puerta veía cómo Steve terminaba de recoger la cocina; con aquel abrigo de astracán le pareció a Polly un perfecto animal para mandar de una patada al horno. Entonces él sale, se sienta en la mesa y le dice, Qué, qué tal. Muy bien, responde Polly, Guardaré muy bien este Spiderman derretido, nunca había visto al superhéroe en pelotas. Él apoya los codos en el mantel, mete un poco la cabeza entre ellos y dice, Chica, estoy rendido, pero qué, ¿cómo te llamas, tomas algo? Pues sí, ginebra con naranja; lo primero que se le ocurrió. Steve se acerca a la barra y regresa con 2 copas. No bebieron más pero hablaron hasta entrada la noche. Ella le contó que era representante de joyería para todo el estado de Nueva York de una importante firma, que estaba soltera y que vivía en la parte alta de Manhattan. A eso de las 4 Steve le dice, Vente, Polly, si me dejas, te cocinaré a ti esta noche. Un astracán gigante y una mujer menuda se fueron agarrados escaleras arriba. El neón de Steve’s Restaurant esa noche permaneció encendido.