102.

La videoconsola del ’79 conectada a la tele. La pantalla totalmente negra, un punto cuadrado blanco que hace de bola, 2 líneas blancas verticales que se mueven de arriba abajo y simulan a cada jugador. Silencio de mediodía, la gente duerme o se baña, las persianas bajadas, y tras cada golpe de raqueta se oye un esponjoso doing. Después de haber llegado al mar de Alaska y tener que dar la vuelta tras 5 años corriendo sin descanso, Harold descendió Canadá, entró en USA con su pantalón de pinzas chino, su polo rojo y su cazadora tipo aviador, y el estricto azar de su errática trayectoria aún tardó otros 3 años en llevarlo de nuevo hasta la puerta de su casa. Nadie había entrado. Ni el más mínimo saqueo. Ni una carta en el buzón. Todo intacto. El mar, al fondo, una piel de mercurio, la videoconsola conectada, en la pantalla miles de partidas perdidas. Encargó de nuevo todas las existencias de Corn Flakes con aquella fecha de caducidad porque entendió que ya no podía vivir sin aquel recuerdo, sin aquella huida, sin aquel recuerdo, sin aquella huida. Como quien escuchara el trueno al mismo tiempo que ve su correspondiente relámpago.