Hace ya un par de meses que Vartan Oskanyan, con las últimas luces del día, más o menos a la hora en que los cerdos están más alborotados y chillan con un sonido que sin vuelta de eco atraviesa la estepa armenia, ve la silueta de un hombre en las inmediaciones del edificio. Suele seguir la misma pauta: ni se acerca ni se aleja, da paseos como en círculos mal hechos, a veces se sienta entre los matorrales y sólo se le ve la cabeza y no hace otra cosa más que estar ahí, quieto, mirando en ocasiones el edificio y otras veces el horizonte. También a la misma hora, sentado, come lo que parece ser un bocadillo e ingiere algún tipo de líquido que Vartan es incapaz de identificar. Siempre lo suficientemente lejos como para no ser más que una mancha que se desplaza, un borrón, una cara de Bélmez sin pared. El viejo Arkadi le ha sugerido a Vartan que quizá sea por su culpa, por haber traído a la explotación ganadera la portada de ese disco con tanta gente medio viva y medio muerta. Charlan durante un buen rato sobre esa hipótesis.