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Cualquiera que esté al tanto del mercado de motocicletas sabe que la Vespa 75 cc Primavera constituye un prodigio en lo que se refiere a mecánica, precio y prestaciones. Casco con visera, gafas oscuras, el depósito lleno, en el iPod suena Astrud y Josecho pasa los últimos complejos urbanísticos de la zona sur de Madrid, los bloques de ladrillo de Usera, las manzanas de Orcasitas, y más allá de la M40, devora carreteras de poblados amontonados [de esos que si giras la foto y los ves boca abajo no te das cuenta de que están boca abajo], mientras graba el horizonte en una videocámara fijada al casco con cinta aislante. Acompañando al runrún del motor, van pasando niños que juegan al balón, tendales sin casi ropa, perros atados a una cuerda, pequeños campos de fútbol entre huertas, casetas culminadas con parabólicas, vertederos clandestinos, coches desmantelados con chicos dentro, y entonces para el motor y se baja cuando, ya muy lejos del núcleo urbano, inopinadamente llega a una valla en la que lee sobre la fotografía de su cara, AYUDANDO A LOS ENFERMOS. YA A LA VENTA. Sin quitarse el casco ni las gafas, salta unas estacas unidas con espinos y recorre a pie el escaso trecho que separa la cuneta de la valla publicitaria, sujeta a un armazón de hierro clavado en una tierra en la que crece una plantación de alcachofas, o de algo parecido que no reconoce. Mira alrededor, no detecta presencia animal ni humana, lleva la vista hacia arriba y desde esa perspectiva se ve bastante feo en la foto, pero por primera vez la valla publicitaria le hace sentirse indemne a la soledad. En ese momento en el iPod sonaba «Qué malos son nuestros poetas», canción que le estremeció ya que, estando a punto de irse, observó que a sus pies, oculta entre las plantas, sobresalía no más de un palmo sobre la tierra una placa de hierro oxidada fijada a un adoquín de cemento, en la que leyó la inscripción: Aquí cayó fusilado el falangista Miguel Redondo Villacastín (1902-1937), poeta e hijo ilustre del poblado de San Jerónimo. Tus amigos no te olvidan. Septiembre, 1976. Josecho comprueba que, en efecto, de las 6 vigas que sujetan la valla en la que se exhibe su foto, una no es metálica, sino un tronco de roble viejo muy tocado por muescas de bala. Atardecía. Antes de irse volvió a mirar alrededor. No había nadie. Cuando llegó a su azotea en el Windsor, con un bocadillo de Pavofrío entre las manos y una Mahou vio repetidamente el vídeo de lo grabado durante el día, especialmente el tramo de aquella última parada; seguía sin haber nadie. Después se durmió.