Un hombre mayor pero no anciano que vive en el 6.º piso, 4.ª escalera, bloque P, está sentado a una mesa camilla. Ciudad de Ulan Erge. Mira hacia la ventana. La caperuza de tela de algodón, producto de la unión de infinidad de sábanas, que cubre el edificio le impide ver a través de los cristales. Este invierno, este hombre mayor pero no anciano ha tenido suerte, han coincidido sobre sus cristales bastantes fragmentos de sábanas con manchas sugerentes, alguna que otra frase escrita a tinta, incluso alguna silueta de cabeza y tronco, así como vestigios de residuos orgánicos de aquellos soviéticos que en los campos de concentración con esas sábanas se resguardaron del frío. Como están por fuera del cristal, esa segunda piel ni huele ni incomoda, y resulta un paisaje entretenido para los 6 meses de invierno a falta de la visión a cielo abierto. Es práctica habitual entretenerse en esas composiciones intuidas en las telas y, como cuando se mira una nube, aplicarles formas de objetos comunes, o bien construir historias sobre los hombres y mujeres en función de las manchas y secreciones que en ellas vertieron sus cuerpos, de tal manera que algunos vecinos se van juntando por turnos en los pisos y el anfitrión cuenta la historia de su paisaje señalando sombras, signos, manchas, mientras el resto escucha el relato atentamente ante una taza de agua caliente con vodka y azúcar.