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En el Yam Festival de 1963, celebrado el 9 de mayo en New Brunswick [New Jersey], Wolf Vostell organizó un happening que mostraba la alegoría de un peculiar funeral donde el muerto era la televisión. Durante el sepelio, Vostell envolvió el aparato de televisión en un alambre de espino y lo enterró «vivo» mientras continuaba emitiendo su programación. «El televisor fue sepultado, mientras que los sonidos de la señal podían ser escuchados durante un buen rato […] Por un lado hubo visualización y entierro y, por el otro, el trabajo únicamente cerebral consistente en imaginar cómo ese objeto continuaba funcionando de una forma invisible».

Vídeo: Primera Etapa, Laura Baigorri,

editorial Brumaria, Madrid, 2005