El sonido de los pasos se amplifica en el interior del oleoducto vacío, de tal manera que su distancia de atenuación es de 3 kilómetros aproximadamente en ambas direcciones. La razón es que dentro del tubo circular el sonido rebota casi perfectamente como si fuera la luz en una fibra óptica, y su propagación resulta casi indefinida. Ayudados de linternas y un detallado croquis del itinerario, que a cada kilómetro se bifurca en 3 o 4 ramales distintos, 2 niños de 10 y 11 años caminan a 50 m bajo tierra atravesando el suroeste de Rusia en dirección a Kazajstán. Hace 3 días que partieron de Ucrania. Saben que no deben despistarse, que muchos niños antes que ellos aparecieron en el norte, en Volgogrado, y allí fueron apresados; otros, extenuados y sin alimentos, emergieron en alguna antigua central petrolífera de las montañas del Cáucaso, donde irremediablemente murieron entre altas chimeneas apagadas y el rebote de su voz en los silos de petróleo vacíos; incluso saben que en una ocasión unos se extraviaron de tal manera que, creyendo avanzar, regresaron a Ucrania. En uno de los cruces, donde la dirección correcta es señalada por un sistema tipo código binario con la inscripción «Sí» escrita a spray, se sientan a descansar y a echar un trago. Tengo hambre, dice el pequeño. Espera un poco, sabes que no podemos comer hasta llegar, aún quedan 4 o 5 días. Tras 15 minutos se ponen en marcha de nuevo. La multiplicación del sonido de sus pasos provoca que siempre les parezca ir acompañados por una turba de gente, por eso nunca se paran, porque entonces sienten miedo. Tras una jornada de 14 horas, a oscuras cenan un complejo vitamínico en estado líquido preparado a tal efecto, se dan las buenas noches y se tumban a dormir. Fingen la noche donde siempre todo es noche, una redundante iteración similar a cuando nosotros soñamos que soñamos; pero de signo justamente contrario.