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Josecho, ante un puñado de ejecutivos de la editorial New Directions y de la firma Chanel, reunidos en la caseta donde éste reside, sita en la azotea de la torre Windsor, Madrid, firma el contrato de edición y difusión que vincula a las 3 partes. Por algún motivo invisible a una coherente respuesta, Josecho, en el momento de la rúbrica, se acuerda de Marc, y de que hace casi un año que no le escribe. Josecho es de ese tipo de personas que se vitaminan tan sólo con mirar desde la azotea los tejados de Madrid, y con imaginar cambios en su geografía, topografía y, como en este caso, en sus vallas publicitarias. Una noche, hacía ahora 2 años, había visto claro lo que sería su próximo proyecto transpoético. Se trataba de concebir una novela, más bien un artefacto, hasta entonces nunca visto: tomando únicamente los inicios, los 3 o 4 primeros párrafos, de novelas ya publicadas, tendría que ir poniéndolos unos detrás de otros, haciéndolos encajar, de manera que el resultado final fuera una nueva novela perfectamente coherente y legible. Así, comenzar con las primeras líneas del Frankenstein de Shelley, y seguir con el arranque de Las partículas elementales de Houllebecq, y a éste, pegarle el primer fragmento de La ciénaga definitiva de Manganelli, y a éste, Atrevida apuesta de Corín Tellado, y a éste, Sobre los acantilados de mármol de Jünger, y a éste, Mi visión del mundo de Albert Einstein, y recorrer así más de 200 títulos de la literatura universal, La Divina Comedia incluida, para terminar con «en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme». Sabedor de la total falta de iniciativa de las editoriales hispanas, presentó el proyecto a varias norteamericanas, y los de New Directions, Philadelphia, se entusiasmaron nada más leerlo. El segundo paso en la estrategia de Josecho era hacer una campaña de marketing tampoco nunca vista hasta la fecha en la industria editorial. Sugirió a los ejecutivos de New Directions que inundaran el 50% de las vallas publicitarias de una capital occidental, sólo una, por ejemplo Madrid, con el anuncio del libro y una foto de él mismo posando con ropa y estilo típicos de modelo, todo ello esponsorizado por alguna importante marca de moda. La fusión entre narrativa y objeto de pasarela entusiasmó aún más a la editorial: la novedad del fenómeno tendría resonancias planetarias, y las ventas, por efectos puramente mediáticos, estarían más que aseguradas. Consideraron ese montaje como la perfecta obra de arte contemporáneo. Con atacar de forma espectacular en un solo punto de la red socio-informativa, en un solo nodo, en una sola ciudad, ya el resto lo harían las televisiones, las radios y el boca a boca. De manera que tras tantear varias firmas, Chanel fue la óptima, que ofertó, además de pagar los gastos de las vallas publicitarias, una colección de ropa troceada, inspirada en el libro, y sus consiguientes complementos: pendientes, broches, perfumes, etcétera. Tras muchas dudas y titubeos, Josecho dio por título al libro Ayudando a los enfermos.