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Cuenta Philippe D’Arnot, en su Historia secreta de la Segunda Guerra Mundial, que cuando una mañana de enero el ejército ruso entró en Auschwitz, lo primero que hizo fue abrirles las puertas a miles de hombres, mujeres y niños que los nazis, antes de salir huyendo, allí habían abandonado. También cuenta que una vez todo se hubo desalojado, un cabo y un soldado descendieron a un sótano del cual parecía venir un temblor de luz, y encontraron a 4 famélicos sentados en la tierra en la postura del buda. Ensimismados, lanzaban un dado de números semiborrados sobre un tablero de parchís dibujado en el suelo con la punta de sus chapas de identificación.