La casa de Maleva se ubica en el centro de la ciudad, tercer piso de un bloque indistinguible de sus adyacentes. Mihály contempla un instante la cortina de agua que cae por la fachada de ladrillo vivo antes de tocar el timbre. Se ajusta el grueso jersey de rombos rojos y verdes que conserva de las partidas que llegaban de la extinta URSS, siente los pies fríos dentro de las botas recién compradas; caucho por fuera, borreguillo por dentro. Pensó que para ser una primera cita, como prueba de fuego, había que ir vestido de manera normal. Desde aquel primer contacto, la anterior semana en el cuarto de Estudios de Medicina Dialéctica, no había vuelto a verla. Insiste en el timbre pero no hay respuesta. Permanece media hora parapetado en el portal del edificio de enfrente; piensa que quizá no lo hubiera oído, quizá estuviera en el váter, quizá arreglándose, quizá hubiera apuntado la dirección mal. Antes de irse timbra una vez más. Se aprieta el abrigo y regresa a pie al hospital. Mientras se aleja, cierta clase de intuición cirujana le dice que su primera oportunidad con Maleva ha sido la última.