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Jota y Sandra suelen quedar a las 7 de la tarde en el pub que él frecuenta desde que llegó a Londres. Toman un par de cervezas y charlan con los habituales. Sandra allí se ha enterado de que en los ambientes artísticos de la ciudad a Jota se le conoce por el Oncólogo. Una noche que bebieron de más, él se puso nostálgico y le contó que lo que más le gustaba era jugar al parchís, y que en su región natal había sido profesional. Le habló entonces de un gran palacio de cristal sólo dedicado a ese deporte, esa ciencia, decía él, construido años atrás en las cercanías de su ciudad. Cuando lo contaba hablaba de una cúpula inmensa indemne al frío y al calor, algo sublime que, como el vodka, sólo en la estepa rusa podía darse. Se extendía glosando tipologías de cubiletes, tableros, fichas, dados, tácticas y psicología aplicada, Un mundo complejo, Sandra, para la simplicidad de 4 colores, le decía, Por eso pinté los chicles de la acera de la entrada a tu museo de esos 4 colores, los del parchís, porque el parchís y la evolución de las especies que ahí estudiáis tienen mucho que ver: ambos están basados en 3 o 4 reglas muy simples, y sin embargo son complejos ejercicios de supervivencia, y es que ¿sabes una cosa?, el ajedrez, por ejemplo, es un deporte muy sencillo porque en algún sitio todas las partidas están ya escritas, sólo hay que analizarlas con una computadora, pero el parchís se fundamenta en la tirada de un dado y esa emersión del azar a lo real es lo más complejo que una persona pueda llegar a imaginar. Entonces ella alzó la jarra y brindó. Esa noche pusieron por primera vez el colchón bajo la panza de T-Rex, costumbre que fueron adquiriendo.