Sandra, original de Palma de Mallorca, España, vive en un piso de la calle Churchill, al lado del Museo de Historia Natural de Londres, en el cual trabaja. Se trasladó cuando le dijeron que para ampliar su estudio del dinosaurio T-Rex debía ir allí donde más saben de él. En el museo ayuda a Clark, director de proyectos, quien le ha tomado afecto por lo bajita que es. No es cierto, ha pensado Sandra, que en Londres siempre llueva, aunque sí hace una temperatura siempre baja que provoca la sensación de vivir en un lugar neutro, químicamente plano; quizá por eso los londinenses sean tan extravagantes e inquietos. Sandra sabe que todas las modas y artes interesantes se originan en Londres aunque luego sean Milán y Nueva York quienes las pulan y divulguen. Ha cambiado en el rastro de Camden Town una diadema de colores de chiringuito que se trajo de Mallorca por una corbata negra mod estampada con el logo de Colgate. ¿Te gusta? Bueno, no está mal, responde Jodorkovski tirando de su mano mientras ella se mira en un escaparate. Dentro del Museo de Historia Natural, al lado de las habitaciones donde Sandra lleva a cabo investigaciones, hay una tienda de souvenirs en la que venden un llavero con forma de dinosaurio cuyo cerebro es una pequeña brújula. Sandra nunca ha soportado perder el sentido de la orientación, así que cuando viaja en metro saca el llavero del bolso y observa la esfera magnética a fin de saber en qué dirección va el tren en ese momento. La gente al verla piensa que pertenece a una especie de equipo urbano dedicado a buscar objetos escondidos en diferentes puntos de la ciudad. Pero lo que ella busca es una piel perdida hace millones de años. Encontrar huesos, ordenarlos, estudiarlos, es fácil, piensa, no requiere más que un completo peinado de la superficie terrestre; cuestión de tiempo. Lo verdaderamente difícil es encontrar la piel, ahora reducida a partículas y polvo, de aquel dinosaurio, su disuelta frontera con el mundo, el espejo desplegado de todos sus sucesos, la pieza que, en definitiva, conecte las imágenes acumuladas en aquella bestia llamada T-Rex con su ordenador portátil, con el logo de Colgate de su nueva corbata, con las tarjetas de embarque de los vuelos Palma-Londres, con su piel de joven extranjera de 23 años.