John volvió a ver los ojos de la joven irakí en un mercado de Basora. Ella compraba comida, él vigilaba desde una tanqueta, y se bajó en marcha. Cuando ella lo reconoció, el medio kilo de pimientos rojos recién pagados rodó por el suelo; tras dar el último giro brilló bajo el sol y ella dijo, No me hables ahora, estaré esta noche en el Rachid. El Rachid era un restaurante de las afueras: comida de carretera para los camioneros que hacían la ruta del petróleo desde el Kurdistán, carreteros ambulantes que vendían sandías y melones, y gente así. John llegó tarde porque intuía que trabajaba de cocinera, pero llegó tan tarde que todo estaba a oscuras. Detectó luz bajo una puerta. Daba a una especie de trastienda con olor a especias donde, ante 3 hombres sentados en una mesa circular sobre la que había varios fajos esparcidos de papeles repletos de fórmulas incomprensibles para John, gesticulaba ella cuando él entró sin llamar. Unos cuantos PCs clónicos parpadeaban al fondo. Todos se sorprendieron. Él traía medio kilo de pimientos rojos en una bolsa transparente. Pensó de inmediato que se trataba de algo relacionado con la guerrilla o la industria militar, pero ella dijo de inmediato, No pienses lo que no es, somos arquitectos. Le explicaron que pertenecían a una red global denominada Arquitectura Portátil, cuyo objetivo consistía en diseñar y elaborar viviendas de bajo coste y gran movilidad, pensando sobre todo en los países en los que hay conflictos armados de larga duración, donde la población se ve obligada a un perpetuo nomadismo. Y ella concluyó, Por ejemplo, esta misma casa prefabricada en la que ahora estamos, viene un helicóptero, la engancha así, tal como está, y en 5 minutos la deja en donde quieras. 9 meses más tarde, en el hospital de campaña JFK, Basora, nacía Mohamed Smith. Hay personas que se pierden en lugares que a nadie importan.