Antón es un percebero que vive en el pueblo de Corcubión, La Coruña, España. Su casa no está directamente en el puerto, sino que, aislada, hay que alejarse un par de kilómetros monte arriba para encontrarla. No obstante, Antón ve el mar, e incluso lo escucha cuando de noche el viento aúlla en dirección favorable. Soltero, 37 años. El oficio de percebero es un oficio curioso. Se trata de, en lugares de antemano señalados, donde el mar pega más violentamente, descender por el acantilado sujeto a una cuerda para llegar hasta donde se supone que crían los percebes: el punto justo en el que rompen las olas y esas 2 fases de la materia que son lo sólido y lo líquido se confunden para perder entidad y definición precisas. Cuando menos te lo esperas, donde hace un segundo había roca y molusco ahora hay espuma y aguas vectoriales, pura fuerza. Cada año varios hombres pierden la vida. Pero hay un truco. El compañero que se queda arriba cuenta las olas, y sabe que cada 10 o 15 pequeñas siempre vienen 3 muy grandes y seguidas a las que apodan las 3 marías, y entonces da un grito, tira de la cuerda y Antón sube rápidamente a pulso gitano. En Corcubión, y en gran parte de la Costa de la Muerte, a Antón le llaman Profesor Bacterio debido a su alopecia craneal, su larga barba oscura y una rotura de hueso que tiene en mitad de la nariz; también porque ya de pequeño no paraba de hacer experimentos con los percebes, que son seres muy vivos. En efecto, como los nómadas, viven en esa frontera de lo líquido-sólido-gas, sólo que ellos, aferrados a la roca, no se mueven, y es entonces la auténtica frontera del mundo hecha agua la que se vuelve nómada y cada 3 segundos viene a ellos, como si no les afectara que en los límites de la materia no estén ni los bordes ni los vértices sino la antimateria, como si no les afectara que su vecino de enfrente más cercano sea un palo vertical de fresno que en la bahía de Nueva York numera la marea en decimales.