Voy mucho a la playa.

Hoy he recordado una película llamada The Warriors, en la que tras una noche de escaramuzas en una Nueva York industrial y vacía, todas las bandas llegan a la playa de Coney Island. Allí unas simples olas de no más de un palmo les indican a los guerreros que la muerte no tiene trascendencia alguna. Voy mucho a la playa. La arena tiene forma de granos de arroz. Enfrente veo una pequeña isla que tiene unas torretas. Por la noche se encienden. Por el día también. He pasado al lado del cadáver de Agustín. Se movía, pero no por sí mismo, sino por agentes motrices externos, quizá el viento.

La fascinación que las playas ejercen sobre los hombres atraviesa directamente un Tiempo que tiene forma de cubo de Rubik. Parece ser que todas las batallas trascendentes se libraron en una playa. No por la playa en sí, sino porque la costa es un límite, el último límite antes de emprender un naufragio.

La pequeña cocina de la casa de Agustín es muy acogedora. Caliento agua en un cazo que tiene flores dibujadas. En la ebullición, la piel del agua se convierte en otra geografía, un mapa que va mudando.

Hay que imaginar la sensación de viaje al centro de la Tierra que experimentó la primera persona que pagó con tarjeta de crédito.

Todo ese mar detrás de las neveras.

Lo que se nos aparece de repente, como por ejemplo una imagen, un recuerdo o una persona de carne y hueso, no es que antes no estuviera ahí, es que estaba apagado: en alguna parte del mundo un interruptor estaba en posición OFF. Ese interruptor es a veces un simple parpadeo; en otras ocasiones, un complejo proceso que mueve montañas de basura. He visto que las luces de las torretas de la isla que hay enfrente parpadean. Signo inequívoco de que los militares esperan un ataque de algo o de alguien.

Hoy he pensado que hay dos tipos de objetos. Aquellos que están condenados a perder su contenido, por ejemplo, una lata de Coca-Cola, y aquellos otros en los que una pérdida de esa clase supone un accidente, por ejemplo, el disco duro de un ordenador. En los primeros sus códigos de barras tienden a estar tristes. En los segundos, depende del temperamento intrínseco al sistema. Creo que todo este edificio ha perdido su contenido. El cadáver de Agustín, no sé. Miré bien su boca. Concluí que los dientes son su código de barras.

Hoy, mientras estaba en el estudio escuchando a todo volumen un CD de viejas canciones napolitanas, he decidido recordar qué tengo en los cajones inferiores de mi biblioteca. En uno hallé una colección escasa pero selecta de LP. No recordaba haberla reunido jamás. Muchos discos estaban perfectamente partidos por la mitad, y a cada uno le había pegado la mitad de otro. Es decir, que a cada giro de 180° esos discos se transformaban en otro totalmente distinto. Como si cambiaran de personalidad. Lo pude comprobar porque había allí mismo un tocadiscos, que tampoco recordaba haber comprado. El primer disco que tomé al azar, mitad Adriano Celentano, mitad el álbum blanco de los Beatles, me produjo una sensación muy discreta. El mitad Bony M y mitad Discursos Integrales del Duce me impactó.

Otros eran la unión de 4 discos, 4 partes perfectamente simétricas. El efecto final era mucho más interesante, a cada giro de 90° se inauguraba algo nuevo; y en las décimas de segundo transcurridas en las transiciones entre dos fragmentos cualesquiera se extendía un paisaje de microrruidos sin dejar totalmente de ser música. Otros discos eran la reunión de 8 trozos, tipo pizza. Y así hasta que en un LP no pude distinguir ya los cortes que tenía, podría ser la unión de más de 100 discos. Ése lo puse muchas veces, una y otra vez. Parecía un ruido pero no era ruidoso. Vagamente me recordó al sonido que emiten los casinos cuando están cerrados, detenidos, pero un casino jamás se detiene.

En esta costa, no muy lejos, hay un edificio supuestamente fascista, todos los isleños lo conocemos. Un fallido parque temático, el último que levantó Walt Disney antes de morir, diseñado personalmente en colaboración con Salvador Dalí. Fue quemado por las Brigadas Rojas al año siguiente de su inauguración. Espero que mi agroturismo no corra la misma suerte.

El cadáver de un tipo: lo que más extrañó a los investigadores

fue hallar una Barbie en miniatura en su estómago que llevaba un

vestido de Jackie Kennedy. Por lo demás, desvió la investigación el hecho de que los dientes del fallecido fueran rectangulares y de leche. Lo ha dicho un documental en la tele.

A veces, sentado en la playa de arroz, sopla el viento y unos folios se me van de las manos. De las manos al mar. Hablan de un tipo que viajó a Cerdeña con una mujer. Los veo volar, estamparse contra una pequeña ola y pienso: «Déjalos ir, sólo son la 1/10 parte de un árbol enano, escuálido y para colmo sin raza».

La Coca-Cola que abrí ayer tiene ya un dulzor adhesivo.

Hoy me asomé a la ventana que da al jardín; había luz artificial.

Constaté que un enchufe es más rápido que una palabra.

Hoy he notado algo extraño en el patio interior de la entrada. En la tierra hay un bulto. Quiero decir que la tierra estaba abultada. La protuberancia es bastante grande, de unos 2 metros de largo y 1 palmo de altura. Como la tierra es de plástico, no se abre, sólo se tensa. Le han aparecido unas minúsculas grietas, como cuando presionas hacia atrás el brazo de un muñeco de goma de Los 4 Fantásticos, que no se rompe, pero cambia en esa zona de color.

Hay cosas que no tienen piel, por ejemplo, la

pastilla de jabón:

se va gastando y

enseña siempre

su interior. Pero

no es lo normal.

En el lavabo he encontrado casi cien pastillas de jabón sin usar, apiladas con la forma de esta construcción que fue agroturismo, antes cárcel, antes monasterio, y antes quizá sólo una idea, un proyecto.

Encontré esto entre las notas de Agustín: “podemos suponer que el día en que las operaciones de cirugía estética superen en número a las de apendicitis, el planeta Tierra ascenderá a objeto fashion en sí mismo.

En Las Vegas hay techos que tienen miles de cámaras de videovigilancia, pero son falsas, no vigilan nada”.

(Los matorrales y el Tiempo están haciendo con su cadáver una cirugía muy curiosa).

El bulto que hay en el suelo del jardín interior de la entrada se ha estabilizado, pero han aparecido otros dos de características similares en más puntos del jardín. Esta noche salí a tomar el aire, me senté en la silla que hay junto a la antigua recepción. Superpuesto al sonido del mar oí una sucesión de crujidos que, al levantarme, me llevaron hasta esos bultos. Pero no vi nada inusual. Por otra parte, he visto un pequeño cuarto al lado del jardín, una puerta en la que no había reparado, allí encontré tijeras de podar, rastrillos, carretilla, abono, etc., muchos utensilios con los que mantener a raya un jardín, no lo entendí bien ya que éste es de plástico.

Hago páginas web a mano. Papel, tijeras y pegamento en barra. Después las trituro y con los restos vuelvo a empezar.

Ahora hago páginas web en tres dimensiones, también a mano. Cojo objetos que encuentro en la sala y los amontono de cualquier manera junto a la chimenea. Cuando la cantidad me convence, doy una patada al conjunto, que arde en la chimenea. Mientras contemplo las llamas no he visto ni una sola vez emerger a mis ojos una lágrima.

Los bultos del jardín de la entrada ya no son bultos, han roto el plástico que simula césped y el plástico que simula tierra. Ha aparecido una especie de raíces filamentosas, blancas como gelatina. Teniendo en cuenta que los árboles y arbustos del jardín son de plástico, no sé de qué árbol pueden ser esas raíces que han roto el suelo. El árbol biológico más cercano está a 1 km más o menos en dirección al interior.

Hay que hacer esto: subirse a las torres de vigilancia del muro principal. Desde allí, con cuidado de no resbalar llegar a horcajadas hasta el arco principal. Extraer alicates, destornillador y martillo del bolsillo trasero del pantalón. Desclavar el letrero que dice, Sing-Sing, Agroturismo. Darse cuenta de que se desprende con sólo darle un golpe. Lanzarlo con fuerza, aplicando un movimiento horizontal. Rebota en el suelo varias veces, como las piedras en los estanques, hasta que un mal movimiento lo eleva y, vertical, se clava en la tierra, blanda y seca. Cimbrea unos segundos antes de detenerse.

Vengo de hacerlo. Ocurrió así exactamente.

“Residuo”: del latín “re-sedeo”: lo que no deja avanzar, lo que detiene cierta maquinaria intrínseca a la vida. He pensado si Agustín es o no un residuo.

En el patio trasero el fuerte viento ha tirado las bombillas de feria que lo iluminaban.

En mi estudio hay una línea ancha en el suelo, de color rojo sangre, que se dibuja sobre la madera como una suerte de caligrafía china que no entiendo, como hecha con una fregona.

Hoy he pensado en mi cabeza como quien piensa en un cubo de fregar vacío.

Estoy en una celda, tiene signos de haber estado habitada hasta hace poco tiempo.

He encendido la tele, la cara de una mujer ocupa la pantalla, dice que si Manhattan tuviera la

misma densidad de población que Cerdeña, sólo

tendría 25 habitantes.

Veo que parpadean las luces de las torretas de la isla cercana.

Escribo “Delete”.

He hecho un descubrimiento: la tele de la sala de estar de Agustín funciona. He hecho un segundo descubrimiento: no capta ningún canal. He hecho un tercer descubrimiento: se apoya en un reproductor de vídeo VHS. He hecho un cuarto descubrimiento: en esta casa no hay vídeos que reproducir.

Mi cabeza: de nuevo un cubo de fregar vacío.

Hoy he tenido un pensamiento luminoso: si una máquina pariera, el bebé no

tendría cordón

umbilical. Pero

todo cordón

umbilical termina en una

lata de Coca-Cola vacía. Eso es.

Hoy he visto que el árbol más cercano no está a 1 km en dirección al interior, sino a 3 km en dirección a la costa.

Las raíces del jardín siguen creciendo, más en horizontal que en vertical, pero, lógicamente, en los dos sentidos. Nunca se me había ocurrido olerías. Hoy pegué la nariz, el olor era desagradable, mucho, pero no lo pude asociar a nada que conociera; quizá, lejanamente, a plástico quemado, pero también a zapato usado.

Experimento: alguien se sienta en una de las almenas del muro de la entrada, una especie de nido de ametralladoras. La franja horizontal practicada en la pared circular de la almena sólo deja ver sus ojos.

A él le permite ver el horizonte entero. Yo soy el que está en la almena. El cadáver de Agustín, el que está fuera.

La mayoría de las personas vivimos toda la vida basándonos en el esplendor de un solo día; los días que vienen después son los extrarradios fashion, la propagación edulcorada de aquella jornada. Ya sé cuál fue la jornada de esplendor de Agustín. Me da miedo escribirla, incluso pensarla.

El Resplandor: todo objeto, si te fijas bien, es un animal que en silencio se ríe de nosotros. La versión más ascética de ese silencio es su código de barras, que es el ingrediente que la alquimia buscaba en los objetos. Eso he pensado hoy cuando encontré una pequeña braga sucia de mujer metida entre dos páginas de un grueso libro de la biblioteca de Agustín.

Los días pasan como segundos. Pero cada segundo dura mucho tiempo.

Estoy solo en la celda que tiene tele. Llueve un poco. La tele chispea, en la pantalla un arquitecto que dice llamarse Rem Koolhaas afirma haber visto desde una avioneta un gigantesco y humeante vertedero en Nigeria, y dice: “El vertedero es la forma más baja de organización espacial. Pura acumulación, es informe, su localización y perímetros son inciertos, es fundamentalmente imprevisible”. Totalmente de acuerdo.

¿Qué ocurre cuando ese vertedero es un cuerpo? (pensar más tarde en esto)

Las raíces del jardín del patio principal ya alcanzan el medio metro. Me he preguntado si de verdad son raíces y no las estribaciones de una criatura que bajo tierra está mudando la piel. Cada vez que veo una piel, fruto de una muda, pienso en unas bragas sucias, también pienso en el cadáver de Agustín. Hace por lo menos una semana que no voy a verlo.

He pensado que la población mundial lee mucho más de lo que reflejan las estadísticas: los textos de los envases de los productos manufacturados.

Por eso he pensado en los contenedores de basura como en verdaderas bibliotecas. Hoy he pasado junto al cadáver de Agustín. Decididamente, el tiempo está haciendo en él una cirugía curiosa, el tiempo es un artista que experimenta siempre sin fracaso.

Se ha estropeado el aparato de TV de la celda. No es que no vea nada, sino que se mezclan en uno todos los programas, se superponen en la pantalla. De repente he imaginado la siguiente prueba como método de comprobación de la confianza que puedo tener en un televisor. Se trata de colocar varios televisores en posición horizontal, con la pantalla cara arriba, mirando hacia el cielo, y encendidos todos en el mismo canal para que emitan la misma cantidad de luz y calor. Cascar unos huevos y echar uno sobre cada una de las pantallas, como si fueran sartenes. Poner en marcha un cronómetro y medir el tiempo que tarda cada pantalla de televisor en freír su huevo.

El mar va ganándole terreno a la playa. Hoy he decidido recordar los libros que tengo en la biblioteca. Fui abriendo uno por uno. En seis horas sólo alcancé a revisar la décima parte.

No se duerme bien aquí. El mar, a lo lejos, ruge con especial intensidad. Me levanto. Vacío el culo de la botella de tinto que ha quedado de la cena, observo Los 4 Fantásticos de goma tóxica sobre la chimenea, estáticos, me pregunto cómo es posible que haya cosas en el mundo que nunca cambien de posición.

He hecho un quinto descubrimiento: en esta casa sí que hay cintas de vídeo. Las encontré escondidas tras un lote de bragas usadas que Agustín guardaba en su armario; no paro de encontrarme bragas usadas. Nada más meter la primera cinta en el reproductor he visto algo raro: son grabaciones en las que salimos una mujer y yo. Bueno, no soy exactamente yo, es un tipo que se parece mucho a mí. Parece que viven en una celda de este agroturismo. Lo extraño es que están grabadas desde el suelo, como si lo que separase esa celda de la del piso inmediatamente inferior fuera de un material transparente. No hay sonido. Grabaciones nocturnas y diurnas. Hablando, escribiendo, duchándose. Durmiendo no, porque la cama se interpone entre la cámara y los cuerpos, así que tampoco se sabe si en esa cama tuvieron relaciones sexuales. Algo igualmente extraño es que la cámara se mueve cuando ellos se mueven, como pegada a sus pies. No hay sonido.

Voy a la línea de costa. Miro un buen rato las torretas de la isla cercana, que siempre tiene unas luces encendidas. Me tumbo boca abajo con los bazos en cruz, como queriendo abrazar la totalidad de granos de cuarzo. En esa posición, escarbo con la cabeza el suelo de arroz, intento comprobar si también es transparente el suelo de ese trozo de tierra. Si también alguien me está grabando desde un lugar más abajo.

Las raíces del jardín me llegan a la altura del pecho. Desde aquellos 3 primeros bultos el número ha ido creciendo, ahora tengo incluso que esquivar lo que cada uno ha engendrado. Camino entre esa nueva naturaleza que ha reventado el suelo de plástico. Los bultos también han empezado a manifestarse fuera de la construcción, y las raíces suben por los muros. Creo que en ese ascenso han elevado también el cadáver de Agustín, que yacía entre unos matorrales. Lo vi el otro día de lejos, me acerqué, las raíces, en su ascenso, han terminado por destrozar la perfecta cirugía que el Tiempo estaba operando en su cuerpo. O la están perfeccionando. No sé.

Creo que esto es así: el motivo por el que a los humanos nos atrae sentarnos cada día en torno a una mesa y comer es porque la materia prima, cuando la compramos en el mercado, la recibimos muerta. Cocinarla, servirla y paladearla equivale a resucitarla en el plato. Hay ahí una conciencia de tiempo marcada por una muerte y una resurrección.

Yo como solo. Sé que estoy vivo porque me huelen las axilas. También sé que estoy vivo por comparación: veo cada día el cadáver de Agustín, que claramente es la muerte. Pero todo eso no impide que cuando me siento a la mesa el plato de comida me parezca una circunferencia más viva que yo.

Revisando los papeles que dejó escritos Agustín, papeles que hablan de un viaje a Cerdeña con una mujer y de un colosal Proyecto, he hecho un sexto hallazgo, más bien una deducción: Agustín Fernández Mallo nunca ha existido, sin embargo muchos le han rendido culto. Puede que incluso bajo el pseudónimo Agustín Fernández Mallo se esconda un colectivo de autores frustrados, o puede que grandes obras de la literatura sean confeccionadas para, sencillamente, homenajearlo. Pero ¿homenajear a quién? ¿A una persona en concreto? ¿A ese colectivo secreto? ¿0 ni a una cosa ni a otra sino a un arquetipo universal, del cual Agustín Fernández Mallo es un ficticio representante? He llegado a saber que muchos famosos libros son meras piezas confeccionadas “a la manera de” Agustín. En mi biblioteca hallé bastantes, pongo ejemplos:

Esto:

He contado mi historia en la televisión y a través de un programa de radio. Además, se la he contado a mis amigos. Se la conté a una anciana viuda que tiene un voluminoso álbum de fotografías y que me invitó a su casa. Algunas personas me dicen que ésta es una invención fantástica. Yo les pregunto: entonces, ¿qué hice durante mis diez días en el mar?

Es un Agustín Fernández Mallo visto por Gabriel García Márquez (Relato de un náufrago, 1970).

Esto:

15 de octubre de 1914.

Noche tranquila. Ahora me masturbo aproximadamente una vez cada semana y media. Trabajo poco con las manos, pero por eso tanto más con el espíritu; me acuesto a las 9 de la noche y me levanto a las 6 de la mañana. Con el actual comandante no hablo prácticamente nunca.

Es un Agustín Fernández Mallo visto por Ludwig Wittgenstein (Diarios secretos).

Esto:

La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros. Sucedió así. Estaba sola en casa. Me encerré en ella.

Es un Agustín Fernández Mallo visto por Marguerite Duras (Escribir, 1993).

Esto:

Estaba tendido en la arena con la oxidada rueda de bicicleta. De vez en cuando cubría algunos rayos con la arena para neutralizar la geometría radial. La llanta le llamaba la atención. La cabina, oculta detrás de la duna, ya no parecía parte de su mundo. El cielo permanecía inmutable, el aire tibio tocaba los jirones de hojas de test que afloraban en la arena. Continuó examinando la rueda. Nada ocurrió.

Es un Agustín Fernández Mallo visto por J. G. Ballard (La exhibición de atrocidades, 1969).

Esto:

Ahora, por tanto, estoy en la casa, la cual me plantea interrogantes que no oso esperar resolver. Ya he hablado de la singularidad del material con que está hecha, y que sin duda alguna no proviene de lo que veo en la ciénaga. Eso es lo que veo, pero nada sé de lo se halla bajo la superficie de la ciénaga; sin duda hay allí ríos subterráneos, lagos, acaso montañas, acaso minas, acaso bosques. Esta casa, creo yo, no ha sido construida; para construirla hubieran hecho falta hombres, tiempos no breves, depósitos de materiales: todo ello es incompatible con la ciénaga.

Es un Agustín Fernández Mallo visto por Giorgio Manganelli (La ciénaga definitiva, 1991).

La lista de textos filiables que he detectado es muy larga. Aquí me detengo.

Hoy, paseando por el bosque de raíces del jardín —que me llegan ya casi al rostro—, he entendido algo que considero importante: estas raíces son las de un árbol que sólo puede encontrarse en la otra parte del mundo, no sé si en las antípodas, pero sí en un lugar muy lejano. Sin duda sus raíces han atravesado la Tierra para emerger en este jardín.

El mar cada día ruge con más fuerza. No puedo pegar ojo.

Las raíces devoran lo que encuentran a su paso, han atravesado también el suelo de la casa, suben por las paredes, rompen los muebles, han llegado hasta las celdas de más arriba, se cuelan por los agujeros de las rejillas metálicas que conforman los pasillos, están creando una masa sólida, de momento el conjunto no tiene forma definida, no puedo utilizar lo que queda de cocina porque tengo miedo a que la llama del gas prenda en las raíces y provoque un incendio de grandes dimensiones, el otro día, ayudado de un machete que pillé en el cuarto de herramientas de jardín, practiqué un agujero esférico en las raíces que habían tomado la cocina, al menos puedo ya comer en una mesa y hacer fuego, ahora las paredes de esa cocina son redondas, como una burbuja de madera, he tenido tiempo para practicar otro espacio, también redondo, en la sala, no muy grande pero decente, he visto de nuevo los vídeos filmados desde abajo, salgo yo todo el rato en una de las celdas, bueno, alguien que se parece a mí pero que no soy yo, con la mujer joven, está bastante buena, pero no podría precisar cuán buena está ya que desde esa perspectiva no se la ve bien, lleva un bikini, lo sé porque cuando se agacha para coger algo del suelo se lo veo, tiene dos margaritas estampadas en cada pecho, a veces acerca tanto la cara al suelo que parece que las margaritas vayan a romper el objetivo de la cámara, las plantas de sus pies son curiosas, casi no tienen líneas, o puede que sea un efecto del aplastamiento al pisar, ahora estoy practicando otro agujero para poder salir de la casa, porque en estos últimos días, dedicado a hacer los otros agujeros, las raíces han comido el espacio de la entrada y no puedo salir, en los vídeos también salgo yo, solo, bueno, alguien que se parece a mí pero que no soy yo, pasea de un lado a otro mientras la mujer duerme sentada en un sillón, es de noche, las lámparas están encendidas, en otra de las cintas no hay nadie en la celda, así durante horas, una completa nada, hasta que entra Agustín, siempre maloliente, pareciera que puedo olerlo a través de la pantalla, con sus greñas de Kusturica devaluado, no sé bien qué hace, no hace nada, se sienta en una silla y mira a través de la ventana, un rectángulo, una ventana, esto se repite durante toda la cinta y durante varios días, me he fijado en que la fecha de grabación es de dentro de 5 años, sale en la parte inferior de la pantalla, sin duda un error en el ajuste horario de la videocámara, pero él está más viejo, y eso me desconcierta, en ese vídeo las raíces aún existen, se ven perfectamente a través de la ventana de la celda, parece que Agustín ha tenido la misma idea que yo y las ha retirado a machetazos para tener vistas, también veo que ha excavado la celda, cuyas paredes son de raíces, se ve perfectamente esa masa oscura y fibrosa de la madera en las esquinas de la pantalla, este vídeo está vacío (porque todo vídeo futuro es necesariamente un vídeo vacío, de eso no me cabe duda).