Un juego llamado: Majestic-12
Mucho antes de que irrumpieran en la escena pública las imágenes de Jack Barnett, circulaban por los ambientes ufológicos norteamericanos toda suerte de presuntos documentos gubernamentales que «demostraban» que una nave extraterrestre se había estrellado en Roswell en 1947. El tiempo y, sobre todo, algunas minuciosas investigaciones, terminaron por demostrar que casi todos estos textos eran fraudulentos y que habían sido puestos en circulación con el único propósito de desacreditar a los investigadores de ovnis en general y al caso Roswell en particular.
Ahora bien, ¿a quién podía beneficiar una maniobra así? Evidentemente, al gobierno de los Estados Unidos, que de esta manera podía tildar de «chiflados» —no sin cierta razón— a quienes demandaban información sobre este accidente.
La estrategia funcionó. Y lo hizo hasta que se pusieron en marcha iniciativas recientes como la del congresista Steven Schiff, que volvió a dar carta de credibilidad a las investigaciones sobre ovnis estrellados y a situar las acusaciones a la actitud de secreto de la USAF en los principales titulares de la prensa.
No obstante, la trama de aquel «juego de desinformación» previo a Schiff, y que alcanzó su cenit durante la pasada década, ha resultado ser tan reveladora sobre los procedimientos empleados por los servicios de inteligencia norteamericanos para sepultar datos confidenciales, que he decidido incluirla en estas páginas con la clara intención de compararla con la situación que ha rodeado la aparición de la «película de Roswell».
… Y es que a nadie se le escapa que las imágenes de Barnett han aparecido en el momento más delicado de la controversia generada alrededor de este caso. Justo, dicho sea de paso, cuando la GAO estaba a la espera de respuestas oficiales sobre la ubicación de los «archivos Roswell» y cuando la Fuerza Aérea pretendía quitarse el asunto de encima argumentando que, tanto en 1947 como en 1995, se confundieron los restos de un sencillo globo sonda con los de un platillo volante.
¿Podría ser entonces la «película de Roswell» un nuevo intento de intoxicación de la opinión pública? ¿Se trata de la nueva versión de una ya vieja estrategia de intoxicación? Si así fuera, la historia de este engaño se inició probablemente hace más de una década en los Estados Unidos. Y lo hizo como sigue.
North Hollywood, California, 11 de diciembre de 1984, En algún momento de la mañana.
No sin una disimulada tensión, el productor cinematográfico Jaime Shandera examina la correspondencia del día. Tras unos segundos de titubeo, decide finalmente abrir un gran sobre color manila que el correo acaba de depositar en el buzón de su residencia. Se trata de un envío anónimo, matasellado en Albuquerque (Nuevo México) tres días antes, y dentro del cual Shandera descubre un segundo sobre marrón más pequeño, que a su vez contiene otro blanco con un rollo fotográfico de treinta y cinco milímetros sin revelar. Y lo que es más misterioso: en ninguno de los tres sobres encuentra nada que le pueda dar una ligera idea del porqué de aquel envío.
Pese a lo extravagante de la situación, el productor entiende de inmediato que se encuentra ante una nueva «desclasificación» de documentos ovni procedente de la Oficina de Investigaciones Especiales de la Fuerza Aérea (AFOSI). Sospecha, pues, que está ante la enésima filtración subrepticia de documentos producida en el marco de las irregulares conversaciones que, con este servicio de inteligencia, mantienen un reducido grupo de ufólogos dirigido por William Moore, y del que forman parte el físico nuclear Stanton Friedman y el propio Shandera.
Primera página del «memorándum Majestic-12». Se trata de un elaborado fraude instigado por los servicios de inteligencia de la USAF.
El tiempo le iba a dar la razón de inmediato.
Tras revelar el carrete, aparecen sobre los negativos ocho fotografías de otras tantas páginas de un memorándum interno del gobierno de los Estados Unidos, clasificado bajo uno de los más altos grados de confidencialidad existentes: Eyes Only (sólo para ser leído). Se trata de un informe fechado el 18 de noviembre de 1952 y dirigido al entonces recién elegido presidente norteamericano Dwight Eisenhower, en el que se le pone al corriente de la existencia de un comité ultrasecreta creado por su predecesor, Harry Truman, en septiembre de 1947, con el objetivo de estudiar los restos del ovni caído en Roswell así como los de un segundo aparato siniestrado tres años más tarde. El comité —añade ese documento— está integrado por doce científicos y militares del más alto nivel, que responden únicamente ante la máxima autoridad de la nación, y cuyo nombre clave es Majestic-12 o MJ-12.
La sorpresa de Shandera, Moore y Friedman al examinar el contenido del rollo fotográfico debió ser mayúscula. Se trataba, sin duda, del documento más comprometido filtrado por AFOSI durante los cuatro años de contactos con esta institución, y cuyas revelaciones estaban destinadas a levantar un gran revuelo mundial. De hecho, el memorándum MJ-12 detalla cómo fueron recuperados en Nuevo México los cadáveres de varios extraterrestres, examinados en detalle por el doctor Detlev Bronk —que los bautizó con el nombre técnico de «Entidades Biológicas Extraterrestres»—, y cómo los datos arrojados por este estudio fueron recogidos puntualmente por el almirante Roscoe Hillenkoetter, quien, semanas después del incidente de Roswell, se ocuparía de dirigir la recién creada Central Intelligence Agency (CIA).
Por si esto fuera poco, este documento involucra, con nombres y apellidos, a otras once personas más. Junto a Bronk y Hillenkoetter, comparte este panel secreto el secretario de Estado, James Forrestal, misteriosamente «suicidado» en 1949 y uno de los hombres más poderosos de su tiempo. También, el doctor Vannevar Bush, jefe de la Oficina de Investigación Científica y Desarrollo (OSRD); el almirante Sidney Souers, primer secretario ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional (NSC); el general Hoyt S. Vandenberg, segundo de a bordo en la Agencia de Inteligencia de la Defensa; el general Nathan Twining, famoso por lanzar las bombas atómicas de la OSRD sobre Japón y por creer que los ovnis no eran «algo visionario o ficticio»; Gordon Gray, jefe del Departamento de Estrategia Psicológica de la CIA; Jerome Hunsaker, mano derecha de Vannevar Bush; Lloyd Berkner, miembro del tristemente célebre Panel Robertson, creado por la CIA en 1952 y que ordenó el control de grupos de investigadores de ovnis y la puesta en marcha de una campaña de descrédito del fenómeno; el general Robert M. Montague, quien en 1947 era uno de los altos mandos del campo de pruebas de White Sands, muy cerca de Roswell; el general Walter Bedell Smith, sucesor de Forrestal en el comité tras su muerte y de Hillenkoetter frente a la CIA; y, por último, Donald Menzel, astrónomo y escéptico recalcitrante en materia de ovnis, bien conocido en su época por atacar virulentamente el tema en 1953 en su controvertida obra Flying Saucers.
Todos ellos, reunidos en un solo documento sobre ovnis estrellados, estaban dando a entender que —efectivamente— un notable esfuerzo se había puesto en marcha tras el siniestro de Roswell para estudiar el asunto de los «platillos volantes». Lo que, indudablemente, era lógico si toda la historia de Roswell estaba relacionada con extraterrestres. Pero ¿hasta qué punto podía darse crédito a un documento llegado en tan extrañas circunstancias?
Pese a que las ocho páginas del memorándum Majestic-12 aparecen en escena en 1984, hasta bien entrado 1987 no saldrán a la luz. Lo harán coincidiendo con el cuadragésimo aniversario del accidente de Roswell, y no surgirán por una sola vía. Y es que, antes siquiera que Moore y sus asociados dieran a conocer este texto en Estados Unidos, el escritor británico Timothy Good aseguró haber recibido «de fuentes de la CIA» —que, por cierto, nunca ha desvelado— esas mismas ocho páginas.
Sospechoso.
Sea como fuere, bien puede decirse que hasta la irrupción en escena de la película de Barnett en 1995, este puñado de folios mecanografiados han sido la pieza documental más controvertida nacida a la sombra del incidente de Roswell.
Y digo controvertida, aún a sabiendas de que el calificativo se queda corto.
Este documento, fechado en julio de 1954, fue probablemente «plantado» en los Archivos Nacionales de Washington, para hacer creer a los investigadores que realmente existió un comité «Majestic-12».
Explicaré el porqué.
En julio de 1985 Jaime Shandera y William Moore hicieron un nuevo descubrimiento. Siguiendo las indicaciones de sus «contactos» en AFOSI —que les mandaban extrañas postales en clave desde Etiopía y Nueva Zelanda—, llegaron hasta los Archivos Nacionales en Washington DC donde descubrieron, en una carpeta llena de documentos clasificados como secretos, un memorándum muy particular. Se trataba de una copia de carbón de una nota mecanografiada dirigida por Robert Cutler, asesor del presidente Eisenhower en asuntos de seguridad nacional, al general Nathan Twining. Estaba fechada el 14 de julio de 1954, y en ella podía leerse textualmente:
Sujeto NSC/MJ-12. Proyecto de Estudios Especiales.
El presidente ha decidido que el alegato MJ-12 SSP deberá tener lugar durante la ya programada reunión en la Casa Blanca el 16 de julio, más que proseguirla como se ha intentado. Disposiciones más precisas le serán explicadas una vez llegado. Por favor, altere sus planes en consecuencia.
Se asume su presencia bajo el cambio de disposiciones mencionado.
De su examen superficial se desprende que el presidente deseaba reunirse en la Casa Blanca con el general Twining —presunto miembro del comité Majestic—, y que en esa fecha existía un proyecto de investigación que recibía el nombre clave de MJ-12. ¡Todo un hallazgo!
Como puede suponerse, la localización de este documento en los Archivos Nacionales fue utilizada de inmediato por Moore y Shandera para apoyar la autenticidad del memorándum del 18 de noviembre de 1952 y, en consecuencia, la existencia real de un comité llamado Majestic-12.
Nada más lejos de la realidad.
Según pudo averiguar en primera instancia Barry Greenwood, coordinador de una curiosa organización ufológica llamada Ciudadanos en Contra del Secreto de los ovnis (CAUS), había varios puntos en el memorándum de Cutler que inducían a la sospecha. A saber:
Y lo más revelador: ninguno de los documentos consultados en la Eisenhower Library de Abilene (Kansas) y que recoge los principales papeles generados por este presidente durante su mandato, hacen referencia a una reunión el día 16 de julio de 1954 —sea con miembros del MJ-12 o no—. Y eso sin hablar del hecho de que en la fecha de redacción de la nota, Robert Cutler no se hallaba en Estados Unidos, sino visitando instalaciones militares de su país en Europa y el Norte de África.
Para rematar esta cuestión, el 22 de julio de 1987 los Archivos Nacionales emitieron una nota firmada por la archivera Jo Ann Williamson en la que establecían las varias razones que les llevaban a pensar que el memorándum de Cutler era fraudulento. Lo único que les fue imposible determinar fue quién colocó este documento en aquella carpeta secreta. ¿Acaso los mismos miembros de AFOSI que guiaron a Moore y Shandera hasta ella?… Es más que probable.
A estas alturas de la polémica sobre MJ-12, los acontecimientos se disparan.
Entretanto se despejaban las incógnitas formuladas por los Archivos Nacionales, y se trabajaba sobre la verosimilitud del memorándum del 18 de noviembre de 1952 —piedra angular del entramado Majestic-12—, los contactos de AFOSI conducen a estos dos investigadores a participar en la elaboración de un programa de televisión de máxima audiencia. Se trata de un espacio de más de dos horas de duración que se emitirá el 14 de octubre de 1988, y en el que varios invitados vinculados a la Fuerza Aérea y a los servicios de inteligencia norteamericanos asegurarán haber capturado naves extraterrestres siniestradas —en plural— y haber retenido a algunos de sus tripulantes supervivientes. Aunque se irá todavía más lejos.
El programa en cuestión fue titulado UFO cover up? Live, y emitido simultáneamente para millones de telespectadores en Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda en la fecha prevista[70].
Sin duda, una de sus partes más dramáticas fue aquélla en la que dos agentes gubernamentales con el rostro ensombrecido y la voz deformada, aseguraban que los miembros de Majestic-12 lograron capturar con vida a un extraterrestre, entrar en comunicación con él, y averiguar datos de alto interés científico como que… ¡a nuestros visitantes les gustaban los helados de fresa! Además, insinuaban que existía una especie de pacto gubernamental secreto con los extraterrestres, que se estableció a finales de los años sesenta o primeros de los setenta, con el propósito de recabar alta tecnología alienígena.
El efecto fue inmediato: la opinión pública consideró aquel programa un subproducto televisivo cuyos contenidos carecían de la más mínima credibilidad. Pese a ello, Moore y Shandera defendieron que los dos agentes del gobierno enmascarados, llamados «Halcón» y «Cóndor» en el show, decían la verdad y que ellos habían sido los principales responsables de la liberación de la documentación existente sobre Majestic-12.
La situación se tornó más confusa si cabe, cuando algunos investigadores dedujeron que «Halcón» era en verdad un agente de AFOSI llamado Richard Doty, conocido por haber falsificado documentos ovni en el pasado, y que «Cóndor» era un compañero suyo de la base de Kirtland llamado Robert Collins[71]. Y lo que es más: que el espacio UFO cover up? Live había sido parcialmente financiado por la Gray Advertising, una compañía asociada con la CIA[72]. ¿Podía o no podía hablarse de complot gubernamental contra el fenómeno ovni?
Hasta cierto punto, ese temor se vio confirmado a finales de junio de 1989, cuando William Moore confesó públicamente, durante un simpósium ufológico internacional celebrado en Las Vegas, que él había sido reclutado como «agente informador no retribuido» por los servicios de inteligencia de la Fuerza Aérea, y que había contribuido a diseminar desinformación entre los ufólogos con la vaga esperanza de, a cambio de sus «patrióticos» servicios, llegar hasta el corazón mismo de lo que sabía el gobierno sobre los ovnis[73].
Lo que no debe perderse de vista es que su reclutamiento se produjo inmediatamente después de la publicación de El Incidente, el libro que reabrió el caso Roswell… treinta y tres años después. ¿Qué temía la Fuerza Aérea que Moore descubriera, para «asociarse» con él y desviar su atención del problema Roswell con informaciones espurias?
Todavía hoy no lo sabemos. Sin embargo, esta compleja madeja —más propia de una novela de espías[74] que del escenario de un caso ovni— comenzó a desenredarse cuando los primeros análisis sobre la autenticidad del memorándum del 18 de noviembre vieron la luz.
El golpe más certero lo asestó David Crown, un experto analista de documentos oficiales que desempeñó durante años esa labor para la CIA, y que llegó a demostrar que la máquina de escribir utilizada para redactar el documento MJ-12 era una Smith-Corona de 1963 (¡cuando los documentos estaban fechados en 1952 y 1947!). Además, la firma de Harry Truman que aparece en una de las páginas resultó pertenecer a una carta fechada el 1 de octubre de 1947, de la que había sido fotocopiada y pegada en el memorándum Majestic. Pero por si estos indicios fueran pocos, en la Truman Library no pudo encontrarse mención alguna a una orden ejecutiva cursada por Truman el 24 de septiembre de 1947 para dar creación a ninguna clase de comité, como asegura el documento recibido por Shandera. Y lo que es más: su descripción del caso Roswell, la afirmación de que se iniciaron las tareas de recuperación del ovni el 7 de julio (cuando numerosos testigos afirman que se iniciaron dos días antes), y que éste permaneció perdido en el desierto durante más de una semana (detalle también inconsistente con lo que hoy sabemos del caso), convierten este documento en un descarado montaje.
¿Existe una conexión entre MJ-12 y la «película de Roswell»?
Puede ser casualidad. Lo reconozco. Pero la primera vez que leí en Internet que en uno de los fotogramas de la filmación de Jack Barnett podía leerse el nombre del doctor Detlev Bronk, salté de mi asiento.
Quienes así lo afirman se basan en dos fugaces secuencias de la película de la primera autopsia, en la que se ve cómo el responsable de conducir esa necroscopia toma unas apresuradas notas sobre un portafolios. Sobre él, en la parte superior de la página, aseguran que se puede leer ese nombre (¡que santa Lucía les conserve la vista!).
He tratado de ver esa anotación en mi copia de vídeo de los dieciocho minutos de autopsia en decenas de ocasiones, pero me ha sido imposible. No obstante, personas que han visto esta filmación en el despacho de Ray Santilli en Londres, y que, por tanto, han accedido a una copia de primera generación del celuloide, afirman que «Bronk» se puede leer inequívocamente.
La razón de mi sobresalto no es otra que la de que en los falsos documentos MJ-12 se atribuye también a este doctor un papel eminente en la investigación de los cadáveres de Roswell. Curiosa casualidad.
El párrafo que le menciona, dice textualmente:
Un esfuerzo analítico encubierto organizado por el general Twining y el doctor Bush, actuando bajo las órdenes directas del presidente, terminó en el consenso preliminar (19 septiembre 1947) de que el disco debía ser una especie de nave de reconocimiento de corto alcance. Esta conclusión estaba basada mayormente en el tamaño de la nave y la aparente ausencia de ningún aprovisionamiento identificable (ver anexo D). Un análisis similar de los cuatro ocupantes muertos fue conducido por el doctor Bronk. Fue la conclusión provisional de este grupo (30 noviembre 1947) que, aunque estas criaturas tienen apariencia humana, los procesos biológicos y evolutivos responsables de su desarrollo han sido aparentemente bastante distintos de aquellos observados o postulados en los Homo sapiens. El equipo del doctor Bronk ha sugerido que se adopte el término «Entidades Biológicas Extraterrestres» o «EBEs» como un vocablo estándar de referencia para estas criaturas hasta que el tiempo nos permita llegar a una designación definitiva.
Y digo «curiosa casualidad» porque, no en vano, Detlev Bronk fue uno de los fisiólogos y biólogos más famosos de los años cincuenta en Estados Unidos. Fue el sexto presidente de la Universidad John Hopkins, estuvo asociado con agencias gubernamentales desde 1942 y, en especial, al Comité de Medicina de la Fuerza Aérea. Además, como sería de esperar realmente si hubiese trabajado en un proyecto de esa envergadura, mantuvo contacto con personajes que después se revelarían decisivos en el entramado ovni. En concreto con el doctor Edward U. Condon, con el que coincidió en 1947 en el Comité de Asesoramiento Científico de los laboratorios militares de Brookhaven dedicados a «investigaciones atómicas», y que años después estaría al frente de una comisión creada para desprestigiar el fenómeno ovni. Fue a finales de los años sesenta cuando el doctor Condon presidió un comité de la Universidad de Colorado financiado por la Fuerza Aérea, cuyas conclusiones —basadas en entrevistas a demasiados testigos dudosos y contactados con extraterrestres presos de delirios mesiánicos— sirvieron de excusa a los militares para cerrar oficialmente su célebre Proyecto Libro Azul en 1969.
Curiosa relación.
Pero no me desviaré más del tema. Obviamente, la presencia del nombre del doctor Bronk en ambos documentos (el falso memorándum MJ-12 y el «filme de Roswell») no es suficiente para determinar la falsedad de este último. Quizá, tratando de mantener la mente abierta a cualquier posibilidad, lo que esté indicándonos tal alusión es la existencia de un comité real para la investigación del ovni estrellado en Roswell en el que estuvieron presentes los mejores expertos en cada área científica requerida. Y, ciertamente, el doctor Bronk debió ser uno de ellos.
La idea no es mía. En su último libro dedicado a casos de ovnis estrellados, Kevin Randle —uno de los más activos investigadores del caso Roswell— reexamina la polémica generada sobre los documentos Majestic-12. Pese a que concluye que éstos son un burdo fraude, deja la puerta entreabierta a la posibilidad de que, efectivamente, existiera una comisión secreta creada tras la recuperación de un disco volante en Nuevo México.
La «pista» a seguir se la ofreció el general retirado Arthur Exon, un héroe y as del aire durante de la Segunda Guerra Mundial y comandante de la base de Wright Patterson durante algunos años. Este hombre le contó que, antes de asumir la responsabilidad de la dirección de esta base y mientras cumplía un destino en el Pentágono en los años cincuenta, oyó por primera vez hablar de la existencia de un equipo de élite creado tras el accidente de Roswell. Exon explicó a Randle «que ellos eran quienes controlaban la evidencia de Roswell tal y como fue recogida en 1947, y continuaron con su trabajo durante los años siguientes. Nunca se conoció el nombre oficial de este grupo, pero les llamaba “los trece demonios” (the unholy thirteen, en inglés)»[75].
Las indicaciones de Exon sobre las personas involucradas en este grupo son extraordinariamente precisas. Según él, el día en que se estrelló el ovni en Roswell, el 4 de julio, fue una jornada anómala en las Fuerzas Armadas debido a la celebración de la Fiesta de la Independencia. Esa circunstancia hizo que, cuando Blanchard supo de la caída del objeto a última hora del día e informó a la base de Fort Worth, el general Ramey no estuviera al mando y fuera el segundo de a bordo, el coronel Thomas DuBose, quien pasara la voz de alarma al oficial «de guardia» en el Comando Aéreo Estratégico en Washington: el general Clements McMullen.
El comentario de Exon volvió a sobresaltarme. En el relato escrito de Jack Barnett, este refiere que fue Clements McMullen quien le mandó a la base de Roswell para filmar los restos de un «avión ruso» siniestrado; y, por otra parte, cuando poco antes de morir el entonces coronel Thomas DuBose fue entrevistado, señaló como probable cerebro de la excusa del «globo sonda» para cubrir la información publicada en Roswell al propio general McMullen. ¿Casualidad?… Creo haber dicho ya suficientes veces que no creo en ella.
Pero el general Exon va más allá en sus apreciaciones a Randle. Según él, el grupo de los «trece demonios» estaba integrado por Harry Truman, James Forrestal, Hoyt S. Vandenberg y Roscoe Hillenkoetter —que figuran a su vez en el falso memorándum MJ-12—, además de otros militares como el general de brigada Roger Ramey, el general Carl Spaatz —jefe de las Fuerzas Aéreas— y el general George Kenny —jefe supremo del Comando Aéreo Estratégico y, quizás, el «oficial Kenney» que citaba Barnett en su declaración, en el capítulo anterior.
De momento, no existen evidencias documentales que apoyen la existencia del grupo de los «trece demonios» del que habla Exon. Y, por lo que parece, tampoco será tarea fácil encontrarlas. No obstante, su existencia liga perfectamente con otra «pista» que ya apuntaba[76] cuando me refería a los otros «casos Roswell»: el doctor Robert Sarbacher, director del Washington Institute of Technology, advirtió públicamente en reiteradas ocasiones que existía un comité de esa naturaleza, del que formaban parte también destacados científicos de la talla de Robert Oppenheimer, así como muchos de los científicos más próximos al otro gran proyecto secreto de la época. Me refiero, naturalmente, al Proyecto Manhattan que desarrolló las primeras bombas atómicas.
¿Fue, entonces, Majestic-12 un intento bien planeado para desprestigiar la idea de la existencia de un comité que investigara el accidente de Roswell?
A estas alturas no me asusta decirlo: estoy convencido de ello.