Confirmado: la película es de 1947
No descansé hasta que conseguí que Philip Mantle me entregara una copia del texto íntegro de la declaración escrita de Jack Barnett. Y de hecho, mi insistencia a Mantle y a Chris Cary, de la Merlin Group, durante mi última estancia en San Marino, consiguió algunos otros documentos de gran importancia para, al menos, mantener una postura abierta hacia la autenticidad de la película.
Pero no se engañe el lector: el testimonio del cámara no es uno de ellos. Contribuye, eso sí, a acrecentar la aureola de misterio tejida en torno a su identidad, al tiempo que evita dar «pistas» claras que ayuden a verificar su relato. Pero ahí está. Y es, como digo, el primer documento tangible que pude conseguir alrededor de la «película de Roswell». Que no es poco.
Me uní a las fuerzas armadas en marzo de 1942 y las dejé en 1952. Los diez años que pasé sirviendo a mi país fueron algunos de los mejores de mi vida.
Mi padre estaba en el negocio del cine, lo que significa que tenía buenos conocimientos de los trabajos de filmación y fotografía. Por esta razón creo que pude pasar un examen médico que normalmente no habría superado, ya que de pequeño tuve la polio.
Tras mi enrolamiento y entrenamiento, estaba listo para hacer valer mi experiencia y convertirme en uno de los pocos cámaras de las fuerzas armadas. Fui enviado a muchos lugares, y como era tiempo de guerra, aprendí rápido a filmar bajo circunstancias difíciles.
No daré más detalles sobre mi trayectoria. Sólo diré que en el otoño de 1944 fui destinado a la Inteligencia, bajo las órdenes del jefe adjunto del personal aéreo. Me desplacé de continuo, dependiendo del destino. Durante mi tiempo libre filmé bastante, incluyendo las pruebas (nucleares) en White Sands (Proyecto Manhattan/Trinity).
Recuerdo muy claramente la llamada que me envió a White Sands vía Roswell. No hacía mucho que había regresado de San Louis (Missouri) donde había filmado el nuevo avión Ramjet («Pequeño Henry»). Era el 1 de junio cuando McDonald me ordenó presentarme al general McMullen para un destino especial. No tenía ninguna experiencia de haber trabajado con McMullen, pero después de hablar con él unos minutos sabía que nunca querría tenerlo como enemigo. McMullen fue directo al grano, sin rodeos. Me ordenó ir al lugar de un accidente justo al suroeste de Socorro. Era urgente, y mi misión era filmar todo lo que estuviese a la vista, no abandonar los restos hasta que fueran recogidos y tendría acceso a todas las áreas del lugar. Si el comandante al mando tuviera algún problema, debería decirle que telefoneara a McMullen. Unos minutos después de escuchar sus órdenes, recibí las mismas instrucciones de Tooey, diciéndome que el accidente correspondía a un avión espía ruso. ¡Dos generales en un día! Este trabajo era importante.
Despegué de la base de Andrews con otros dieciséis oficiales y personal, la mayoría médico. Llegamos a Wright Patterson donde recogimos más hombres y equipo. De allí, volamos a Roswell en un C54.
Cuando aterrizamos, fuimos trasladados por carretera hasta el lugar. Al llegar, éste ya había sido acordonado. Desde el principio estuvo claro que no era un avión espía ruso. Era un gran disco, un «platillo volante» caído sobre su parte posterior, que todavía emitía calor.
El comandante del lugar pasó la acción al equipo médico del SAC (Comando Aéreo Estratégico) que estaba todavía esperando la llegada de Kenney. No obstante, no se hizo nada, ya que todo el mundo esperaba órdenes.
Decidí esperar antes de moverme hasta que el calor descendió, ya que había un riesgo significativo de incendio. Lo que lo hacía todo peor eran los gritos de los monstruos[64] que estaban tumbados en el vehículo.
Nadie puede decir en nombre de Dios qué eran, pero se pensó seguro que eran absurdos de circo, criaturas que no tenían nada que hacer aquí. Cada una sostenía una caja que apretaban con ambos brazos contra el pecho. Sólo estaban allí sollozando, sosteniendo esas cajas.
Una vez que se montó mi tienda, empecé a filmar inmediatamente, primero el vehículo, luego el lugar y los restos. Sobre las seis horas se creyó que ya resultaba seguro entrar dentro. De nuevo, los monstruos estaban llorando, y cuando nos aproximamos gritaban aún más. Se protegían con sus cajas, pero conseguimos una asestando un duro golpe a la cabeza de uno de ellos con la culata de un rifle.
Tres de las criaturas fueron arrastradas fuera y atadas con cuerdas y cinta adhesiva. La última ya estaba muerta. El equipo médico desconfió al principio de acercarse a esos seres, pero como alguno estaba herido no tuvieron elección. Una vez que las criaturas fueron recogidas, la prioridad era recuperar los restos que pudieran ser tomados fácilmente aunque aún había riesgo de incendio. Los restos parecían venir de la cobertura externa que rodeaba un disco muy pequeño de la parte inferior de la nave y que se debió desprender cuando el disco se golpeó. Los restos fueron llevados a tiendas de campaña para almacenarlos y después cargarlos en camiones. Tres días más tarde, un equipo completo de Washington vino y se tomó la decisión de mover la nave mayor. Dentro de ella la atmósfera era muy pesada. Era imposible permanecer mucho más de unos segundos sin sentirse muy enfermo. Por tanto, se decidió analizarla de regreso a la base, así que fue cargada sobre una plataforma móvil y llevada a la base de Wright Patterson, que es donde me uní con ellos.
Permanecí en Wright Patterson durante más de tres semanas, trabajando sobre los restos. Entonces me dijeron que fuera a Fort Worth (Dallas) a filmar una autopsia. Normalmente, no tenía problemas con eso pero se descubrió que las criaturas podrían resultar peligrosas, así que me ordenaron que me vistiera con un traje de protección, como los doctores. Era imposible sujetar la cámara con propiedad, y cargar y enfocar era muy difícil. De hecho, contra las órdenes, me quité el traje durante la filmación. Las primeras dos autopsias tuvieron lugar en julio de 1947.
Después de filmar, tenía varios centenares de rollos. Separé aquellos con problemas, que requerían una atención especial en el revelado (que haría después). La primera hornada fue enviada a Washington y yo procesé el resto unos días más tarde. Una vez que los rollos restantes habían sido procesados, contacté con Washington para mandarles la colección de la última hornada. Increíblemente, ellos nunca vinieron a recogerlos ni arreglaron su transporte. Los llamé muchas veces pero finalmente lo dejé. Las filmaciones han permanecido conmigo desde entonces.
En mayo de 1949 me llamaron para que filmara una tercera autopsia.
He leído este relato decenas de veces. He repasado punto por punto sus afirmaciones, buscado las referencias de los militares que menciona y estudiado su vinculación al caso Roswell, y confieso que cuanto más lo he leído y más he tratado de encontrar las conexiones con los sucesos del rancho Foster… más lejos creo que están ambos incidentes.
Y no es sólo una cuestión geográfica. Según Jack Barnett, «su» accidente tuvo lugar a más de trescientos kilómetros de las tierras de «Mac» Brazel, entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 1947. Sobre eso, además, el cámara se muestra inflexible: ésas son las fechas y ése el lugar.
Me permitiré especular. Supongamos que la historia de Jack Barnett sea cierta, y que se recogiera una nave extraterrestre en junio de 1947 cerca de Socorro. Supongamos también que los numerosos testigos del caso Roswell digan la verdad, y que otra aeronave extraña cayera un mes más tarde a pocos kilómetros al norte de la base de las Fuerzas Aéreas de la ciudad. Y, por último, supongamos que varios equipos militares condujeran tareas de recuperación de esos restos, clasificando todo el asunto como secreto. Si esto hubiera sido así, se tuvieron que producir necesariamente numerosas filtraciones… inevitables, sin duda, al haber tantas personas involucradas en los hechos: desde los dueños de los terrenos, a testigos civiles circunstanciales o a soldados bajo juramento de fidelidad a la patria.
Pues bien, si aceptamos esta premisa, ¿qué mejor para mantener un secreto bien guardado que canalizar la atención del público hacia un hecho menor como la caída de unos restos metálicos en el rancho Foster, y así desviar las miradas de otros focos de mayor «sensibilidad»? ¿Acaso fue eso lo que pensó el coronel Blanchard, de la base de Roswell, cuando ordenó redactar el comunicado de prensa que reconocía que un «disco volante» se había estrellado en el rancho Foster? ¿No cabe la posibilidad de que todo fuera una estrategia inteligente para respaldar los rumores sobre platillos estrellados primero, para después desacreditarlos con la explicación del globo sonda?
Como en septiembre de 1995 me comentaba Stanton Friedman, «si se encontró un ovni estrellado a primeros de junio de 1947 en Nuevo México, como sostiene Barnett, quiere decir que alguien ya sabía mucho de este asunto antes del incidente de Roswell. Y esto podría explicar rarezas como el porqué el FBI controlaba teletipos como el de Lydia Sleppy, de la emisora KOAT de Albuquerque… ¿Quién sabe?».
Efectivamente, ¿quién?
Al menos, una cosa estuvo clara para mí desde que leí el testimonio de Barnett: su relato estaba llamado a plantear dudas que nunca antes nos habíamos formulado los investigadores. Y, al menos eso, merecía la pena. Pero, por otra parte, ¿hasta qué punto podía darse crédito a sus palabras? Es más, ¿en qué medida garantizaba este relato la existencia misma de un tal «Jack Barnett» y de un accidente ovni en junio?
—¿Tienes idea si el cámara hará pública próximamente su identidad? —le pregunto a Chris Cary en San Marino.
—Eso espero, aunque, ahora mismo, si yo fuera él, no lo haría. No por mi seguridad o por razones así, pues no creo que sea la causa. La razón es que cuando hablas de este tipo de cosas te conviertes, para el resto de tus días, en el objetivo de todas las emisoras de radio y televisión, revistas y periódicos del mundo. Y cuando tienes ochenta y dos, casi ochenta y tres, años, eso no es una perspectiva demasiado interesante.
—¿Y entonces?
—No se lo reprocho, aunque sé que tendría un enorme valor que él saliese públicamente y presentase sus credenciales.
Hasta ahora, que se sepa, sólo dos hombres han hablado con Barnett. Uno es Ray Santilli, quien, como «pistas» sobre su identidad, ha asegurado que se trata de un oficial de la Fuerza Aérea retirado que vive en Florida en compañía de su mujer, Honey. Tiene cuatro hijos y dieciséis nietos y no goza de una buena salud. El otro hombre es Philip Mantle, quien, el 22 de junio de 1995, previa gestión realizada por Santilli, habló por teléfono con alguien que decía ser Barnett…
—Pregunté a Ray si habría alguna posibilidad de hablar con el cámara por teléfono —me comienza a contar Mantle a primera hora de la mañana del 8 de septiembre en San Marino—. Así que a las 19.30 horas de aquel 22 de junio, Ray me llama a casa para avisarme que en algún momento de esa tarde Jack Barnett me telefonearía. No sabía con precisión la hora, pero me pidió que tuviera la línea despejada. Así que sobre las 20.50 horas el teléfono sonó y un hombre me preguntó: «¿Es usted el señor Mantle?». Dije «sí». «¿Es usted Philip Mantle?», insistió. «Sí». «Soy Jack Barnett».
—¿Qué pasó después?
—Tuvimos una conversación de quince minutos, donde me confirmó que su jefe superior fue el general Clements McMullen. Le pregunté también si me podría dar otros nombres de personas involucradas en la operación y me contestó: «No es mi intención implicar a otra gente». Hablamos sobre su salud, ya que tosía al otro lado del teléfono, y me dijo que no esperaba vivir para ver muchos juegos olímpicos más. Pero me preguntó en tres o cuatro ocasiones si tenía alguna pregunta específica que hacerle. Le contesté: «¿Cómo? ¡Si tengo miles!, pero preferiría hacérselas en persona, ya que por teléfono no puedo garantizar quién es usted o dónde se encuentra». Le propuse que tal vez podríamos encontrarnos en Estados Unidos y no me dijo ni sí, ni no.
—¿Qué impresión te dio?
—Bueno, fue muy educado, muy cortés. Le pregunté si saldría a la luz en un futuro, y me dijo que aunque está muy preocupado por cualquier posible acción legal contra él, está aún más preocupado por su familia. Si saliera en público, todos los medios de comunicación del mundo se lanzarían sobre él y los suyos. Y, desde luego, lo entendí porque eso ya ha pasado con otros testigos de menor importancia. Terminó de hablarme diciéndome que «si tiene más cuestiones para mí, puede hacérmelas llegar vía Ray Santilli».
Una vez más en la historia de este caso, me dio la impresión de estar ante un callejón sin salida. Sin testimonio del cámara, sin pruebas documentales que apoyaran la autenticidad del filme, sencillamente, ¡no había caso!
—Un momento —rompe mis cábalas Mantle—. Sí hay pruebas documentales.
Pestañeé.
—¿Y qué pruebas son ésas?
—Por ejemplo, una de las cosas de que disponemos ahora son copias de las etiquetas que estaban adheridas en las fundas metálicas en las que estaban guardados los rollos de la película.
—¿Ah sí? —pregunto con desconfianza.
—Sobre esas latas había una etiqueta en la parte superior, donde se indicaban las fechas de rodaje, los contenidos y las observaciones del cámara. De hecho, una de las cosas positivas que está teniendo esta reunión en San Marino es que he podido mostrar esas etiquetas a algunos investigadores del caso Roswell como Stanton Friedman y Don Schmitt, que se han quedado bastante sorprendidos al verlas.
—¿Te explicaron por qué?
—Dicen que porque el sello que puede verse estampado sobre ellas corresponde al del 509 Escuadrón de Bombarderos de Roswell. Se trata de un águila que tiene unas bombas en sus talones.
—¿Y ése es el sello real del Escuadrón 509?
—Sí. Como ves, es un documento que ahora puede ser investigado. Es algo tangible…
Me costó un tiempo, pero después de varias gestiones pude por fin hacerme con una copia de las tres etiquetas de las latas de Barnett «liberadas» por la Merlin Group. Se trata de tres pedazos de papel formados por el precinto original de la película, de doce y medio por diez centímetros, sobre el que se ha pegado a su vez una etiqueta más pequeña (seis y medio por doce centímetros), con las observaciones a las que se refería Mantle. Esta última pieza es la que más interés reviste para el caso Roswell. Se trata de una especie de ficha con cuatro líneas, un título en la parte superior donde se lee Process Internally (revelado interiormente) y un sello estampado en su lado izquierdo. Cada una contiene un número de rollo, una fecha y unas notas manuscritas.
Copia de las tres etiquetas «desclasificadas» por Ray Santilli, y que estaban adheridas a las fundas de las películas de Jack Barnett.
Si hemos de hacer caso a estas inscripciones, el rollo 31 fue rodado en junio de 1947 y recoge secuencias de la recuperación del objeto. Al parecer, el cámara tuvo problemas con este material al no exponerse los primeros quince metros de película. La siguiente etiqueta, la correspondiente al rollo 52, es la más misteriosa de todas: le falta un fragmento en su margen superior derecho, y si bien no puede leerse la fecha en la que fue utilizada, sí se aprecia claramente «Trumans»… lo que ha sido interpretado como una alusión directa al entonces presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman. Por último, la etiqueta del rollo 64 indica que su contenido fue filmado en julio de 1947, que corresponde a la segunda autopsia, y —en concreto— al examen de la cabeza de la criatura.
¿Qué puede deducirse de este material? En primer lugar que, al menos, se filmaron sesenta y cuatro rollos en un periodo comprendido entre junio y julio de 1947 —los días concretos de esos meses no están anotados—. Que el tipo de caligrafía en las tres etiquetas es la misma, y que el sello estampado en las tres es igualmente idéntico.
El sello de este pase oficial a la base de Roswell, fechado en julio de 1947, no es, en absoluto, igual al que aparece en las etiquetas de Barnett. (Archivo Timothy Good).
La cuestión del sello, en cambio, no está tan clara como quiso hacerme creer Philip Mantle en San Marino. Después de buscar activamente el sello oficial del Escuadrón 509 de Roswell, «descubrí», en algunos documentos de julio de 1947 que el teniente Walter Haut conservaba aún cuando le visité en mayo de 1991, que, en realidad, este Escuadrón no disponía de ninguna águila en su logotipo, ni tampoco de bombas en los talones de ninguna clase de ave. Más bien todo lo contrario. El emblema de ese escuadrón estaba inscrito en un círculo, formado por los números 5, 0 y 9 en su parte inferior, con el 0 cruzado por dos rayos y un hongo atómico surgiendo de éste. Además, en su cabecera lucían las siglas RAAF (Roswell Army Air Field) flanqueadas por dos pequeños pájaros con las alas desplegadas. Pero entonces, ¿a qué corresponde el sello de las etiquetas de Barnett?
El sello de las etiquetas de Barnett es, en cambio, virtualmente idéntico al del Departamento de Defensa de los EE. UU.
Como el lector apreciará a simple vista al examinar los escudos que se reproducen en estas páginas, los borrosos anagramas de las etiquetas de Barnett se corresponden más con el águila sosteniendo tres flechas y coronada por una especie de arco iris de estrellas que, aún hoy, se encuentra en la mayoría de sellos del ejército norteamericano. No hay más que echar un vistazo al emblema del Departamento de Defensa o del Departamento de la Armada —por poner dos ejemplos sencillos— para descubrir que coinciden en un cien por cien con el sello de Barnett. Y lo que es más: la existencia de semejante sello —y no uno propio del 509 Escuadrón— guarda más coherencia con el hilo argumental de la historia del «filme de Roswell», ya que, si hemos de creer el testimonio de Jack Barnett, él nunca trabajó en la base de Roswell, sino que fue mandado desde Washington DC hasta Nuevo México a cumplir una misión… y venía ya con su material a cuestas, en principio debidamente sellado[65].
—Y hablando del material del cámara —retomo mi conversación con Philip Mantle—, ¿qué se sabe de los análisis de la película de Barnett?
—Sobre eso también han surgido algunas novedades importantes —se explica—. Todas ellas parecen conducirnos a la conclusión de que el celuloide fue fabricado en 1947 y empleado aquel mismo año.
A esas alturas ya no me bastaban comentarios, así que, tras hablarlo seriamente con Mantle, éste colocó encima de la mesa varios documentos relativos a los análisis de la filmación. Dos redactados en las sedes de Kodak del Reino Unido y de Hollywood, en Estados Unidos, y un tercero redactado por un analista particular norteamericano llamado Bob Shell.
El primer documento de Kodak está fechado el 14 de julio de 1995 en Londres, y se trata de una carta escrita por el responsable de mercadotecnia de esta multinacional, R. G. Milson, que acompaña un curioso «análisis» redactado para su distribución vía Internet. Reza así:
Filmación de Roswell: comentarios de Kodak.
La posibilidad de formas de vida en otros planetas distintos a la Tierra siempre ha disparado nuestra imaginación. Esto es particularmente cierto en el negocio del cine y Kodak ha estado implicada en el suministro de negativos para largometrajes como ET o Encuentros en la tercera fase.
Más recientemente, nos hemos visto implicados en una situación más compleja, ya que hemos sido requeridos para confirmar la edad de un fragmento de filmación conocido como «la película de Roswell», que pretendidamente muestra formas de vida extraterrestres.
Hemos visto partes tanto del filme como de su proyección en tres sedes de Kodak: Reino Unido, Hollywood y Dinamarca. Lo siguiente esboza las conclusiones de nuestros exámenes:
Así pues, el fondo de la cuestión es que, aunque nos gustaría saber si existen los extraterrestres, Kodak no puede confirmar categóricamente ni la antigüedad de la película ni cuándo fue esta rodada y procesada.
Los términos en los que expresa Milson sus conclusiones no pueden ser más ambiguos. De hecho, tampoco el segundo documento de Kodak, redactado en Hollywood y firmado por Laurence A. Cate, aporta luz sobre este particular, limitándose a subrayar que la película fue fabricada en Rochester (Nueva York), en alguna de las tres fechas ya apuntadas: 1927, 1947 o 1967. Pero ¿en cuál de ellas exactamente?
Las sorpresas llegarían a las oficinas de la Merlin Group, y después a mi mesa de trabajo, a finales del mes de agosto. Exactamente a las 19.44 horas del 31 de agosto de 1995, apenas tres días después de la emisión del reportaje del Canal-4, en el que se afirmaba que se esperaba todavía la llegada de análisis definitivos que confirmaran la antigüedad del material comprado a Barnett.
El análisis en cuestión está firmado por Bob Shell, un analista fotográfico que trabaja para el FBI y los tribunales de Washington en el peritaje de material fílmico. Semanas atrás, Ray Santilli le había enviado a Estados Unidos varios fotogramas de la película en los que podía verse el quirófano donde se rodaron las autopsias, aunque en estas tomas el recinto aparecía vacío: sin doctores o extraterrestres[66]. Su excelente trabajo, resumido en dos escuetas páginas[67], logra aclarar algunos de los puntos oscuros dejados por Kodak, que —al parecer— se limitó únicamente a realizar una inspección ocular del código de manufacturación que acompañaba al filme de Roswell.
Las deducciones de Shell son propias de Sherlock Holmes. Veamos: según él, la base de la película de Barnett es de acetato ya que pertenece a la categoría de celuloides llamados safety film (película segura) que no ardían espontáneamente como sus predecesoras con base de nitrato. Esta clase específica de película se comercializa muy posteriormente a 1927, por lo que esa fecha apuntada por Kodak puede ya eliminarse.
Las posibilidades siguen siendo dos: 1947 o 1967.
El informe de Shell especifica a su vez que el tipo de película que se emplea es una Cine Kodak Super XX High Speed Panchromatic Safety Film, esto es, una clase muy concreta de celuloide especialmente diseñado para filmar bajo pobres condiciones de luz, tanto en exteriores como en interiores. Se da la circunstancia que las películas Super XX comenzaron a fabricarse a primeros de los años cuarenta, dejando de producirse hacia 1956 o 1957.
Luego la posibilidad se reduce a una: 1947.
Por si esto fuera poco, Bob Shell añade en su informe pericial que las películas de esa clase tenían una vida muy corta. Su especial sensibilidad (High Speed) las hacía muy vulnerables al deterioro debido a la influencia de los rayos cósmicos, por lo que se hacía necesario rodar y revelar muy rápidamente si no se quería correr el riesgo de perder las imágenes filmadas. «Basándome en su corta vida y en la alta calidad de las imágenes de Roswell —puede leerse en su informe—, mi conclusión es que la película fue tomada y revelada mientras estaba todavía fresca. No creo que más de dos años después de manufacturarse».
Pero, adelantándose a los comentarios de los más suspicaces, Shell añade una aguda observación al final de su informe. Bajo su punto de vista, sería totalmente imposible tomar una película virgen Super XX de 1947 y rodar con ella en nuestros días, ya que una reserva de películas tan antigua estaría ya totalmente inservible.
—Aunque Bob Shell está convencido al 95% de que la película es de 1947, no se quiere pronunciar sobre su contenido —me previene Mantle tras examinar juntos su trabajo.
—¿Puede considerarse esto una prueba?
—En todo caso puede ser una prueba de la edad del filme. Lo curioso es que todavía hoy Ray Santilli no ha podido demostrar que la película sea genuina, auténtica. Pero, por contra, tampoco nadie me ha mostrado nada que demuestre que la película sea falsa.
Extraña encrucijada.
Pocas semanas después de mi conversación con Mantle, exactamente el 27 de septiembre, recibía a través de Internet una última «respuesta oficial» de Kodak a mis dudas sobre los análisis de esta compañía, pidiéndoles a su vez que confirmaran que Bob Shell era un experto reconocido en su ambiente de trabajo. Éstas fueron sus respuestas:
Señor Sierra:
Gracias por sus preguntas vía buzón www de Kodak en Internet. Las siguientes respuestas son de nuestro experto James Blamphin.
Barbara Lighthouse
Abogada del consumidor
Centro de información de Kodak
Aquello fue suficiente para mí.
Existen, no obstante, otras consideraciones técnicas a tener en cuenta. Según explicaban en septiembre de 1995 Roberto Pinotti y Maurizio Baiata en un excelente resumen de la situación de esta película[68], el cámara utilizó para su trabajo un equipo del modelo Bell & Howell-70 provisto de un trípode opcional y tres clases de focos fijos. Las características de esta cámara, y lo difícil que resultaba en ese modelo cambiar con rapidez los objetivos, explicarían una de las «inconsistencias» más frecuentemente argumentadas durante estos meses: las imágenes fuera de foco.
Si, como asegura Barnett, tuvo que rodar dentro de traje aislante, en una habitación de reducidas dimensiones, y en un tiempo que le impedía ir cambiando sus objetivos, sus tomas desenfocadas tendrían una razón de ser. Pero ¿no se trataba de una filmación técnica para los archivos militares, donde el detalle debía ser, precisamente, lo más importante? ¿Por qué, entonces, no había simultáneamente a Barnett un fotógrafo que tomara imágenes fijas de los órganos o de los detalles del cuerpo? A esas dudas Barnett no ha dado respuestas.
… Aunque quizá la clave se encuentre en otra parte del material que filmó, y que muy pocos han tenido la ocasión de ver. Me explicaré. Desde el inicio de la controversia sobre el caso Roswell se ha venido hablando de la existencia de una segunda autopsia. Ésta, que yo sepa, ha sido vista únicamente en Londres el 26 de abril de 1995 por el cantante de pop Reg Presley, del grupo The Troggs, así como por el productor de televisión italiano Maurizio Baiata. Dos días después, el 28 de abril, Ray Santilli la mostró asimismo a Philip Mantle.
En este «nuevo» fragmento del filme, que tiene una duración de tan sólo doce minutos, puede verse otra criatura, de aspecto muy similar a la de la primera autopsia, pero sin un vientre tan protuberante y con su cuerpo virtualmente intacto. Pues bien, de la descripción que se ha hecho de esta segunda autopsia se deducen varias cosas interesantes.
En primer lugar, los médicos ya no operan enfundados en sus trajes antivirus, lo que puede entenderse como un avance en el conocimiento de la presunta nocividad de los microorganismos hallados durante la autopsia anterior. En esas circunstancias, Barnett, lógicamente, no tuvo tantas dificultades para su rodaje, pero pese a ello los planos desenfocados son también frecuentes. Pero hay otro factor en juego: si lo que recogió el cámara durante la segunda necroscopia fue una criatura muy similar a la de la anterior operación, la posibilidad de que estemos ante un malformado disminuye, pues, ¿cuál es la probabilidad real de tropezarse con dos pacientes con síndrome de Turner, hidrocefalia y polidactilia y someterlos a sendas autopsias en un corto espacio de tiempo y en un mismo quirófano?
La duda es más que razonable.
Ahora bien, paradójicamente —y salvo Presley, Baiata y Mantle—, ese filme no se ha difundido públicamente, ni distribuido fotografías de él. ¿Por qué?
—Hay una razón poderosa —trata de convencerme Chris Cary cuando le abordo con esta cuestión—. Cuando Ray estuvo negociando la compra de las imágenes, firmó un contrato muy peculiar con un rico coleccionista japonés. El trato consistió en que Santilli le entregaría los materiales relativos a una de las dos autopsias a cambio de una fuerte suma de dinero que ayudaría a financiar la operación. No obstante, Ray logró que este coleccionista renunciara a los derechos de difusión del filme durante mucho tiempo, aunque tendría el control absoluto del material y sus derechos de explotación en el futuro.
—¿Y no hay manera de verlo, para compararlo mínimamente con el material difundido? —le cuestiono.
—Pasé todo el día de ayer tratando de obtener permiso para poder mostrar un fragmento pequeño de la segunda autopsia en San Marino, para que todo el mundo pudiera ver que la criatura de esa autopsia no es la misma que la de la primera.
—¿No?
—Es parecida, pero no igual.
—¿Y cuándo podremos verla?
—Es sólo cuestión de tiempo.
¡Tiempo!… La peculiar dosificación del material de Barnett que estaba imponiendo la Merlin Group —con razón o sin ella—, casi me hace perder la paciencia en estos meses de trabajo sobre el caso Roswell. ¿Por qué no se ponían todas las cartas sobre la mesa de una vez por todas?