CAPÍTULO 5

El mundo contempla las imágenes de Barnett

Plaza Mayor de Madrid, 20 de junio de 1995. A las 23:30 horas.

–¡Deberías ver cómo está París! —me comenta Jorge Anfruns, un respetado periodista e investigador ovni chileno durante su última escala en Madrid.

—¿Y cómo está? —le contesto con cierto desdén, esperando cualquier comentario turístico al uso.

—Literalmente empapelada de carteles que anuncian el último número de la revista VSD, donde se publica la primera foto de un extraterrestre…

El comentario me dejó lívido.

—Pero si VSD es… —susurré como pude.

—Sí. Es un semanario de información general, que nada tiene que ver con nuestros temas. Y eso es lo que me llama la atención.

Conocía bastante bien la revista VSD por haberla seguido en 1990 durante una furiosa oleada de apariciones de ovnis triangulares sobre Bélgica, y sabía que si Anfruns estaba en lo cierto, la imagen a la que se refería sólo podía ser una: la del presunto alienígena filmado por Jack Barnett.

Además —recapacité en cuestión de segundos—, si mis sospechas estaban fundadas, cosa que comprobaría a primera hora del día siguiente, VSD se convertía así en el primer medio de comunicación del mundo que publicaba un fotograma de las «autopsias de Roswell», siendo también la primera vez que la opinión pública podía contemplar abiertamente unas fotos hasta entonces «secuestradas» debido a intereses puramente crematísticos.

No me equivoqué.

Sabía que Ray Santilli, propietario de la compañía de producción de documentales británica Merlin Group y depositario de los rollos de película de Barnett, quería a toda costa hacer negocio con esas imágenes: primero a través de la prensa, y más tarde con la televisión. Eso me había quedado ya bastante claro en San Marino un mes antes, cuando al hablar con su representante, Chris Cary, éste me explicó que «tenemos una estrategia comercial muy definida, que consiste en informar en primera instancia a la opinión pública de lo que es el caso Roswell, crear expectación, confirmando que disponemos de imágenes que prueban que allí cayeron extraterrestres, y, una vez hecho eso, negociar al alza con los medios de comunicación para la venta de las imágenes de las autopsias en todo el mundo».

La venta, pues, había comenzado —deduje.

Los días que siguieron a mi encuentro con Anfruns fueron un auténtico infierno. Mientras él volaba hacia Chile, Renaud Marhic, corresponsal de la revista Año Cero en Francia, me confirmaba a vuelta de fax que, efectivamente, VSD había dedicado su portada al extraterrestre de Roswell, publicando un reportaje de seis páginas sobre el asunto que iba acompañado de un primer plano de la criatura[53]. Y lo que es más, incluía también algunos croquis del humanoide dibujados por Claude Greslé, un piloto civil francés, que no dejaban lugar a dudas que el ser del que hablaban era exactamente el mismo que yo había podido contemplar, bajo estrictas medidas de control policial, en el Teatro Titano de San Marino.

—¿Qué vas a hacer ahora con esta historia? —me increpa con picardía Enrique de Vicente, director de Año Cero, cuando le muestro por fin el ejemplar de VSD, precisamente el viernes 23 de junio.

—Seguirla hasta el fondo —le respondo—. De momento he podido averiguar que este reportaje ha sido publicado al hilo de la emisión en un programa de la televisión nacional francesa, TF-1, de algunas fotos extraídas de la película de Roswell.

—¿Y qué quieres decir con eso? —me pregunta Enrique.

—Pues que si la Merlin Group ha entregado ya imágenes a los medios de comunicación galos, tal vez quiera vendernos algunas para que las publiquemos en España en Año Cero.

A Enrique no le gustó. Desde que le puse al corriente de mis averiguaciones en San Marino, y le hablé de la extraña forma en la que se estaba conduciendo la difusión de la noticia, receló de su autenticidad. Creyó, así de sencillo, que podríamos estar cayendo en una trampa tendida para desprestigiar a quienes investigamos el tema ovni. A fin de cuentas, me explicó, si se demostrara en los meses venideros que todo formaba parte de un bien orquestado fraude, no sólo quedaríamos en evidencia aquellos que hubiéramos investigado las imágenes, sino que se destruiría el caso Roswell en sí, que la opinión pública identificaría para siempre, y de inmediato, con el «engaño» de las imágenes.

—Me parecen razonables tus advertencias —le reconozco—. Pero sean falsas o no, creo que merece la pena publicar esas fotografías y sacarlas del secretismo, primero militar y luego comercial, en el que han estado envueltas durante tanto tiempo.

Aceptó.

Hotel Monopole de Milán, 24 de junio de 1995. A las 12:00 horas.

Menos de veinticuatro horas después de mi conversación con Enrique de Vicente, mientras la Merlin Group negociaba con diversos medios de comunicación europeos la venta de algunos fotogramas del polémico filme, varias de estas tomas son distribuidas gratuitamente a un nutrido grupo de periodistas italianos, al término de una rueda de prensa, en el Hotel Monopole de Milán.

La reunión ha sido convocada por el Centro Italiano Studi Ufologici (CISU), que ha obtenido subrepticiamente esas imágenes y se cree en la obligación de difundirlas libremente a los medios de comunicación de su país. «El CISU tiene entre sus objetivos la correcta divulgación ufológica, y rechaza la creciente especulación sensacionalista del tema ovni con fines comerciales, a costa de la seriedad de quienes hacen realmente investigaciones»[54], puede leerse en el comunicado que acompaña a las fotos de Roswell.

Pero ¿cómo habían conseguido los directivos del CISU hacerse con esas tomas casi «secretas» que solo VSD había puesto en circulación? Y, sobre todo, ¿por qué se habían decidido a romper el «copyright internacional» con el que la Merlin Group había registrado semanas antes las imágenes divulgadas por VSD y TF-1 en Francia?

Una rápida llamada telefónica a Edoardo Russo, uno de los máximos responsables del CISU, con el que ya había tenido ocasión de hablar en San Marino hacía algo más de un mes, despejó todas mis dudas de un golpe.

—¿Qué sabes de la emisión en TF-1 de las fotos del extraterrestre? —me pregunta Russo al otro lado del auricular.

—Más bien poco —le confieso—. Sólo tengo referencias de ella gracias a los comentarios publicados por VSD esta semana.

—Ya… —musita—. Pues bien, el pasado 21 de junio el programa L’Odyssee de l’etrange de TF-1 emitió cinco imágenes de la película de Barnett. Nosotros conseguimos un vídeo de ese espacio nada más salir por antena, y fotografiamos de la pantalla del televisor todo el material que se presentó.

—¿Con qué propósito? —le pregunto sorprendido.

—Es una cuestión de moral —afirma Russo—. Como sabes, la Merlin Group está especulando con la venta de fotogramas de la película por cantidades millonarias, y nosotros creemos que nadie puede jugar con unas imágenes que, de ser auténticas, todos tenemos derecho a conocer. Por eso, hemos decidido reproducirlas y difundirlas gratuitamente a aquellos medios de comunicación que se mostraran interesados por ellas.

El argumento legalista del CISU me quedó claro al instante. Si se aceptaba como real la historia de Jack Barnett y su filmación, éste habría vendido a Ray Santilli un material que pertenece en realidad a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, ya que el cámara rodó las secuencias de las autopsias y los restos del ovni bajo las órdenes de este organismo militar. Desde esa óptica ni Santilli, ni Barnett ni, por supuesto, la Merlin Group tendrían derecho alguno para registrar como propias unas imágenes robadas. Por el contrario, la única vía que tendría esta compañía británica para registrarlas legalmente y emprender acciones jurídicas contra el CISU sería reconociendo antes que se trata de unas tomas de fabricación propia, en cuyo caso toda la historia del extraterrestre se derrumbaría[55].

—Pretendemos provocar a Santilli —me explica finalmente Russo—, hacer que reconozca que las imágenes son falsas… si es que quiere insistir en que dispone de un «copyright» que las protege. De lo contrario, creemos que la humanidad tiene el derecho a conocerlas, y acceder a ellas de forma libre y gratuita.

El CISU me convenció. De hecho, paralelamente a mis conversaciones con Russo, que se convirtieron en algo habitual durante los días siguientes, había intentado comprar para Año Cero las fotos a la Merlin Group por un valor que oscilaba entre 1200 y 1500 euros cada una. Aquellas negociaciones llegaron a un punto muerto después de que Perry Petrakis, director de la revista especializada Phénomèna y representante circunstancial de los intereses de Santilli en Francia, no recibiera confirmación alguna de Londres para vendernos las preciadas tomas. Y en cierta medida, fue una suerte.

No esperé más.

El 6 de julio a mediodía tenía los primeros cuatro fotogramas extraídos del filme del extraterrestre de Roswell sobre mi mesa, en la redacción de Año Cero. El CISU las había enviado a toda velocidad, al tiempo que me embarcaba en una discusión con Enrique de Vicente y Eduardo Fernández, redactor-jefe de la publicación, sobre la conveniencia de unirnos a su campaña pro libre circulación del material de Barnett y emprender una investigación en condiciones que determinara su autenticidad.

—¿Y no será todo este asunto de la película de Roswell parte de una campaña publicitaria de Spielberg para promocionar su próxima película? —me preguntó con su habitual suspicacia Enrique, mientras examinaba por primera vez las fotografías del extraterrestre.

Su venenosa cuestión estaba más que justificada. No en vano, él sabía como nadie que desde finales de 1993 venían circulando rumores en el seno de la comunidad ufológica sobre el inminente estreno de un nuevo largometraje del «rey Midas» de Hollywood, Steven Spielberg, ambientado, precisamente, en el caso Roswell. El filme, al que algunas voces ya titulaban como Majestic o Proyecto X, indistintamente —en clara referencia al más que dudoso comité Majestic-12 (o MJ-12), creado en 1947 por Harry Truman para investigar este episodio y al que me referiré con detalle en el capítulo 8—, se estrenaría en 1997, coincidiendo con el cincuenta aniversario del accidente de Nuevo México.

Ahora bien, de ser un rumor, ¿cuál era su origen? Allá hasta donde he podido averiguar, estas voces se originaron en sendos artículos publicados el 22 de diciembre de 1993 y el 1 de febrero de 1994 en los periódicos sensacionalistas británicos Daily Mirror y Daily Star, respectivamente, basándose en algunas informaciones más que dudosas suministradas por un tal Carl Nagaitis. Lo curioso del caso, es que en estos artículos se insinuaba ya claramente que Spielberg iba a utilizar en su nueva superproducción fragmentos de una filmación militar real, hasta hace poco en poder de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. ¿La filmación de Barnett? Y en ese caso, ¿cómo supieron de su existencia si Ray Santilli aún no la había dado a conocer?

Visto así el asunto, era lógico que Enrique frunciera el ceño y me insinuara la posibilidad de una astuta «campaña promocional» como objetivo último del escándalo de la filmación de Barnett.

—Hay alguna razón para no creer en la hipótesis que planteas —le contesto.

—¿Cuál?

—Hace un mes y medio, en San Marino, Philip Mantle me aclaró quién es Carl Nagaitis. Se trata de un periodista inglés amigo suyo, con el que incluso ha publicado recientemente un libro a medias[56]. En 1993, al enterarse Nagaitis de que Santilli aseguraba tener en su poder la película de Roswell (cosa que aún no era cierta), decidió presionarle a través de la prensa. Inventó el rumor de que Spielberg planeaba rodar una especie de nueva Lista de Schlinder, mezclando imágenes reales con imágenes de ficción, pero ambientada en el caso Roswell. De esta forma creyó que Santilli reaccionaría y daría a conocer de inmediato «su» polémico filme militar.

—¿Y…? —frunce el ceño Enrique mientras escucha mis explicaciones.

—… Bueno, Santilli, en vez de reaccionar según lo previsto, aprovechó ese rumor para que creciera aún más la expectación sobre la película, aún casi quince meses antes de que comenzara a hablarse de ella abiertamente.

Mis explicaciones le bastaron.

Lo que entonces no le conté a Enrique es que, en San Marino, el propio Mantle me aclaró algo más sobre este asunto:

—Contacté con las oficinas de Amblin Entertainment, la empresa de Spielberg, en Gran Bretaña y en Estados Unidos, y éstos negaron categóricamente estar trabajando sobre ninguna película de ovnis o nada parecido. Tengo las cartas que lo prueban.

Efectivamente, en los documentos que obran en los archivos de Mantle puede leerse inequívocamente que «los rumores según los cuales Spielberg estaría envuelto en un proyecto relacionado con ovnis son falsos». Y añaden los responsables de Amblin: «Nuestro departamento de producción no tiene en proyecto ningún largometraje sobre el caso Roswell».

Punto y final.

Sin embargo, el rumor de Spielberg no fue el único que circuló durante los primeros meses de 1995 alrededor de la filmación de Barnett. Uno de éstos apuntaba que Jacques Vallée, un prestigioso ufólogo francés afincado en California, tuvo la ocasión de ver un fragmento de esta filmación secreta mientras visitaba Brasil en la primavera de 1980, con ocasión de varias investigaciones ovni sobre el terreno. En aquella ocasión, Vallée —según las mismas dudosas fuentes— ni siquiera se interesó por obtener una copia del segmento, ya que creyó que pertenecía a una mala película de ciencia-ficción sudamericana. Lo cierto es que en una carta dirigida al propio Philip Mantle, y fechada el 1 de mayo de 1995, Vallée asestaba un golpe de muerte a semejantes comentarios: «El rumor que has oído sobre mí, Brasil y la supuesta filmación de Roswell es sólo eso, un rumor. Nunca he hecho ninguna declaración así. Me han dicho que el comentario fue difundido por alguien llamado Dan Smith, pero no sé si él lo inventó o estaba sencillamente repitiéndolo».

A la presunta «conexión brasileña» del filme le costaría algunas semanas más morir. También para George Wingfield, un conocido investigador ovni inglés especializado en el fenómeno de los círculos en los sembrados, la polémica película de las autopsias podría pertenecer a las imágenes en bruto —es decir, tal y como fueron tomadas, sin cortes o arreglos— de un largometraje de ciencia-ficción de la serie B, rodado en los años cincuenta en Brasil. Tras el desmentido de Vallée de mayo, Wingfield varió de hipótesis, sugiriendo otra bastante más interesante.

—Existe otra posibilidad que debería ser considerada —argumentó en Internet—. Y es que este pudo ser un filme secreto de entrenamiento[57], producido por los militares para uso de los militares. No hay duda de que, tras los episodios de los años cuarenta y cincuenta (incluyendo, claro está, el caso Roswell), muchos altos mandos y gente del gobierno creían firmemente, correctamente o no, que los platillos volantes eran de origen extraterrestre. Si éste era el caso, ¿qué podría ser más natural que preparar una película para mostrar a unidades especiales del ejército qué hacer en el caso de recuperar un ovni estrellado?

Si he de ser sincero, tras obtener las primeras fotografías del filme y burlar la absurda «censura comercial» que les había sido impuesta por la Merlin Group, en lo último en que pensé fue en el origen de los rumores de Spielberg o en la posibilidad de estar frente a una «película de entrenamiento militar». Durante días mandó la actualidad: ¡teníamos las fotos prohibidas! De hecho, al recibirse las imágenes, casi de inmediato se decidió que Año Cero debía dedicar la portada de su número de agosto al «affaire Santilli-Roswell», convirtiéndose así en la primera publicación española que daba a la luz este polémico material.

El impacto fue total.

Prácticamente todos los medios de comunicación españoles se hicieron eco de nuestra investigación, al tiempo que la revista desaparecía de los quioscos en tan sólo siete días. Teníamos un precedente: en Francia, un mes antes, VSD había agotado sus cuatrocientos mil ejemplares en apenas setenta y dos horas con la photo d’un extraterrestre en su portada; mientras que en Italia las revistas que se hicieron eco de las fotos difundidas por el CISU aumentaron espectacularmente sus ventas.

Steven Spielberg desmintió estar preparando una película sobre el caso Roswell.

No cabía duda. Lo que hasta hacía unos meses era un rumor que sólo logró encrespar los ánimos de los interesados por los ovnis, ocupaba ahora las primeras páginas de los periódicos y las portadas de muchas revistas.

Y eso que, paradójicamente, hasta ese momento la historia de la película seguía cimentada en voces poco sólidas, en comentarios infundados diseminados vía Internet o en declaraciones más que sospechosas de los directivos de la Merlin Group.

La euforia pasó pronto, dando pie a nuevas investigaciones.

Se hacía imperioso, por ejemplo, confirmar o desmentir rumores tales como la existencia de un rollo de película que recogía imágenes del presidente Harry Truman asistiendo a una de las autopsias, o que había una toma del filme en donde podía leerse claramente «Doctor Detlev Bronk», que es el nombre de un famoso fisiólogo norteamericano de mediados de siglo, miembro en 1947 del Comité de Medicina de la Fuerza Aérea y, sin duda, el candidato ideal para conducir en secreto unas autopsias de tan delicada naturaleza. Se necesitaba, asimismo, acceder a los análisis químicos del celuloide que autentificaran su edad y —por encima de todo— se requería llegar de una vez por todas al hombre que rodó este documento.

—¿Qué te parecería si entrevistáramos a Ray Santilli a través de los micrófonos de Onda Madrid y aclarásemos algunos puntos oscuros de la trama de Roswell? —me sugiere Antonio Muro, director del programa radiofónico Diálogos en la Nueva Era, a mediados del caluroso mes de julio de 1995.

Sonreí para mis adentros y agradecí a la Providencia aquel nuevo guiño. Su invitación, casi sobra decirlo, llegaba en el momento oportuno. Aparte de algunas pocas entrevistas concedidas en una entonces novísima Internet y a revistas como Phénomèna[58], Santilli no había dado la cara en demasiadas ocasiones para rendir cuentas de «su» película…

Y tenía, ciertamente, muchas cosas que explicar.

Por eso, dejé hacer al Destino anotando la propuesta de Muro en mi agenda.

Estudios de Onda Madrid, 26 de julio de 1995. A las 17:30 horas.

No era difícil palpar la tensión en el interior del estudio de grabación de Onda Madrid. Y es que todos habíamos llegado a la emisora dispuestos para cualquier sorpresa. Mientras Antonio Muro y yo nos ajustábamos nuestros auriculares para poder escuchar los comentarios de Santilli al otro lado del hilo telefónico, Josep Guijarro estaba también pendiente de la entrevista, ocupando otra línea telefónica desde Barcelona.

A las 17.30 en punto todo parecía estar listo. Unos golpes en el micrófono, una música suave y unas rápidas palabras de presentación, sirvieron de preámbulo a la grabación[59].

—Señor Santilli, saludos. Bienvenido a España, bienvenido a nuestro programa —irrumpe Muro.

—Hola —responde escuetamente Santilli.

—¿Es usted propietario de una película en donde se registran las autopsias a unos supuestos entes biológicos extraterrestres, recogidos en el accidente de Roswell en 1947?

—Sí, lo soy.

—¿Nos podría contar cómo llegó a hacerse con ese material filmográfico?

—Hace dos años y medio conocí al cámara que originalmente tomó la película en Norteamérica —explica—. Yo estaba entonces trabajando en un proyecto totalmente distinto, y el cámara, que ahora tiene ochenta y dos años de edad, me aseguró que tenía algunas películas de otros temas. En 1955 trabajó por cuenta propia para la Universal News, y le compramos algunas imágenes de esa época. Inicié una muy buena relación con él, y en ese tiempo nos dijo que hasta 1952 él había trabajado para la Fuerza Aérea; así que, tras concluir nuestro primer negocio, nos preguntó si estaríamos interesados en algo más, algo muy especial. Nos contó la historia de un accidente aéreo en 1947 en los desiertos de Nuevo México, y nos dijo que tenía filmaciones de criaturas extraterrestres y de un platillo volante. Le dijimos que aquello nos parecía muy interesante y le pedimos verlas. Nos llevó a su casa y vimos la película. Nuestra primera impresión fue que se trataba de algo auténtico. Entonces, le hicimos una oferta y nos llevó casi dos años llegar a un acuerdo con él hasta que la conseguimos[60].

—¿Qué pruebas han hecho ustedes en la película para conseguir probar su veracidad? —le increpa Antonio Muro.

—El filme ha sido autentificado por Kodak en tres diferentes oficinas en el mundo. En Hollywood, aquí en Gran Bretaña y también en Dinamarca. Han confirmado que la película es genuina, ya que el celuloide puede proceder de 1947. Además, hemos llevado este material a los mayores expertos médicos en el mundo, casi en cada país. Estos expertos han visto el documento y todos ellos coinciden en señalar que la criatura que hay sobre la mesa es auténtica, que es de carne y hueso, aunque no pueden decir de qué tipo de criatura se trata ya que las imágenes son bastante singulares. En cualquier caso, no es un ser humano.

—A quienes seguimos el fenómeno ovni nos hubiera gustado ver esta «primera prueba», no sé si ilusamente, presentada en algún lugar como las Naciones Unidas. ¿Por qué todavía no ha tenido una trascendencia mundial esta película, si realmente contiene esas primeras imágenes de extraterrestres?

—En primer lugar, la película no ha sido vista en ningún lugar del mundo, ya que ha permanecido hasta ahora secreta. Durante casi cincuenta años el filme ha sido propiedad privada del gobierno de los Estados Unidos y también del cámara. Nunca antes ha sido presentada al público, y hoy la tenemos gracias a que el cámara que trabajó para los militares conservó cierta cantidad de rollos de película durante estos años. Los americanos tienen la mayor parte del filme, pero el cámara retuvo algunos fragmentos. Tuvimos suerte de estar en EE. UU. en el lugar adecuado, en el momento preciso, para poder llegar a un acuerdo con la persona que había custodiado este material. Debe usted entender que el cámara nos entregó la película por dinero, y, al menos en lo que a él le concierne, tiene más de ochenta años, no quiere verse involucrado en la promoción o la venta de ésta. Por eso llegó a un trato muy simple con nosotros.

Y añade Santilli acto seguido:

—Otro punto que quiero mencionar es que tuvimos la posibilidad de ir a su casa, ver cómo vive, pudimos ver sus álbumes familiares, sus papeles militares de incorporación a filas y de su salida del ejército, y sabemos que el cámara es cien por cien auténtico. Hasta pudimos verificar que él estuvo en el ejército en la época de la película.

En otro momento de la entrevista, Antonio Muro vuelve a puntualizar las cosas:

—Es una pregunta un tanto inocente, señor Santilli —se excusa—, pero ¿usted se ha sentido utilizado por algo o alguien en una operación de posible intoxicación del fenómeno ovni?

—No. La película es auténtica. Debe comprender que cuando vimos la filmación por primera vez hace dos años y medio y quisimos adquirirla, empleamos un gran esfuerzo, y, si hubiera alguna conspiración o algún plan para engañar al público, hubiéramos tenido más facilidades para comprarla, no siendo necesario tanto tiempo. También otro punto que quiero aclarar es sobre la gente que cree que es un fraude; si nosotros creyéramos que es un fraude, la hubiéramos vendido ya en enero a un buen número de televisiones de todo el mundo, cuando comenzó a hablarse de ella, y a estas alturas nos hubiéramos olvidado del asunto. No la vendimos en enero a cambio de mucho dinero, y la razón por la que todavía la conservamos es porque creemos que la película es auténtica y que tiene un gran futuro.

Tomé aire. Tras este último comentario de Santilli, Antonio decide introducirme en la conversación. Mientras tomo nota apresuradamente en mi cuaderno de bitácora de los puntos clave de aquella entrevista, la luz roja que indica que estamos en antena vuelve a relampaguear en la pared.

—A mí me gustaría aclarar una serie de rumores que han circulado sobre la filmación —retomo la conversación—. El primero hace referencia a si la filmación recoge en alguno de sus noventa minutos las imágenes de algún extraterrestre vivo…

Santilli vacila un segundo, pero contesta firme.

—Los expertos médicos que han visto la filmación coinciden todos en señalar que la criatura (de la primera autopsia) estaba viva al menos dos horas antes de llevarse a cabo la necroscopia. Debido a la textura de los órganos y los fluidos del cuerpo, están convencidos de que la criatura estuvo viva poco antes de que los cirujanos comenzaran a operar. Una tercera autopsia tuvo lugar tres semanas después del accidente, y la última dos años más tarde. Hay muchos argumentos para suponer que las criaturas permanecieron vivas durante cierto periodo de tiempo, ya que el cámara nos ha confirmado que los cuatro seres fueron recuperados con vida.

—El segundo rumor —prosigo— hace referencia a que en algún momento de la filmación aparece el presidente Harry Truman asistiendo a las autopsias.

—No —responde contundentemente Santilli—. Para contestar esta cuestión disponemos únicamente de las fundas de la película, pues poseemos un rollo de filme que creemos que fue tomado durante uno de los exámenes de la criatura. Se trata del rollo número 57 y sólo la etiqueta que hay sobre el rollo confirma que el presidente Truman y algunos de los miembros de su equipo fueron filmados. Tengo que explicar, además, que recibimos unos noventa minutos de filmación, aunque muchos de ellos están en condiciones muy pobres. Y hay muy pocas imágenes. Las únicas que hemos podido recuperar son las dos autopsias que están muy claras, y también algunas tomas de los restos. Pero, desgraciadamente, la filmación en la que se encuentra Truman de momento necesita ser sometida a una mejora técnica y quizá así podamos recuperarla. Ahora mismo no puedo decir que poseamos ese filme porque aunque disponemos del celuloide físicamente, no hemos podido ver ninguna imagen de él de momento.

—El tercer rumor es al respecto de si, en algún momento de las filmaciones de las autopsias, aparece el nombre del doctor Detlev Bronk asociado a las imágenes —continúo.

—Creemos, estamos bastante seguros de ello, que ese nombre aparece en las listas médicas justo cuando los cirujanos están anotando los datos de las autopsias. Aparecen dos nombres, uno de ellos no se puede leer pero el otro sí: Bronk. Sí se puede, pues, confirmar que ese nombre aparece en la película.

—Otra de las cuestiones que han suscitado mucha controversia y contradicciones es respecto al material exacto que el señor Jack Barnett le entregó. ¿Puede aclararnos el número exacto de fundas y películas y la duración total de todo el material?

—Noventa minutos de grabación en total. Veintidós cajas de películas. Veinte de éstas tienen una duración de tres minutos, una de ellas contiene ciento veinte metros de película en negativo y, existe otra caja que guarda sobrantes del filme. Mientras que el total de su duración es de noventa minutos, el material visible no supera probablemente los veinticinco o treinta minutos.

Antonio Muro, que no ha perdido detalle de todas y cada una de las respuestas de Santilli, da finalmente paso a Josep Guijarro para que exprese sus dudas.

—Voy a tratar de ser más incisivo para resolver algunas de las dudas que atenazan a la operación de divulgación de esta película en sí —advierte Guijarro—. Mi primera pregunta tiene que ver con el «copyright» del filme, pues, si tal y como afirmaba hace unos instantes el señor Santilli esta película es propiedad del gobierno de los Estados Unidos y que el propio Barnett la ha robado, ¿cómo puede registrar un «copyright» a su nombre?

Me revolví en la butaca del estudio.

—Primero, debemos decir que el filme es propiedad del gobierno norteamericano —responde pausadamente Santilli—. Nosotros les hemos invitado a que nos reclamen la película para que les sea devuelta, y les hemos invitado a que iniciaran procesos legales contra nosotros a causa del «copyright». Si eso llegara a producirse, estaríamos ante una historia todavía mayor porque entonces se confirmaría que la filmación es genuina, y que hubo un cámara que la rodó para ellos. Creemos que el gobierno no la reclamará, porque de esta forma estaría admitiendo la existencia de una gran ocultación.

Josep Guijarro vuelve a la carga con una pregunta realmente clave.

—La película, ¿les fue dada ya editada, montada, o depurada por el cámara?

—Los rollos que hemos recibido no están editados. Bien —matiza—, veinte de los rollos no están editados. Existen cincuenta fotogramas en positivo y un rollo en negativo que no hemos podido procesar, así como un largo rollo de filme que tiene fragmentos editados. Pero el material principal no está editado.

—A mí me gustaría formular una pregunta más —interrumpo—, y es sobre Jack Barnett, el cámara. Sabiendo que para autentificar esta película es tan importante el testimonio de Barnett, ¿ha tomado el señor Santilli alguna precaución cuando habló con él, para conseguir sus certificados militares o fotografías que demuestren que estuvo en Nuevo México trabajando para la Fuerza Aérea…? Y si tiene ese material, ¿lo pondrá a disposición de los investigadores?

—Como he dicho al principio, cuando visitamos a Jack Barnett, tuvimos la suerte de examinar todos sus papeles y diarios personales. Vimos sus documentos de enrolamiento y de salida de las Fuerzas Aéreas, aunque también tenemos una declaración por escrito de Jack Barnett…

—Ya, pero, y esto es una ampliación de la pregunta de Javier —irrumpe Antonio Muro justo a tiempo—, ¿se quedó usted con alguna copia de esos documentos?

—No tenemos ningún material suyo aparte de su declaración, pero uno de los equipos de televisión que están preparando un documental sobre el tema probablemente se reunirá con él próximamente y obtendrán algún material complementario.

—Me gustaría confirmar si cuando Barnett rodó la película lo hizo como cámara de las Fuerzas Aéreas o como miembro de alguna empresa contratada por la USAF —le cuestiona por último Josep.

—Él rodó en calidad de oficial al servicio de la Fuerza Aérea —responde Santilli.

—¿Y con qué graduación? —le increpo.

—No puedo responder a esa cuestión.

La conversación resultó, a todas luces, reveladora, pero Antonio Muro guardaba aún una cuestión que —entonces no supe verlo— me tendría en jaque durante las siguientes semanas.

—¿Cuándo podremos ver definitivamente esa película? —le pregunta.

—El filme podrá verse a partir del próximo 28 de agosto en todo el mundo, a excepción de España, porque España es el único país que todavía no ha solicitado una copia de la filmación. Pero quizá durante las próximas dos o tres semanas alguna de las cadenas de su país se pondrá en contacto con nosotros. En América, en Inglaterra, en Australia, en Italia, en Francia… en todas partes del mundo se emitirá la película el próximo 28 de agosto. Y esta gente verá la autopsia completa, los restos de la nave…

¡28 de agosto! Por un momento estuve a punto de maldecir mi estampa. Y es que —cosas del carácter juguetón del Destino— ese día iba a estar apartado forzosamente de mi investigación del caso Roswell, perdido con suerte entre las estribaciones de la sagrada montaña tebana. En pleno Valle de los Reyes egipcio.

Suspiré.

La Navata, Madrid, 3 de septiembre de 1995. A las 08:10 horas.

Con cierto despecho arrojé mis maletas sobre la cama, dejé los billetes de EgyptAir sobre mi mesa de trabajo y me dispuse a escuchar la veintena de mensajes que se acumulaban desde hacía diez días en mi contestador automático. Mi estancia en Egipto había seguido los cauces previstos, pero también me había aislado por completo de mi principal investigación en ese momento. Sólo algunos recortes extraídos de las ediciones del 29 de agosto de los rotativos londinenses The Times y The Daily Telegraph, así como alguna crítica publicada en Le Figaró y que pude comprar in extremis a un repartidor de periódicos nubio en Asuán, eran todo lo que había podido recabar en el país de los faraones sobre la proyección del «filme de Roswell». Patético.

El Mundo, 4 de septiembre de 1995
La expectación generada por la emisión de la «película de Roswell» en Antena 3 Televisión, llevó el tema a todos los periódicos. El Mundo parodió el asunto, al mezclarlo con el escándalo político de los GAL en esta magistral viñeta de Idígoras y Pachi.

Al menos, así me mantuve al corriente de cómo la prensa británica criticó el reportaje emitido por el Canal-4 titulado Secret History: The Roswell Incident, y supe que ésta no dejó de mostrar su sorpresa por el hecho de que algo más de seis millones de espectadores hubieran seguido la emisión. En Francia las reacciones fueron similares. Casi nueve millones de televidentes siguieron sin pestañear la proyección de unos pocos minutos de la autopsia de Barnett y los comentarios de algunos cirujanos, sacerdotes y expertos en digitalización de imágenes. Pero ¿y en España? ¿Qué había sucedido en ese tiempo en mi país?

Traté de no desesperarme.

La solución —enésimo guiño del Destino, sin duda— la tenía en mi contestador, pues varios de los mensajes retenidos me advertían que esa misma tarde Antena 3 Televisión había programado la emisión del reportaje de Canal-4 sobre el incidente de Roswell.

La suerte seguía estando de mi lado —pensé.