CAPÍTULO 3

El «informe Weaver»

A nadie medianamente despierto se le escapa que la historia humana tiene una naturaleza esencialmente cíclica. Acostumbrados como estamos a sus caprichos, no damos apenas importancia a comportamientos que se repiten generación tras generación, o a situaciones comprometidas ante las que reaccionamos de la misma forma una y otra vez sin importarnos los años transcurridos. El caso Roswell ofrece, sin duda, uno de los mejores ejemplos que conozco de este curioso resorte del comportamiento humano.

Y me explico.

Cuando en julio de 1947 la prensa increpó a la Fuerza Aérea norteamericana para que se pronunciase sobre el objeto caído cerca del rancho Foster, el general Ramey contestó de inmediato que el «disco volante» del que se había hablado no era más que un amasijo de restos procedentes de un sencillo globo de sondeo meteorológico. En 1994, casi cinco décadas más tarde, la USAF volvió a ser presionada por la opinión pública con una demanda esencialmente idéntica, y ésta decidió contestar con el mismo argumento que hacía cuarenta y siete años para defender el que es —cada vez está más claro— uno de sus secretos mejor guardados.

Como digo, todo un ciclo.

Washington DC, 15 de febrero de 1994. En algún momento de la mañana.

El secretario de Defensa de los Estados Unidos, William J. Perry, apenas puede dar crédito a la nota que acaba de recibir en su despacho. Se trata de un comunicado oficial expedido por la Oficina General de Contaduría (GAO) en el que se le informa que este comité especial del Congreso va a iniciar una auditoría en el seno del Departamento de Defensa. En esta ocasión, la GAO no busca pruebas que demuestren la existencia de otro Irangate, ni tan siquiera pretende comprobar la lista de gastos de la costosa operación Tormenta del Desierto en Irak. Nada de eso. Se trata —y esto es lo que realmente sorprende a Perry— del primer paso firme dado por algunos ciudadanos de Nuevo México en una larga investigación que busca aclarar cómo la Fuerza Aérea adquiere, clasifica y retiene información general sobre «accidentes de globos, aviones y similares».

Contrariamente a lo que pueda parecer, al secretario de Defensa no se le escapa que esa etiqueta es un eufemismo que encubre otra búsqueda mucho más concreta: la de documentos administrativos relativos al accidente de un «disco volante» en un rancho de la región de Roswell en las postrimerías de los años cuarenta.

Y es que, de hecho, la nota que acaba de llegar al despacho de Perry es el último eslabón de una larga secuencia de acontecimientos.

Todo comenzó a finales del año anterior en las oficinas del congresista republicano Steven Schiff, en Albuquerque. Este hombre, que cuenta con el apoyo de más del setenta por ciento del electorado del estado de Nuevo México, llevaba ya demasiadas semanas recibiendo cartas y mensajes de sus votantes pidiéndole que presionara al gobierno de Washington y aclarara, de una vez por todas, qué fue lo que cayó en Roswell en el verano del cuarenta y siete. La tenacidad de sus electores en esa cuestión estaba convirtiéndose en toda una pesadilla para él.

Y con razón.

La publicidad generada por los últimos programas televisivos emitidos en Estados Unidos sobre el caso, y la reciente publicación de sendos libros en torno al accidente de Roswell[30], habían abierto una herida que llevaba demasiado tiempo cerrada.

Por suerte para Schiff, varios aliados le salieron al paso.

Antes de emprender ninguna acción oficial, el congresista recibió en su despacho un grueso dossier sobre el accidente Roswell, de ciento sesenta y ocho páginas nada menos, elaborado especialmente para la ocasión por la organización ufológica Fund for UFO Research (FUFOR). El documento en cuestión contenía veintinueve declaraciones juradas de testigos, decenas de referencias al personal militar implicado y toda clase de material histórico que demostraba, sin género de dudas, que algo fuera de lo común se había estrellado al oeste de Nuevo México y que había sido recuperado en secreto por los servicios de inteligencia del 509 Escuadrón de Bombarderos, hacía la friolera de cuarenta y siete largos años.

El documento de la FUFOR, redactado por Fred Whiting en colaboración con otros investigadores como Karl Pflock, Stanton Friedman, Don Berliner, Kevin Randle y Don Schmitt, insistía, además, en la necesidad de elevar una petición formal al gobierno para aclarar el asunto y despejar algunas dudas más que razonables sobre la verdadera naturaleza del ingenio siniestrado.

Desde que este informe cayó en sus manos, Schiff trabajó duro. Pidió explicaciones al Departamento de Defensa, al Pentágono y hasta a los Archivos Nacionales, aunque nadie pareció interesado en aclarar las cosas. Irritado por la pasividad de la administración, en octubre de 1993 puso finalmente el asunto en manos de la todopoderosa Oficina General de Contaduría, con la intención de exigir —que no de pedir— la documentación relativa al caso Roswell.

Fue un acierto.

La GAO es el brazo investigador del Congreso de los Estados Unidos, así como el organismo encargado de inspeccionar las actividades de la administración pública. Sólo en 1993 había invertido más de cuatrocientos noventa millones de dólares en todo tipo de investigaciones oficiales, para las cuales se le brindó acceso a cuantos archivos —confidenciales o no— necesitó consultar. Por ello, poner en manos de la GAO una investigación así suponía, de entrada, el esfuerzo más serio jamás emprendido para arrancar un secreto ovni a la Fuerza Aérea de ese país.

La imponente maquinaria de esta Oficina empezó a trabajar dos semanas después del comunicado oficial al secretario de Defensa, William Perry. El último día del mes de febrero de 1994, en el despacho del inspector general del Departamento de Defensa, tuvo lugar una nueva reunión en la que se decidió cómo actuar ante el caso, qué archivos consultar y qué entrevistas a los testigos involucrados en la recuperación original de los restos deberían concertarse. Curiosamente, esa misma jornada un equipo de investigación de la Fuerza Aérea, puesto en marcha nada más saberse que los siempre incómodos investigadores civiles de la GAO meterían sus narices en los archivos militares, encontró una «pista» a la que —en las semanas venideras— la USAF se agarraría como a un clavo ardiendo para justificar el caso Roswell. Según ésta, entre junio y julio de 1947 un grupo de científicos de la Universidad de Nueva York se hallaba probando en la base de Alamogordo, no excesivamente lejos del rancho Foster, globos «suspendidos para detectar ondas de choque generadas por explosiones nucleares soviéticas»[31] que pertenecían a un proyecto supersecreto (de categoría «1-A») conocido como Mogul.

El propósito del programa Mogul era elevar micrófonos muy sensibles a la alta atmósfera, para captar desde allí el estruendo de las hipotéticas primeras pruebas nucleares rusas. Aparentemente no se obtuvieron resultados positivos durante las semanas que duró tan peregrina experimentación, pero la intentona, pese al fracaso, fue clasificada como muy secreta.

Informe Weaver: Un mismo perro con distinto collar.

Lo reconozco. Ninguna investigación relacionada con Roswell, haya sido militar o civil, se ha desarrollado nunca por cauces convencionales. Y es que la propia naturaleza del caso parece exigirlo así. Quizá por ello, mientras la GAO diseñaba su procedimiento de actuación para averiguar qué sucedió en el rancho Foster en julio de 1947, la USAF se había adelantado ya a su búsqueda y había puesto en marcha a varios oficiales de su Oficina de Investigaciones Especiales (AFOSI) para que elaborasen urgentemente su propio informe y lo entregasen rápidamente a la prensa. Como así fue.

El «informe Weaver» vio por primera vez la luz el 8 de septiembre de 1994, y aunque estaba fechado en julio y muchos esperábamos su inmediata «desclasificación», su salida me pilló fuera de juego.

Fue mi buen amigo y mejor historiador del fenómeno ovni Richard Heiden quien, con la diligencia que le caracteriza, me mandó urgentemente desde Milwaukee, en un sobre hermético de color sepia, las veintitrés páginas de que constaba ese aún caliente documento. No sin cierta emoción, recuerdo todavía con qué deleite me dispuse a examinar lo que se antojaba, de entrada, como un texto excepcional. Y debía serlo por dos razones: la primera, porque se trataba del primer escrito oficial relativo al caso Roswell emitido por la Fuerza Aérea desde el comunicado de prensa redactado el 8 de julio de 1947 por el teniente Haut. Y la segunda, porque me encontraba ante el primer documento público que la USAF redactaba sobre ovnis desde que fuera clausurado el Proyecto Libro Azul en 1969.

No era, pues, para tomárselo a la ligera.

Nada más empezar a leerlo, descubrí que las prisas de la Fuerza Aérea por emitir su postura oficial tenían una poderosa razón de ser. Según el coronel Richard L. Weaver, oficial de AFOSI y responsable último del informe, debía quedar claro ante la opinión pública que «la búsqueda no ha localizado ningún documento en las oficinas de la Fuerza Aérea que señale una ocultación de la USAF, así como ninguna indicación de tal recuperación (de un platillo)». A fin de cuentas, aventuraba el mismo «informe Weaver» líneas más adelante, «nuestros esfuerzos de investigación no han encontrado ningún documento relativo a la recuperación de cuerpos alienígenas o materiales extraterrestres»[32].

El coronel Weaver insiste, desde la primera página de su trabajo hasta la última, que lo que causó el estupor de William «Mac» Brazel en su rancho cercano a Corona fueron los restos de un tren de globos, de unos ciento ochenta metros de envergadura, pertenecientes al vuelo secreto número 4 del Proyecto Mogul. Para probarlo, el informe de la USAF contiene en uno de sus apéndices la declaración escrita de Charles B. Moore, ingeniero del proyecto, en el que este afirma que «no puedo encontrar ninguna otra explicación para el caso Roswell que la de que se tratase de uno de nuestros globos de servicio de primeros de junio»[33].

Mi estupefacción al leer los comentarios de Moore fue considerable. Unos años antes, en el primer libro publicado sobre el caso Roswell, este mismo profesor del Instituto de Minería y Tecnología de Nuevo México daba una versión radicalmente distinta de los hechos.

—Basándome en la descripción que acaba de facilitarme —declaró en 1979 al investigador William Moore (con el que no mantiene ningún grado de parentesco)—, puedo definirme de un modo claro. No se trataba de ningún tipo de globo de los usados allá por 1947, o incluso hoy, para estos fines: no hubiera podido dejar restos sobre una gran zona o revolver el suelo de alguna forma. No tengo la menor idea de qué pudo ser aquel objeto, pero no me parece que un globo respondiese a una descripción así…[34]

¿Qué hizo cambiar de opinión al profesor Charles Moore? Según él, sencillamente, el haber podido examinar con detalle las fotos de los restos del «ovni» que Bond Johnson tomó el 8 de julio de 1947 en el despacho del general Ramey en Fort Worth.

¡Bendita historia!

Portada del «informe Weaver», redactado presurosamente por la USAF, en cuanto se hizo público que el Congreso iba a ordenar una auditoría para buscar todos los documentos del caso Roswell.

Pero sigamos. La tesis oficial de la Fuerza Aérea sostiene que el vuelo número 4 «fue lanzado el 4 de junio de 1947, aunque no fue nunca recuperado por el grupo de la Universidad de Nueva York. Es muy probable que este tren de globos de alto secreto, construido con componentes no confidenciales, cayera algunas millas al noroeste de Roswell, fuera hecho trizas por el viento y posteriormente encontrado por el ranchero “Mac” Brazel diez días después». Y añade Weaver en su informe: «Esta posibilidad está apoyada por las observaciones del hoy teniente coronel Sheridan Cavitt, único testigo aún con vida que vio el campo de restos y el material encontrado. El teniente coronel Cavitt describió una pequeña área con restos que parecían “barras cuadradas tipo bambú de dos a tres centímetros cuadrados, muy ligeras, así como una clase de material también muy liviano… Recuerdo haber identificado esos restos como partes de un globo meteorológico”»[35].

También hay razones para recelar del testimonio de Cavitt. Tras la muerte del mayor Jesse Marcel en 1986, las escasas declaraciones públicas de este oficial de contrainteligencia tendieron siempre, por alguna razón que desconocemos, a minimizar lo que se pudo encontrar en el rancho Foster. Negó que el área que cubrían los restos fuera tan grande como relataron Marcel y «Mac» Brazel, e incluso que tuvieran que volver a la zona para recoger el resto del material esparcido. De hecho, en su reciente declaración escrita para el «informe Weaver», insinúa que «conocí a Jesse Marcel y a Bill Rickett —el oficial de inteligencia que trabajó con el doctor La Paz— muy bien. Siempre los consideré buena gente, aunque ambos tendían a exagerar ocasionalmente las cosas»[36].

¿Exagerar?

El coronel Weaver olvidó mencionar en su informe, al hablar de los restos del ovni, lo que «Mac» Brazel comentó a algunos de sus vecinos: que deseaba que alguien retirara lo más rápidamente posible ese material de sus tierras porque, debido a su gran tamaño y a lo compacto de los restos, las ovejas no podían pastar entre aquellos metales. Ese comentario, formulado a rancheros locales como Tommy Tyree entre otros, desmonta también la secuencia cronológica que la USAF pretende asignar al incidente de Roswell. Para los militares, «Mac» Brazel localizó el vuelo número 4 el día 14 de junio, tardando tres semanas más en decidirse a viajar a Roswell para denunciarlo al sheriff Wilcox… sin que en ese tiempo se hubiese dado cuenta que se trataba de restos de globos sonda convencionales.

No olvidemos que «Mac» Brazel ya se había encontrado con otros globos en sus tierras en diversas ocasiones; que los había denunciado para cobrar las pequeñas recompensas ofrecidas por la USAF, y que el vuelo número 4 del Proyecto Mogul —según confirman los diarios de esta misión— estaba formado por sencillos balones del modelo Rawin… Exactamente, como bien recordará el lector, el mismo tipo de globo que Irving Newton, el oficial de meteorología de la base de Fort Worth, identificó en el despacho de Ramey ante la prensa (!).

«Al respecto del anuncio inicial de “la Fuerza Aérea captura un disco volante” —continúa explicando Weaver en su informe—, la investigación ha fracasado en localizar ninguna evidencia documentada sobre el porqué se hizo esta declaración». Y continúa: «Parece que hubo una reacción exagerada del coronel Blanchard y el mayor Marcel al informar originariamente que un “disco volante” había sido recuperado cuando, en aquel tiempo, nadie sabía con certeza qué significaba siquiera ese término ya que sólo estaba en uso desde hacía un par de semanas».

Las consecuencias del «informe Weaver».

Decir que el «informe Weaver» fue producto de una investigación sesgada, sería demasiado generoso para la Fuerza Aérea. Desde la selección de los testigos entrevistados —Sheridan Cavitt y diversos integrantes del Proyecto Mogul—, hasta su presentación del material histórico, todo se enfocó desde un principio hacia la explicación del vuelo número 4 del Proyecto Mogul. Una solución al misterio de Roswell a la que, curiosamente, ya había llegado en marzo de 1994 (poco después de iniciarse las gestiones de la USAF para la elaboración de su famoso informe) el investigador de la FUFOR Karl Pflock[37].

Según Pflock, los restos del ovni de «Mac» Brazel correspondían a los despojos del vuelo Mogul número 9, lanzado el 3 de julio de 1947 desde Alamogordo. Pese a que tras la publicación del informe Weaver, Pflock reajustó su veredicto apoyando también la tesis del vuelo número 4 (al comprobar que la dirección de los vientos de aquel 3 de julio[38] empujaron los globos en dirección opuesta a Roswell), su trabajo fue una de las «pistas» que indudablemente siguió la USAF para construir su nueva pantalla del caso.

Ni que decir tiene que sobre Pflock han llovido desde entonces toda clase de sospechas. No en vano, éste trabajó para el Departamento de Defensa y la CIA hace algunos años, participando en programas de desinformación —en principio no ufológicos— en la década de los setenta. Durante los sesenta fue, asimismo, secretario de la primera gran organización de investigación ovni norteamericana, el NICAP, absolutamente infiltrada por miembros de los servicios de inteligencia: desde el almirante Roscoe Hillenkoetter, primer director de la CIA y miembro del consejo de dirección del NICAP, hasta el coronel Joseph Bryan III, fundador del departamento de guerra psicológica de la propia «Compañía» (como eufemísticamente se conoce a la CIA en los ambientes de Inteligencia). Y, por si fuera poco, su mujer, Mary Martinek, forma parte del equipo del representante Schiff, siendo ella la que convenció al congresista para que iniciara sus presiones al gobierno… con el conocido resultado negativo del «informe Weaver».

Este tipo de indicios, unidos a la omisión de detalles importantes del caso, hacen pensar que la USAF reaccionó rápidamente ante la investigación civil de la GAO antes de abrirles sus archivos secretos. De hecho, uno de esos detalles importantes deliberadamente ignorados son las alusiones de algunos testigos clave a un «segundo lugar de impacto» alejado del rancho Foster. Una de las entrevistas más antiguas que se conservan en los anales del caso Roswell, realizada en diciembre de 1979 al mayor Marcel por el ufólogo Bob Pratt, apuntaba ya en esa dirección.

—Fue algo que debió explotar sobre el suelo y caer —le comentó Marcel a Pratt—. Y yo supe después que más hacia el oeste, hacia Carrizozo, se encontró también algo como estos restos. Algo de lo que yo no sé nada. Fue durante el mismo periodo de tiempo, a cien o ciento treinta kilómetros al oeste de allí.

Lo que Marcel señalaba en esta conversación es hoy el talón de Aquiles del caso Roswell. Ni más ni menos que la existencia de un segundo lugar de impacto, mucho más cercano a la base aérea dirigida por el coronel Blanchard que el propio rancho Foster, y en donde cayó el objeto principal con sus tripulantes. Testigos como el mayor Edwin Easley, de la policía militar de la base y encargado de acordonar la zona del «segundo impacto», o el brigadier general Arthur Exon, del acuartelamiento de Wright Patterson, que estuvo al corriente de la operación de rescate del objeto principal siniestrado, no fueron entrevistados nunca por los hombres del coronel Weaver. Es más, ni siquiera aparecen mencionados en su informe.

¿Por qué?

Sin duda porque su testimonio no encaja con la tesis oficial del vuelo número 4.

Pero hay más. Diversos testigos civiles del área de Roswell vieron caer, al término de la mojada del 4 de julio, una especie de «meteoro envuelto en llamas» de color blanco, y seguido de una estela roja. Esa observación tampoco coincide con las características de los vuelos de globos de neopreno empleados en Nuevo México por el equipo del Proyecto Mogul. El gas que usaban jamás entraba en combustión, pero, además, ningún vuelo de este programa secreto fue lanzado aquel día. Entre otras cosas por ser el Día de la Independencia y fiesta nacional en Estados Unidos.

—El asunto es que los testigos, los hombres que estuvieron allí, que fueron los responsables de mantener la seguridad en el lugar del impacto, los encargados de recuperar la nave y los cuerpos, dicen todos lo mismo. Aquello no era una nave convencional manufacturada en la Tierra —aseguraban el 26 de septiembre de 1994 Kevin Randle y Don Schmitt durante una rueda de prensa «anti informe Weaver» en Wisconsin[39].

Washington DC, 28 de julio de 1995.

El Destino tiene a menudo cosas caprichosas.

Como bien decía el escritor y poeta romántico Lamartine, «nos da casi siempre lo que nunca se nos hubiera ocurrido pedirle». Y es cierto.

Aquella calurosa mojada de julio, mientras que en España concentraba todos mis esfuerzos en la investigación de las imágenes del «extraterrestre de Roswell» filmado por Jack Barnett y me embarcaba en una curiosa campaña de prensa tras de la publicación en primicia de algunos de sus fotogramas en la revista Año Cero, en Estados Unidos se estaba desprendiendo un nuevo jirón de la cortina de silencio en torno al caso.

Una carta dirigida al congresista Schiff y redactada en el cuartel general de la Oficina General de Contaduría aquella mañana, le informaba por fin de los resultados de su intensa búsqueda de pruebas documentales sobre el accidente de Roswell. «Hemos identificado cuatro accidentes aéreos cuyos datos fueron proporcionados a las Fuerzas Aéreas de Nuevo México durante julio de 1947. Todos estos accidentes —afirmaba el texto de la GAO— involucraron accidentes aéreos y ocurrieron después del 8 de julio de 1947»[40].

Con esta alusión, la GAO desechaba definitivamente la posibilidad de que un avión secreto se hubiera estrellado cerca de Roswell a primeros de julio de 1947. Eliminaba también de un plumazo la hipótesis de que la responsable del caso Roswell fuera una prueba misilística del polígono de tiro de White Sands con una de las bombas volantes «V-2» capturadas a Alemania al final de la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que se confirmaba que la primera prueba con «V-2» tripulada por monos se lanzó el 11 de junio de 1948… casi un año después del accidente de Roswell.

Ahora bien, ¿encontró esta Oficina algún documento que probase la existencia oficial de un «expediente Roswell»? Tras rebuscar en los documentos históricos del escuadrón atómico de esa base, en los Archivos Nacionales, en los depósitos documentales de la CIA en Langley y en otros once departamentos militares más, la GAO sólo se hizo con un documento hasta ahora inédito; un paupérrimo párrafo del «diario oficial» del 509 Escuadrón de Bombarderos, correspondiente al mes de julio de 1947, en el que puede leerse textualmente:

La Oficina de Relaciones Públicas ha estado bastante ocupada durante todo el mes contestando las preguntas sobre un «disco volante», que fue comunicado que estaba en posesión del 509 Grupo de Bombarderos. El objeto terminó siendo un globo para seguimiento de radar[41].

Un documento que, por cierto, la USAF ya mencionaba en el «informe Weaver»[42] y que poco o nada revela sobre la naturaleza del caso Roswell. Ahora bien, el texto de la GAO sí aporta un nuevo elemento de reflexión: asegura que todos los archivos administrativos de la base de Roswell, entre marzo de 1945 y diciembre de 1949, así como los mensajes salientes de este acuartelamiento, entre octubre de 1946 y diciembre de 1949, fueron destruidos. Y asegura igualmente que «el formulario de disposición de documentos no indica qué organización o persona destruyó estos archivos y cuándo o bajo qué autoridad éstos fueron destruidos».

En el periodo de «vacío documental» señalado, fueron muchas las cosas que sucedieron. No sólo tuvo lugar el accidente de Roswell que nos ocupa, sino que en septiembre de 1947 se creó la United States Air Force (USAF) tal y como la conocemos hoy, inaugurándose —eso es rigurosamente histórico— un periodo de confusión administrativa que pudo barrer algunos archivos. Pero ¿acabaría con los de un asunto que ocupó abiertamente el interés de todo el país durante casi veinticuatro horas, entre el 8 y el 9 de julio de 1947?

Cuando en septiembre de 1995 comenté tranquilamente este asunto con Don Schmitt, éste no dudó en aportar su punto de vista a la aún caliente revelación de la GAO.

—Fíjate en una cosa —me explica—. Lo que asegura la GAO es que no existen archivos que se refieran a un «caso Roswell» o a un «informe Roswell». Particularmente creo que esa información existe y que está clasificada bajo un nombre que desconocemos; sencillamente no puedo admitir que alguien no autorizado, como dice la GAO, destruya unos archivos así hace sólo cuatro años, cuando cosas menos importantes y más antiguas se conservan todavía en dependencias militares.

—¿Y en qué te fundamentas para sostener esa impresión? —le pregunto.

—Hay un investigador de la GAO en Washington DC, Richard Davis, que ha trabajado mucho para la elaboración de este informe, y que cree que los documentos relativos al caso fueron en algún momento reagrupados bajo algún nombre en clave que desconocemos. Tal vez si en el futuro averiguáramos ese nombre, podríamos ordenar una búsqueda más precisa.

—¿Y mientras tanto?

Primera página del informe de la General Accounting Office (GAO), en el que se reconoce que personal militar no autorizado oficialmente destruyó los documentos relativos al caso Roswell. Una nueva mentira institucional.

—Deberemos continuar con otros frentes de investigación abiertos por el caso Roswell, y si me apuras, también con las dudas que plantean unos pocos relatos de ovnis estrellados posteriores a éste de 1947.

Asentí.

Abandoné mi conversación con Schmitt con una extraña sensación en el cuerpo. Y es que, de repente, me había dado cuenta que la aparición pública de las imágenes de Barnett que presuntamente recogen las autopsias a los extraterrestres recuperados en Roswell había coincidido con el punto álgido de esta polémica burocrática. Y no sólo eso: había conseguido desplazar el interés de medio mundo hacia el filme, dejando que los esfuerzos administrativos por llegar al fondo del incidente de Roswell pasaran desapercibidos. ¿Casualidad?

Ya lo he dicho antes. No creo en ella.