El muro del silencio
–No puedo creer que los militares de esta base confundieran un globo sonda con un platillo volante —musita Roberto Pinotti mientras desayunamos en Denny’s, una agradable cafetería del centro de Roswell.
—Y probablemente no lo hicieron —le responde Huneeus—. Si así hubiera sido, el coronel Blanchard hubiera recibido una fuerte amonestación y al mayor Marcel sencillamente se le hubiera caído el pelo. ¿Te imaginas lo que supone fletar aviones para trasladar unos restos y poner en vilo a todo el país por un simple globo sonda?
—Además, si no me equivoco, ambos militares fueron sospechosamente ascendidos poco después de aquello —le comento[19].
—Así es —contesta Huneeus mientras apura su taza de café americano—. Ya sabes, muchas veces releyendo la historia se comprenden cosas que antes nos habían pasado inadvertidas.
Sabio consejo.
Columbus, Ohio, 4 de julio de 1947. A media mañana.
El comandante en jefe nacional de los veteranos de guerra norteamericanos, Louis E. Starr, se dispone a iniciar su discurso anual con motivo de la celebración del Día de la Independencia. Entre los reunidos corre como la pólvora una extraña preocupación: toda la prensa del país habla desde hace diez días de las incursiones aéreas de unas aeronaves en forma de ala delta que nadie ha sido capaz aún de identificar. Según los primeros datos, tan insólita oleada se inició con propiedad hacia el mediodía del martes 24 de junio, cuando Kenneth Arnold, un perfecto desconocido hasta entonces para la opinión pública, vio desde su avioneta privada una escuadrilla de nueve objetos luminosos flotando entre los montes Rainier y Adams, en el estado de Washington.
La divulgación masiva de su experiencia y la creación del término «platillo volante» para describir la forma de desplazamiento de los extraños aparatos que se había encontrado en medio de su plan de vuelo, estaban destapando en aquellos días una especie de «caja de Pandora» en todo Estados Unidos. Decenas de individuos de todos los rincones del continente afirmaban, como si de una repentina invasión aérea se tratara, estar viendo también «platillos» como los de Arnold.
Es lógico, pues, que este tema caldease la audiencia de los veteranos de guerra concentrados en Ohio para escuchar al comandante Starr y que, de una u otra manera, todos esperasen de él algunas respuestas claras al enigma. No olvidemos que muchos de ellos sufren aún pesadillas al recordar el ataque sorpresa japonés sobre Pearl Harbour en diciembre de 1941, y no pueden tomarse a broma que —de nuevo— aeronaves no identificadas estén sobrevolando impunemente sus ciudades y campos.
Starr no es ajeno a las preocupaciones de aquellos hombres, y les anuncia que sobre las 15 horas espera recibir un telegrama del Pentágono en el que se les explicará qué o quién se esconde tras la aún activa oleada de platillos volantes. Es sólo cuestión de tiempo. Como es de esperar, la expectación crece a medida que las agujas del reloj se acercan a la hora señalada, pero al cumplirse el plazo, la ansiada comunicación oficial no ha llegado aún. Tampoco lo hará en las horas inmediatamente posteriores.
El comandante Starr rehúye hacer comentarios al respecto pese a que, unos días después, comentará a los periodistas del San Francisco Examiner, que él esperaba aclarar todo el asunto con el general Spaatz, entonces comandante de las Fuerzas Aéreas, que en esos días estaba ausente por haber tenido que ir a «cazar un platillo»[20].
¿Qué quiso decir Starr con aquella sutil ironía? ¿Dónde estuvo el general Spaatz aquel 4 de julio? ¿Acaso «cazando» al platillo de Roswell que, desde hacía varios días, traía en jaque a los radares militares de las bases de Roswell y Alamogordo, y que se supone que ese día cayó en Nuevo México? Sospechosamente, Spaatz no aparece en escena hasta el lunes 7 de julio, después del largo «puente» vacacional de la Independencia en Estados Unidos, asegurando que había gozado de unos estupendos días de reposo pescando en Medford, Oregón. Y no precisamente platillos volantes.
Caso cerrado.
Que no piense el lector que se trata de una simple anécdota. El episodio de Ohio nos sirve, casi medio siglo después de aquellos hechos, para tomarle el pulso a la inquietud que en todo el país estaba generando la publicación de noticias sobre platillos volantes. En aquellos tempranos días del verano de 1947, estas incursiones aéreas habían pillado desprevenidos a los militares norteamericanos, que no sabían a qué se estaban enfrentando: si al delirio de unos descontrolados ciudadanos que veían cosas irreales en los cielos, o a la «invasión» de una potencia hostil con un desarrollo aeronáutico realmente desproporcionado para la época.
Por eso, no es de extrañar que cuando, cuatro días después, la Associated Press consigue hacia las 14 horas del 8 de julio el comunicado de prensa elaborado por el teniente Haut en Roswell, lo divulgue de inmediato a todos los rincones del país. Al fin, la Fuerza Aérea, al estar en posesión de uno de esos huidizos «discos volantes», podría despejar las dudas acerca de la verdadera naturaleza de estos intrusos y calmar, de una vez por todas, las suspicacias de los ciudadanos norteamericanos.
Al menos, eso debieron pensar muchos al leer alguno de los más de treinta importantes rotativos estadounidenses que imprimieron en sus páginas la sorprendente noticia de Haut, casi inmediatamente después de autorizarse su difusión.
Base Aérea de Fort Worth, Texas, 8 de julio de 1947. Poco después del mediodía.
La noticia de la caída de un platillo en Roswell le debió sentar como una patada en la espinilla al general Roger Ramey. Durante las horas inmediatamente posteriores a la difusión por cable del comunicado elaborado por Haut, los teléfonos de la base de Roswell y los de la sede de la Octava Fuerza Aérea en Fort Worth —acuartelamiento del que dependía el 509 Grupo de Bombarderos comandado por Blanchard— se pusieron al rojo vivo. Todos los medios de comunicación del país deseaban conocer, con razón, qué se escondía tras la oleada de observaciones de los platillos, e intuían que la captura de uno de ellos en Nuevo México arrojaría luz definitiva sobre el asunto.
Por alguna causa desconocida, el general Ramey no estaba de acuerdo con ese planteamiento. A media mañana de aquel día había ya ordenado que un B-29 trasladara los restos del ovni hasta su cuartel general, y en poco tiempo urdió —por órdenes de Washington, como veremos— un plan para desinflar la evidente excitación de los periodistas y matar de un golpe certero su interés por el caso.
Su primera gestión fue telefonear, poco antes de las 16 horas, a la redacción del Fort Worth Star Telegram, un periódico vespertino de gran tirada, con el reclamo de tener ya los restos del platillo de Roswell en su despacho. De inmediato, el editor de «ciudad» del Star envió al despacho del general a un joven fotógrafo llamado James Bond Johnson (nada que ver con el famoso James Bond creado por la pluma del ex agente de inteligencia británico Ian Fleming), para que inmortalizara la escena. Quería ser el primero en publicar esas fotos al incluirlas en la última edición del día.
Johnson llegó a la base al filo de las 16.30 horas, atravesó los controles de seguridad sin apenas resistencia y fue conducido de inmediato al pabellón de oficiales. Allí cargó su nueva cámara Speedgraphic y tomó cuatro fotos consecutivas en el despacho del general. El ovni, contrariamente a la polémica generada, parecía bien poca cosa: sobre un pedazo de papel estraza extendido por encima de la alfombra de la oficina de Ramey, podía verse un conjunto de grandes láminas parecidas a papel de estaño, una especie de largas varillas de madera y una pila de fragmentos negros del tamaño de un puño que, desde luego, no permitían adivinar de qué clase de material estaban hechos. Además, aquella basura (pues eso era realmente lo que parecía) despedía un fuerte olor a goma o caucho quemado, dando la impresión de poder ser cualquier cosa menos un artefacto tecnológico capaz de volar a velocidades superiores a las del sonido. Todo lo contrario a los platillos de los que se hablaba en esos días en la prensa.
Tan poco impresionaron los restos a Johnson que, para salvar lo que creía iban a ser unas fotos de «compromiso», pidió a los oficiales que se encontraban en el despacho que posaran con los restos. Al menos, debió pensar, la presencia de hombres uniformados en las imágenes daría más seriedad a aquellos pedazos de papel. Los oficiales retratados, además del propio general Ramey, fueron el coronel Thomas DuBose —jefe de personal de la base— y el mayor Jesse Marcel, que llegó con los restos desde Roswell, y al que sus superiores le prohibieron hablar con ningún periodista.
Cuando en 1990 los investigadores William Moore y Jaime Shandera localizaron en el sur de California a Bond Johnson[21], éste no recordó que ni el general Ramey ni ninguno de aquellos oficiales le dijeran a qué demonios pertenecían aquellos restos. Tampoco debió preocuparle en exceso pues, a fin de cuentas, su misión era la de tomar algunas imágenes del «platillo» y no la de averiguar nada sobre su naturaleza o sobre la posición de los militares frente al descubrimiento. De ello, noventa minutos más tarde, se encargaría el propio general Ramey al hablar directamente con los periodistas y explicarles el «secreto» de aquellos miserables desechos.
Los nuevos teletipos, con la versión oficial de la Fuerza Aérea, comenzaron a circular a partir de las 18 horas. La edición vespertina del rotativo Los Angeles Evening Herald Express, recogía varios de estos comunicados, emitidos a distintas horas de la tarde desde lugares también dispares, y que fueron encajados en sus páginas a medida que se fueron recibiendo en su redacción. Dos de ellos son especialmente significativos para comprender cómo evolucionó la idea del ocultamiento del caso.
El primero había sido elaborado por la Associated Press, estaba fechado ese 8 de julio en Washington, y decía textualmente:
El general de brigada Roger Ramey dijo hoy que un objeto destrozado que había sido descrito previamente como un disco volante encontrado cerca de Roswell, Nuevo México, estaba siendo trasladado vía aérea al centro de investigaciones de la Fuerza Aérea en Wright Field, Ohio.
Ramey, comandante de la Octava Fuerza Aérea con sede en Fort Worth, recibió el objeto desde la base aérea de Roswell.
En conversación telefónica con el cuartel general de la Fuerza Aérea en Washington, Ramey describió el objeto como de construcción débil, casi como una cometa. Estaba en tan mal estado que Ramey era incapaz de decir si el objeto tenía o no forma de disco. No indicó el tamaño del objeto.
Había algunos fragmentos de juncos encontrados cerca del objeto (caído) junto al rancho de Nuevo México donde un ranchero lo vio la semana pasada.
Ramey informó, allí hasta donde la investigación de la Fuerza Aérea ha podido determinar, que nadie vio el objeto en el aire. Preguntado sobre qué material podría ser, los oficiales de la Fuerza Aérea dijeron que Ramey lo describió como si aparentemente fuera alguna clase de papel de estaño.
El objeto, después de ser encontrado por el ranchero, fue llevado al 509 grupo acorazado en el aeródromo de Roswell.
Cuando se les preguntó si otras agencias, incluyendo el FBI, examinarían los restos, los oficiales de la Fuerza Aérea dijeron que entendían que si el avión no había abandonado aún Fort Worth en ese momento, los representantes del FBI en la zona podrían examinarlos.
El segundo texto, por contra, estaba fechado ese mismo día en Fort Worth, y correspondía a un teletipo de la agencia International News Service que daba ya una explicación contundente al misterio:
El general de brigada Roger Ramey, jefe de la Octava Fuerza Aérea, aseguró esta noche que el supuesto «disco volante» encontrado al este de Nuevo México es «evidentemente, nada más que un instrumento meteorológico o de radar de alguna clase».
¿Qué había cambiado en Fort Worth para que se pasara de mantener una postura de prudencia sobre los restos del ovni a asegurar que se trataba de un globo sonda? Según lo que he podido averiguar de aquella jornada, el oficial de meteorología de Fort Worth, Irving Newton, al ver los restos que más de una hora antes había fotografiado Bond Johnson, aseguró que se trataba de un globo de sondeo meteorológico del modelo Rawin, probablemente usado como reflector para pruebas con radares. Así de simple.
Para muchos, el veredicto de Newton selló definitivamente el caso. Ahora bien, cuando Moore pudo entrevistarse con él en julio de 1979, éste recordó claramente cómo el general Ramey, al llamarle a su despacho, sólo deseaba de él que confirmara su hipótesis de que los restos de Roswell correspondían a un globo sonda. Como así fue.
—Estaba muy deteriorado y fragmentado —comentó Newton—. Yo había lanzado miles de ellos y no cabía la menor duda de que lo que me habían dado eran partes de un globo. Se me dijo más tarde que el comandante de Roswell había identificado aquel artefacto con un platillo volante, pero que el general había sospechado de esa identificación desde el principio, y que aquélla era la razón de que me hubiesen llamado.
—¿Cómo no fueron capaces los (militares) de Roswell de identificar un globo que era suyo? —le cuestiona Moore.
—Debieron haberlo hecho. Era una sonda corriente Rawin. Deben haber visto centenares de ellas[22].
Que la decisión de sepultar el caso Roswell bajo la pantalla del globo sonda estaba tomada tiempo antes del propio examen de Newton, lo demuestra otro comunicado de prensa de aquel día, emitido a las 17.30 horas y publicado por el Dallas Morning News. En él, un tal E. M. Kirton, oficial de inteligencia de la base de Fort Worth, apuntaba la hipótesis del balón-radar como la única explicación a los hechos. ¿Cómo se pudo llegar a tal conclusión si el examen de Newton no se producirá hasta media hora después de fecharse este nuevo teletipo? Evidentemente, porque el veredicto estaba ya pactado.
Y no sólo eso. Existe un memorándum del FBI, fechado en Dallas el 8 de julio de 1947 a las 18.17 horas —es decir, un cuarto de hora después de iniciarse oficialmente la campaña de descrédito del caso—, en el que se narra cómo desde el cuartel general de la Fuerza Aérea se telefonea a la oficina del FBI para asegurarles que el platillo volante recuperado en Roswell «parece un globo meteorológico de gran altura con un reflector de radar», al tiempo que se les informa de que sus restos están siendo «transportados a Wright Field con un avión especial para su examen». ¿Por qué la Fuerza Aérea quiso tener tan al corriente al FBI de sus conclusiones? Como explicaré más adelante, los intercambios de información entre los militares y los federales sobre ovnis estrellados comenzaron a ser frecuentes justo a partir de esta fecha…
Hay varios detalles confusos en la historia de los fragmentos llegados a Fort Worth que saltan a primera vista: la descripción que el mayor Marcel hizo de los restos sobre el rancho de «Mac» Brazel no coincide, ni en cantidad ni en características tales como la rigidez del material y su dureza, con lo que analizó el oficial Newton en el despacho de Ramey y fotografió Bond Johnson. Además, un error de identificación tan evidente no era propio de un grupo de élite especialmente adiestrado en cuestiones aeronáuticas. Ahora bien, no todos los investigadores del caso están convencidos de que lo que aparece en las fotos de Bond Johnson —y en otras dos tomas posteriores que obtuvo otro fotógrafo de la United Press— sean los restos de un globo Rawin: mientras que para Shandera y Moore los restos en las imágenes pertenecen realmente al ovni de Roswell (!). Los más sensatos, como Randle y Schmitt, creen que lo que Ramey llevó a su despacho desde el principio fueron, efectivamente, los restos de un sencillo globo sonda.
—El general Ramey —escribió el prestigioso historiador de la ufología Loren Gross, basándose en entrevistas grabadas a Jesse Marcel— tenía un viejo globo meteorológico con un reflector de radar que lo sustituyó por el misterioso metal (del ovni). El reflector tiene un tosco parecido con el material encontrado por «Mac» Brazel y fueron estas hojas de metal brillante las que se permitieron ver y fotografiar a los periodistas. Se aseguró a esta gente que el envío del material a los laboratorios de Wright Field para pruebas había sido cancelado[23].
Mentiras, pues, por todas partes.
Hasta el propio coronel DuBose —que fue localizado en 1990 por Stanton Friedman en Florida, ya como general retirado—, y que fue uno de los oficiales que estuvo en el despacho de Ramey aquella tarde, reconoce que el objetivo último de la convocatoria de periodistas en Fort Worth fue el de acallar a la prensa por órdenes expresas de Washington.
—Nos ordenaron que nos quitáramos a la prensa de encima —declaró poco antes de fallecer—. Las cosas estaban yéndose fuera de control, aunque ahora no recuerdo quién fue el que sugirió la historia del aparato meteorológico[24].
Una vez emprendida la acción de ocultamiento, DuBose recuerda una nueva llamada de teléfono cursada desde Washington por el general Clements McMullen, que le dejó lívido:
—… McMullen me dijo directamente por teléfono, «olvídese de esto. No quiero oír nada sobre esto de usted», y entonces me ordenó: «Dele el teléfono a Ramey». A él le dijo lo mismo, yo podía escucharle por un intercom. «Este material, sea lo que sea, no es de su incumbencia. Olvídese de él. Ni lo mencione. No hable de él a nadie de la prensa, sólo olvídelo».
En este memorándum interno del FBI, fechado el 8 de julio de 1947, ya se aprecia cómo la USAF ha iniciado su campaña de «desinformación» en torno al ovni de Roswell, argumentando que se trataba de un globo sonda.
¿Por qué tanto secreto? ¿Qué sabían en Washington los altos mandos de la Fuerza Aérea que en Fort Worth ignoraban? Fuera lo que fuese, lo que tengo claro es que lo que se mostró a los periodistas en la base no pertenecía a los restos originales recogidos en Roswell… por varias razones. La primera es la cantidad, que en absoluto se ajusta al número de restos descritos por «Mac» Brazel u otros implicados en un primer momento. Otra es la calidad de los fragmentos: las hojas de estaño que recogen las fotos son maleables, están en un estado defectuoso y carecen de los «jeroglíficos» descritos por el mayor Marcel, al que, por cierto, no se le permitió ni chistar mientras estuvo en el despacho de Ramey. Además, por si fuera poco, tanto el comunicado publicado por Los Angeles Evening Herald Express como el memorándum del FBI del 8 de julio señalan —contrariamente a lo manifestado por Ramey— que los restos sí fueron enviados a Wright Field para su análisis. Entonces, ¿por qué tantas molestias —y gastos— para un simple globo sonda?
Vistas así las cosas, la única vía para tratar de averiguar qué importancia real concedieron los militares norteamericanos al caso Roswell es examinar lo que sucedió alrededor de la controversia sobre los platillos volantes en los meses que siguieron a la recuperación de este objeto.
Washington DC, 30 de julio de 1947.
A finales del mes de julio ya habían finalizado por completo las tareas de recogida y traslado de los restos del ovni de Roswell. Se habían borrado a conciencia todas las huellas del accidente, y la opinión pública norteamericana recordaba aquellos sucesos como una mera anécdota veraniega. Sin embargo, era previsible que, en función de los datos obtenidos de los restos, algún organismo militar, fuera pública o privadamente, hiciera algún tipo de comentario sobre la naturaleza de los platillos volantes.
Ese comentario llegó el día 30, desde la sede del Cuerpo de Inteligencia de la Fuerza Aérea, después de que fuera ordenada su elaboración por el general George Schulgen, jefe de los servicios de información de la aeronáutica militar. Se trataba de un informe basado en dieciocho observaciones de ovnis seleccionadas entre los mejores casos que tuvieron lugar en un periodo de tiempo comprendido entre el 19 de mayo y el 10 de julio de aquel año. El texto recogía avistamientos protagonizados por personal cualificado, como pilotos civiles y militares, y cuyos comentarios sirvieron para fijar el prototipo de aeronave no identificada vista con más frecuencia: un objeto en forma discoidal, capaz de volar en perfecta formación (en 1947 no existían los controles automáticos de aviones que facilitaran esa clase de maniobras de precisión), y que presentaban una parte inferior abultada y una pequeña cúpula en su zona superior. La conclusión de este informe era que, efectivamente, «algo está volando alrededor nuestro»[25].
Al tiempo que se elaboraba este informe, se estaban produciendo en aquellas fechas varios contactos entre la Fuerza Aérea y el FBI, con la sola intención de establecer un acuerdo de cooperación ante la eventualidad de que alguno de estos discos se accidentara sobre territorio americano y fuera recuperado por los militares. ¿Qué sabían los federales? El hecho de que estuvieran al corriente de las operaciones de la Fuerza Aérea sobre el caso Roswell, y de que a partir de esa fecha los teletipos de esta agencia que hablaran de platillos volantes fueran clasificados como «Materia de Seguridad» o «Seguridad Interna», indicaba que concedían a este asunto un interés prioritario. Pero probablemente al FBI le interesaba el tema en tanto un accidente de este tipo pudiera aportar algún indicio sobre la presencia de espías soviéticos en EE. UU. No olvidemos que la guerra fría estaba en marcha y que, por encima de una eventual llegada de extraterrestres, a los hombres del todopoderoso director del FBI, J. Edgard Hoover, les interesaban los asuntos de espionaje.
Otro documento posterior, presentado igualmente a Schulgen por el general Nathan F. Twining, jefe del célebre Air Materiel Command con sede en Wright Field, y fechado el 23 de septiembre de 1947, retoma las conclusiones del texto de julio y añade cuatro datos substanciales más:
a) El fenómeno es algo real y no algo visionario o ficticio.
b) Existen objetos probablemente con la forma aproximada de un disco, de tamaño lo suficientemente apreciable como para parecer tan grandes como una aeronave hecha por el hombre.
c) Existe la posibilidad de que algunos incidentes puedan ser causados por fenómenos naturales, como meteoros.
Las características de las que se ha informado, tales como velocidades extremas de ascenso, maniobrabilidad (particularmente en los giros) y acciones que deben considerarse evasivas cuando son vistos o contactados por aviones amistosos o radares, hacen pensar en la posibilidad de que algunos objetos son controlados tanto de forma manual, automática o por control remoto.
La implicación de Twining en la trama ovni en general, y en Roswell en particular, resulta evidente cuando sus papeles personales demuestran que el general viajó a Nuevo México el 8 de julio de 1947 acompañado por otros altos mandos de su equipo directivo, aparentemente para estar presente en actos protocolarios. Lo que allí debió ver, con seguridad le resultó del máximo interés, pues desde entonces no dejó de documentarse sobre el fenómeno ovni, llegando a firmar, el 12 de agosto de 1954, un documento de la Fuerza Aérea en donde se regulaban los procedimientos de la USAF para investigar observaciones de vehículos aéreos no identificados[26].
Pero centrémonos. Aquel «año de Roswell», con los datos recogidos por Twining y ayudado de algunas fuentes informativas más que con seguridad se me escapan, el general Schulgen redactó el 28 de octubre de 1947 un nuevo documento destinado a los agentes de los servicios de información de la Fuerza Aérea en todo el mundo. En él se descubren ya algunos datos necesariamente obtenidos de varios casos de ovnis estrellados y, específicamente, del accidente de Roswell. «Mientras que aún se mantiene la posibilidad de un origen ruso, basada en la perspectiva y ejecución de los alemanes —asegura Schulgen al hablar de la naturaleza de los ovnis—, es la opinión considerada de algunos elementos que los objetos pueden, de hecho, representar naves interplanetarias de algún tipo». Y añade, al referirse a los elementos de construcción de estas naves, que estos pueden ser de varias clases: «a) tipo de material, tanto metal, ferroso, no ferroso o no metálico; b) compuesto o construcción tipo sándwich utilizando varias combinaciones de metales, hojas metálicas, plásticos y quizá madera de balsa o material similar; c) métodos inusuales de fabricación para conseguir un peso extremadamente ligero y una estabilidad estructural» (la negrita es mía).
¿A qué nos recuerda la alusión a «combinaciones de metales, hojas metálicas, plásticos y quizá madera de balsa»?
Evidentemente a la descripción que el mayor Jesse Marcel hizo de los restos encontrados en Roswell y de los que, forzosamente, debió estar al corriente el general Twining al ser uno de los oficiales de mayor graduación de la base de Wright Field, donde —no perdamos de vista este detalle— fueron a parar finalmente algunos fragmentos del aparato siniestrado en los terrenos de «Mac» Brazel. Hay un dato, por encima de cualquier otro, que apoya esta suposición: curiosamente, el 8 de julio de 1947, día en que se dio a conocer la nota de prensa de Haut, Twining canceló un viaje a la costa oeste del país «debido a un asunto muy urgente e importante»[27], dirigiéndose de inmediato a Washington, de donde, a su vez, partió hacia Nuevo México el día 10 de julio.
Demasiadas coincidencias para no sospechar una conexión con el accidente de Roswell. Máxime cuando se sabe que, gracias a los esfuerzos del general Twining, el 30 de diciembre de ese mismo año, el secretario de Estado James Forrestal firmará una orden para la creación de una comisión de estudio oficial sobre el problema de los ovnis, dependiente del Comité de Inteligencia Técnica de la Fuerza Aérea (ATIC). Una empresa que recibirá el nombre clave de «Proyecto Signo» y obtendrá una clasificación de prioridad «2A», es decir, la segunda graduación más alta posible en el seno de la inteligencia militar norteamericana de la época.
La puesta en escena del «Proyecto Signo», cuyas distintas versiones permanecerán en funcionamiento hasta 1969[28], conseguirá distraer definitivamente la atención pública de lo sucedido en Roswell. A fin de cuentas, dedujeron los ciudadanos en aquel entonces, si la USAF se empeña en recolectar casos de observaciones de objetos en la alta atmósfera es porque, evidentemente, carecen de elementos más próximos e importantes que examinar.
Y no les faltaba razón a quienes así pensaban.
De hecho, la operación de silenciamiento del caso Roswell fue tan efectiva que casi consiguieron erradicar de la memoria histórica la existencia del accidente en el rancho Foster. Sólo un programado cúmulo de coincidencias —por llamarlas de algún modo, ya que éstas, como bien sabe el lector, no existen— hizo que a finales de los años setenta se reabriera el caso.
Todo volvió a empezar el 20 de enero de 1978, cuando Stanton Friedman, un físico nuclear entregado en cuerpo y alma a sus conferencias sobre ovnis, recibe una insólita «pista» tras una de sus charlas en la Universidad estatal de Louisiana, en Baton Rouge.
—Debería usted hablar con Jesse Marcel. Él tuvo en su poder piezas de una de esas cosas —le espetó un periodista local que habló con Friedman tras su conferencia.
Por aquel entonces, este físico nuclear convertido en defensor de la causa ovni, apenas había oído hablar del accidente de Roswell, ya que las alusiones en la literatura ufológica eran escasas[29]. Sin embargo, intrigado por aquel extravagante comentario, viajó hasta Houma, a pocos kilómetros de la Universidad, y se entrevistó por primera vez con el mayor que en 1947 recogió los restos del accidente. A él le siguieron entrevistas con la locutora Lydia Sleppy, de la emisora KOAT de Albuquerque, y los encuentros con nuevos testigos. Por primera vez, desde que muriesen los rumores de «discos estrellados» en los años cincuenta, personas con nombres y apellidos aseguraban haber participado en una de estas historias. Y, por si fuera poco, pronto las averiguaciones de Friedman, William Moore y otros, destaparon documentos secretos relativos al caso y hasta recortes de prensa que recogían los acontecimientos.
El caso existía. Había sido ocultado durante tres largas décadas, y en 1978 resucitaba generando una escalada de interés y de polémica cuyos últimos peldaños han sido la aparición de las imágenes de las autopsias filmadas por Jack Barnett, y las recientes reacciones de la USAF frente a las demandas públicas de apertura de sus archivos sobre el incidente Roswell.