La conjura de los desinformadores
Y llegó la hora de las conclusiones.
Centraré mis ideas.
Antes incluso de verme involucrado en la investigación del caso Roswell, había un elemento de él que me parecía fuera de lugar: ¿Cómo era posible que una aeronave extraterrestre, dotada de una tecnología superior, fuera a estrellarse en nuestro planeta? Y aún más, ¿cómo se entiende que, en un periodo de tiempo ciertamente reducido (años 1947-1952), circularan en el suroeste de los Estados Unidos tantas historias de platillos siniestrados?
Durante mucho tiempo recelé.
Mis otras investigaciones, aquéllas en las que estaban implicados pilotos civiles, campesinos, sacerdotes o funcionarios que habían visto ovnis, apuntaban a la existencia de una tecnología capaz de burlar nuestras leyes de la física. Los objetos que describen estos testigos se desvanecen en el aire frente a sus propios ojos, como si en realidad nunca hubieran estado ahí. Salen de debajo del mar sin remover las aguas, y burlan a nuestros pilotos de combate adelantándose inteligentemente a sus maniobras de acoso. ¿Pueden unos objetos así perder el control y estrellarse? Y en ese caso, ¿justifica la recuperación de sus restos una maniobra de ocultamiento tan salvaje como la que se vislumbra tras el accidente de Roswell?
Ésa es, sin duda, la cuestión angular de este libro, y una de las piezas más incómodas del rompecabezas ovni. Una pieza sólo comprensible desde la óptica del «Teatro ovni» que tan magistralmente ha cultivado el erudito sevillano Ignacio Darnaude cuando afirma que «el fenómeno es una gigantesca puesta en escena, donde los que controlan estas naves nunca dan la cara y se esconden tras disfraces y escenarios que crean a cada momento».
Y la cuestión de los ovnis estrellados no escapa, desde luego, a esa teatralidad, a ese factor de lo absurdo del fenómeno, que tan en jaque trae a quienes más profundamente se sumergen en las implicaciones de este enigma secular.
Roswell, como digo, no es una excepción a semejante regla.
A medida que han ido transcurriendo los meses desde la aparición en escena de la película de Barnett, he ido viendo cada vez más claramente dibujado el papel de esta nueva pieza dentro del rompecabezas ufológico, y el efecto que ésta ha ido causando al minar la credibilidad del caso Roswell. A fin de cuentas, nada más surgir a la luz pública esta filmación, varios grupos radicales anti-ovni se valieron de las inconsistencias internas del filme de Santilli —que las tiene, y muchas, como ya he señalado— no sólo para desacreditar el documento en cuestión, sino también para desacreditar el caso Roswell —con el que, ya lo hemos visto, nada tiene que ver la película— y, de paso, el fenómeno ovni en su conjunto.
La primera maniobra en ese sentido la ejecutó la organización norteamericana CSICOP. Sus siglas, traducibles como Comité para la Investigación Científica de los Supuestos Hechos Paranormales, encubren una asociación pretendidamente seria, embarcada desde hace años en una especie de cruzada para desprestigiar cuantas investigaciones en la frontera de la ciencia se desarrollen. Pues bien, el CSICOP emprendió su propia campaña anti Roswell el 25 de agosto de 1995, tres días antes de la emisión de las imágenes conseguidas por Santilli, basando sus ataques en dos argumentos clave: el primero, que existían suficientes razones lógicas para sospechar que la película de Barnett era un elaborado fraude; y el segundo, que «recientemente archivos desclasificados de la Fuerza Aérea indican que los restos de Roswell procedieron de las juntas de un portaglobos, lanzado como parte del secreto Proyecto Mogul y que trataba de captar emisiones acústicas de las primeras pruebas nucleares soviéticas»[82]. Tras su comunicado, también en España los representantes del CSICOP, agrupados tras una especie de organización integrista denominada Alternativa Racional a las Pseudociencias (ARP), emitieron su propio informe, en el que insistían que «existen serios indicios de que tal filmación es fraudulenta», y de que lo que cayó en Roswell «fue un globo que transportaba un reflector de radar e instrumentación de un proyecto secreto encubierto bajo el nombre clave de Mogul»[83].
No tardé mucho en darme cuenta de la jugada. Los autodenominados escépticos iban a enarbolar una lanza contra la investigación ovni asumiendo que el caso Roswell y la película de Barnett formaban parte del mismo asunto; y asegurando, por si fuera poco, que la filmación de las autopsias era un fraude sencillamente porque la USAF había «demostrado» que el ovni de Roswell estaba formado realmente por los restos del vuelo número 4 del Proyecto Mogul.
Más allá de las ingenuas pretensiones descalificadoras del CSICOP y de ARP, advertí, además otra pieza que me desconcertó. El primero en hacérmela ver fue Enrique de Vicente cuando, en medio de una de nuestras frecuentes discusiones sobre este caso, me puso tras una pista reveladora.
—¿No te parece extraño que los pretendidos constructores de la película de Barnett hayan insistido hasta la saciedad en que el accidente del ovni tuvo lugar en junio y no en julio de 1947? —me preguntó, no sin cierta malicia.
—Sí, pero ¿por qué lo dices?
—Sencillamente, porque fue precisamente en junio de 1947, el día 4 de ese mes para ser exactos, cuando se lanzó el globo Mogul al que la USAF atribuye la procedencia de los restos del ovni de Roswell.
—¿Y adónde quieres llegar con eso? —le cuestioné, ya bastante intrigado por su razonamiento.
—Pues que situando en un mismo marco temporal la filmación de Barnett y la «explicación oficial» del informe Weaver, se confunde aún más a la opinión pública y se tiende a dar mayor peso al relato militar: ¿Para qué, si todo el mundo conoce que el caso Roswell tuvo lugar en julio, dirías que el ovni filmado por Barnett cayó un mes antes si no es para ajustar la historia a la «versión» oficial?
Enrique, una vez más, me dio que pensar: De hecho, su insinuación me sirvió como un auténtico hilo de Ariadna por el que empezar a buscar la salida del laberinto Roswell.
—Las incoherencias de lo que puede verse en el filme con lo que relatan los testigos de Roswell sólo pueden perseguir el sembrar la confusión —insistió sabiamente Enrique—. Los seis dedos de la criatura filmada por Barnett frente a los cuatro denunciados en Roswell, que el ovni filmado por este cayera cerca de Socorro y no de Corona, y un largo etcétera de inexactitudes grotescas similares, parece diseñado para añadir contradicciones internas al caso… que si, además, tienden a reforzar la tesis del vuelo 4 del Proyecto Mogul, ¡tanto mejor!
Estas sospechas previas de Enrique, de que la película había sido puesta en circulación básicamente para desprestigiar el caso Roswell y evitar que las presiones de los ciudadanos norteamericanos abrieran el dossier secreto sobre el caso, toman aún más cuerpo cuando se examina la tesis oficial defendida por el informe Weaver, y los detalles que añaden expertos implicados en el Proyecto Mogul como el ingeniero Charles Moore. Mientras que éste, en su declaración escrita para la USAF, fechada el 8 de junio de 1994, no dice nada sobre el lugar de impacto del vuelo número 4, más tarde afirmará —basándose en sus recuerdos personales, y no en evidencia documental alguna— que ese vuelo se estrelló el 4 de junio de 1947 cerca de la ciudad de Arabela, a tan solo veintisiete kilómetros del Rancho Foster. Por si fuera poco, el otro testigo entrevistado por la USAF que también «constituye» un relato amoldable a la versión oficial es el agente de inteligencia Sheridan Cavitt que, como recordará el lector, no duda en tachar de «exagerados» a sus compañeros de la base de Roswell que denunciaron la caída de un «disco volante»… ¡una vez que todos están ya muertos!
La elaboración de esta tesis oficial anti Roswell, la puesta en escena del controvertido segmento fílmico de Barnett que se ajusta cronológicamente a las fechas de caída del vuelo número 4 y, sobre todo, los esfuerzos previos de la Merlin Group y de los escépticos por asociar el caso Roswell a la película de las autopsias conducen a una única deducción: que el filme es una pieza más, como antes lo fue el memorándum Majestic-12, creada por organismos cercanos a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y destinada a desprestigiar el caso Roswell.
¿Dedución atrevida? Veamos. Utilizando un método puramente detectivesco, cabría preguntarse en primera instancia a quién ha beneficiado más la aparición de la filmación de Roswell. La respuesta es evidente: en primer término, a Ray Santilli y su compañía productora, que se ha embolsado grandes beneficios económicos, aunque también, en segundo término a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, que se ha visto casi totalmente librada de la presión popular que pretendía abrir sus archivos ovni. Y lo que es más, ¿quién podría perpetrar un fraude sofisticado, que incluyese una técnica capaz de burlar hasta los exámenes químicos para determinar la autenticidad del celuloide? En este caso, desde luego no Ray Santilli o su grupo, sino alguien con muchos más recursos, que bien podría formar parte de la segunda parte beneficiada por toda esta operación: los servicios de inteligencia de la Fuerza Aérea norteamericana.
No olvidemos su papel intoxicador en asuntos como el Majestic-12 —curiosamente también vinculado al caso Roswell—, o su tradicional empeño en el desprestigio del fenómeno ovni, plasmado ya en 1953 en el espíritu del Panel Robertson integrado por miembros de la USAF y la CIA que fijaron entre sus principales objetivos el desprestigio sistemático de los casos de No Identificados. Por no hablar del célebre Comité Condon auspiciado por la Universidad de Colorado a expensas de la USAF, y que concluyó en 1968 que «poco, sino nada, ha surgido del estudio de los ovnis durante los últimos veintiún años que pueda añadirse al conocimiento científico», e ignorando buena parte de los casos serios que se propuso investigar el Comité solo por satisfacer a quien pagaba el estudio: la Fuerza Aérea, claro.
Ésa es la conjura de los desinformadores a la que aludía en el título de este capítulo. Una conjura diseñada por unos pocos, seguida ciegamente por los pretendidos adalides del escepticismo, que poco o nada están haciendo en favor de la ruptura de unos de los secretos más irritantes de todos los tiempos.
Siete pistas para resolver el caso.
No me cansaré de repetirlo: una cosa es investigar casos de ovnis estrellados como el de Roswell, y preguntarse por sus implicaciones, y otra bien distinta examinar el filme que ha levantado la polémica mundial sobre esta clase de sucesos. El análisis de la película de Barnett conduce a observaciones de muy distinta naturaleza, que especificaré en detalle, y que ayudarán al lector a armar este endiablado rompecabezas ufológico.
1. Las distintas secuencias rodadas.
Con varios investigadores, en especial con Alfredo Lissoni de Milán y con John Spencer de Londres, he discutido un detalle particular que ha pasado prácticamente desapercibido a la opinión pública: la notable diferencia que existe entre el todavía no difundido segmento del examen «in situ» y el bien conocido de la primera autopsia. Pude ver el examen «in situ» en San Marino, donde los representantes de la Merlin Group me informaron que se trataba de un «análisis preliminar» a las criaturas fallecidas en el accidente, realizado en el interior de una tienda de campaña. No lo cuestioné. Sin embargo, lo primero que me llamó la atención al ver esa filmación de seis minutos es la entidad que se ve tendida sobre la camilla, situada a bastante distancia de la cámara que la rueda, es sensiblemente distinta a la que se ve durante la primera autopsia. Se trata —allá hasta donde la pobre calidad de la imagen permite ver— de una criatura muy delgada, cubierta por una sábana y cuya morfología es similar a la de los famosos «grises» popularizados por los relatos de John Lear y numerosos testigos de casos de abducción.
—Cabe la posibilidad de que se trate de otra clase de filmación diferente, que no pertenezca al mismo «lote» de imágenes —me insinúa Alfredo Lissoni durante un fugaz encuentro que mantuvimos en Milán.
—Sí, pero eso significaría que Jack Barnett no ha contado la verdad sobre las películas que presuntamente rodó, o que Santilli ha escamoteado alguna información básica —le respondo.
—Mira Javier, no tienes más que fijarte en el hecho de que Santilli no ha mostrado la película del examen «in situ» más que durante las primeras semanas del debate. Luego la ha escondido, dando importancia a las autopsias…
En un resumen de sus opiniones sobre esta cuestión que John Spencer me hizo llegar el 25 de septiembre de 1995, éste se cuestiona sobre cómo es posible que existan dos clases diferentes de criaturas en dos películas proporcionadas, en principio, por la misma fuente. Incluso insinúa la posibilidad de que ambos fragmentos de película recogieran dos accidentes distintos (tal y como Friedman y otros investigadores apuntan para el accidente clásico de Roswell, en julio de 1947); pero en ese caso, ¿por qué Barnett no ofreció a Santilli ninguna aclaración al respecto? ¿Por qué le entregó dos tipos de película tan diferentes sin aclarar con precisión su procedencia? ¿O acaso la película del examen «in situ», como también apunta Spencer, fue un primer ensayo de un filme fraudulento?
—Sugiero el siguiente escenario —apunta Spencer en su trabajo—: El fraude de la filmación en la tienda de campaña, realizado de acuerdo con las descripciones de Roswell, fue hecho y mostrado a una audiencia selecta de amigos para ver qué pensaban de ella. ¿Causaría la sensación que se pretendía? La respuesta fue ciertamente negativa: no está lo bastante clara para ser provocadora; no es suficientemente dramática para causar controversia, y, por si fuera poco, es aburrida, y no ocurre nada excepto que los doctores colocan sus manos sobre el extraterrestre. Consternación entre los falsificadores: «¡Hemos gastado tiempo y dinero para producir basura!». ¿Qué debían hacer? Entonces los falsificadores deciden hacer nuevos contactos, olvidando a la comunidad ufológica. «¡Vamos a conseguir un nuevo experto!». Él (o ellos) llaman entonces a expertos en efectos especiales de la industria del cine y producen una película mucho mejor de una autopsia; dramática, que agita suficientemente el estómago y ciertamente controvertida[84].
La especulación de Spencer es interesante, y aunque no le faltan razones para pensar así, lo cierto es que la aparición en escena de las imágenes el examen «in situ» el 17 de marzo de 1995 —de acuerdo con el relato[85] de Philip Mantle—, y las de la primera autopsia, el 28 de abril siguiente, no dejan apenas tiempo para perpetrar un fraude tan cuidado como el que se supone para las imágenes de la necroscopia en Fort Worth.
A no ser, claro está, que todo estuviera preparado de antemano con mucha antelación… una nueva pista para rastrear la conjura.
2. Efectos especiales.
Hay un razonamiento evidente: si, como apuntan todas las incoherencias internas del filme denunciadas por patólogos, ufólogos y analistas fotográficos, las imágenes de la película forman parte de un descarado fraude, no estamos ante un trucaje burdo. Las dataciones químicas de Bob Shell, que sitúan la edad de la película de 1947 y su revelado como anterior a la edad de la película en 1949, están indicando que el filme dista mucho de ser un sencillo truco de efectos especiales, sino una pieza meticulosamente fabricada.
Desde que la película cayera en manos de Santilli y sus asociados, algunos expertos en efectos especiales han dado sus propios veredictos sobre la misma. Todos ellos opinaron, manteniéndose al margen de las dataciones químicas del celuloide, que lo que recogían las imágenes podía reproducirse perfectamente tras un elaborado trabajo de efectos especiales. En un informe redactado por la compañía británica CFX[86], especializada en la fabricación de criaturas fantásticas, tres expertos señalaban que «nos hemos dado cuenta que, en uno de los segmentos del filme, existe una especie de línea de costura bajo un brazo, pero estamos muy sorprendidos de que no exista ninguna otra evidencia de costuras que sugiera un alto grado de trabajo manual». Y añaden: «creemos que la película está hecha de tal forma que se ocultan más detalles que los que se revelan».
Están en lo cierto. Un análisis superficial de la filmación de la primera autopsia pone de manifiesto que aquellas partes del examen médico más comprometidas, como la apertura del pecho de la criatura, son evitadas al coincidir —curiosamente— con el cambio de rollos en la filmadora. Para los expertos de CFX esto se debe a que «el rodaje de esta secuencia necesitó del uso de dos criaturas diferentes, una con el pecho abierto y otra con el pecho cerrado, o un significativo retoque de un solo modelo».
Por supuesto, estas apreciaciones no pasan de ser meras opiniones, aunque algunos de sus comentarios como que las vísceras de la criatura no parecen corresponder con las formas de los músculos y los huesos que se aprecian en ésta antes de ser abierta, coincidan plenamente con los comentarios críticos de los médicos forenses y patólogos que consulté durante mi investigación.
Pero la pista clave está en el elevado coste que supondría la filmación de estas autopsias, la creación de un quirófano con elementos usados por médicos militares norteamericanos en 1947 y la consecución de una filmación de aspecto realista.
3. Anacronismos que no son tales.
Desde que vieron la luz algunos de los fotogramas de la primera autopsia en junio de 1995, varios comentarios se han vertido sobre la existencia de objetos en el quirófano que no pertenecían a la época en que presuntamente se rodaron las autopsias. Estos comentarios se centraban sobre todo en el cable en espiral del teléfono (inexistente, según los críticos, en 1947) y en que la camilla sobre la que reposaba la entidad no era la adecuada para practicar una autopsia, al carecer de desagües o canalones para los líquidos corporales.
Yo mismo me hice eco de esos presuntos anacronismos, en la imposibilidad de desmentirlos con las pésimas primeras fotos que cayeron en mis manos[87]. Sin embargo, posteriores averiguaciones han puesto las cosas en su sitio. El hilo telefónico en espiral, por ejemplo, fue comercializado en Estados Unidos en fecha tan temprana como 1939[88]. En cuanto a la camilla, en las imágenes de mejor calidad que cayeron en mis manos en agosto de 1995, así como en la propia filmación de Barnett, se aprecia que ésta es de apariencia metálica, en forma de cuña y con desagües en su parte central. Muy similar a algunos de los modelos que en esa época la empresa Lipshaw Corporation, de Detroit (Michigan), fabricaba para los hospitales de las Fuerzas Armadas y que posteriormente distribuyó incluso en España.
Como dice el dicho castellano, «rectificar es de sabios». Y que conste: al apuntar estas correcciones no estoy avalando la autenticidad de la película, sino apuntalando mi idea de que —de demostrarse como fraudulenta en el futuro— estamos ante un montaje verdaderamente sofisticado.
El fruto de una, en suma, bien planeada conjura.
4. Las imágenes de los restos del ovni.
Tanto en el reportaje del Canal-4 británico como en los vídeos domésticos comercializados en Francia y Gran Bretaña, se incluye un breve segmento de imágenes que recogen algunas de las pretendidas partes del ovni filmadas en el interior de lo que parece ser otra tienda de campaña. Las imágenes muestran dos clases de restos. Por un lado, lo que parecen ser «paneles de control» en los que se aprecian grabadas las siluetas de sendas manos con seis dedos y una serie de pequeñas protuberancias sobre el centro de sus palmas y la punta de sus dedos. Y por otro, una especie de vigas que contienen una docena de extraños símbolos geométricos grabados en relieve sobre su parte central. Los signos son legibles por ambos lados del eje de estas vigas.
Todos estos materiales —que son mostrados a cámara por un hombre vestido con corbata y cuyo rostro no aparece en pantalla—, parecen extraordinariamente ligeros y de estructura muy frágil.
Pues bien, los únicos restos que recuerdan vagamente el material encontrado en julio de 1947 en el rancho Foster, son, precisamente, esas vigas. El mayor Jesse Marcel habló de ellas y de unos extraños signos parecidos a «jeroglíficos» grabados sobre su superficie. Sin embargo, su hijo, que también las pudo ver con detalle cuando el mayor Marcel se las enseñó camino de la base de Roswell después de recoger algunas muestras en los terrenos de «Mac» Brazel, cree que no se trata de la misma clase de material.
—La principal diferencia que existe entre los restos que yo vi y los que aparecen en el filme está en el tamaño —me comenta Jesse Marcel Jr., hoy un respetado médico de Montana, cuando finalmente le localizo en septiembre de 1995—. Las vigas que yo vi eran más pequeñas que éstas, y tenían grabados unos símbolos de un color entre púrpura y violeta.
—Además, las figuras que viste estaban «llenas» y no sólo silueteadas como en las imágenes —le comento.
—Así es. Traigo conmigo un modelo aproximado de lo que yo vi, con el que podrás hacerte una idea.
Efectivamente, durante nuestra conversación el doctor Marcel sacó de su mochila de nylon una delgada barrita de aluminio conservada dentro de un tubo de plástico transparente, y que a primeros de 1995 había sido replicada, con la ayuda de sus recuerdos, por un diseñador industrial llamado Miller Johnson[89]. La barrita en cuestión apenas tenía cuatro centímetros de altura y tenía grabados unos símbolos pictográficos en uno de sus lados. En verdad, en poco o en nada se parecían a los símbolos que aparecen en la película de Roswell.
Éstos son los símbolos aproximados que vio Jesse Marcel Jr., grabados en los restos del ovni de Roswell, y que no se parecen en nada a los que aparecen en la película de Barnett. (Diseño de símbolos: Miller Johnson).
—Antes de que mi padre falleciese comparamos nuestras impresiones y recuerdos, y el resultado es esta réplica. Creo que es bastante aproximado a lo que vi aquella noche de julio de 1947 en la cocina de nuestra casa.
—¿Y éste era el tamaño? —le pregunto, tratando de cerciorarme.
—Sí. La misma talla.
—¿Y los signos estaban grabados sólo en un lado, no en los dos?
—Así es.
De repente, me vino a la cabeza una pregunta que suelo formular a muchos testigos de encuentros con ovnis… aunque éste no era exactamente el caso.
—¿Podríamos decir que esta experiencia cambió en algo su vida?
El doctor Marcel me miró a los ojos, sonrió, y me contestó.
—Cambió básicamente porque desde entonces me interesé más por cuestiones como la astronomía, la cosmología y cosas así. De aquellos restos aprendí que había otras civilizaciones ahí fuera, lo que no es incompatible con mi fuerte convicción religiosa como católico. Es más, aquello incrementó mi fe.
Le devolví la sonrisa, y seguimos hablando de otros temas.
No olvidé las precisiones de Marcel. A fin de cuentas incidían en lo que ya, a estas alturas, me resultaba evidente: las imágenes de Barnett no correspondían en modo alguno al caso Roswell. Había similitudes evidentes con relatos de los testigos, pero al entrar en el detalle éstas se desvanecían de inmediato. Es como si alguien hubiera «fabricado» ese segmento fílmico basándose en las descripciones originales publicadas en la prensa de 1947 sobre el caso Roswell —que no incluían detalles precisos de tamaño y forma—, y no en las que en fechas recientes surgirían del recuerdo de los testigos al ser entrevistados años más tarde.
5. La escritura extraterrestre.
Cuando vi por primera vez en televisión los signos que estaban grabados sobre las presuntas vigas del ovni, supe de inmediato que debía contactar con Jorge Díaz.
Jorge es un cubano experto en lenguas antiguas, que ya me había sorprendido antaño cuando compartí con él detalles de mis averiguaciones sobre el antiguo Egipto —una de mis más recientes pasiones «secretas»—. Actualmente es presidente emérito de la prestigiosa Epigraphic Society International en España y la persona indicada para saber si estaba o no frente a un burdo fraude lingüístico.
Tras advertirme que él no sabía nada de extraterrestres y que examinaría las imágenes como si de una inscripción antigua se tratara, comenzó a esbozar su diagnóstico.
—Las características de los doce signos que hemos podido reconocer en el vídeo, se corresponden con un sistema de escritura evidentemente fonético —me explica cuando le proyecto la secuencia de los restos del ovni en las oficinas de Año Cero.
—¿Y qué quieres decir con eso?
—Verás: las escrituras fonéticas son aquéllas que utilizan alfabetos. En otra clase de sistemas, como el logográfico, la cantidad de signos sería mayor, y en un sistema pictográfico reconoceríamos figuras de alguna clase, como animales, hombres, etcétera. Lo que vemos en pantalla son signos diagramáticos, que en la terminología de la escriptología quiere decir geométricos.
—¿Y puedes identificar alguno de ellos?
—Hombre, puede decirse que todos esos signos pueden encontrarse dispersos en muchos antiguos alfabetos de la Tierra, pero creo que eso es totalmente casual ya que las formas geométricas no son muchas. Pero observo otro aspecto interesante: entre todos los signos la separación es equidistante, lo cual indica que estamos ante una sola palabra. Y una palabra con la longitud de doce signos puede pertenecer a una lengua con características indoeuropeas como la nuestra. Una lengua donde abundan las vocales y las consonantes.
Jorge fue rápido. Sus agudas observaciones, derivadas de su «gimnasia» mental al examinar inscripciones en piezas arqueológicas o letras semiborradas por el tiempo sobre rocas y piedras, se estaba revelando de especial utilidad en este caso.
—Podemos descartar que se trate de una lengua semítica —añadió—. Una de las características de las lenguas semíticas es que utilizan signos muy cortos y sólo consonantes. Aquí se repite uno de estos símbolos, una especie de «E» doble, con la secuencia en que se repetiría una vocal en una lengua indoeuropea. Ahora bien, determinar de qué vocal se trata es mucho más difícil.
—Luego no podrías traducir esa inscripción…
—No. Y no creo que lo podamos saber nunca, pues supongo que no hay ningún escriptólogo en el mundo que se atreva a especular sobre la lengua en la que esto está escrito.
—¿Y qué base crees que tiene el comentario que se hizo en el reportaje de Canal-4 de que en estos signos se puede intuir la existencia de la palabra «vídeo»?
—No tiene ninguna base científica. Se trata simplemente de un comentario basado en la similitud de las formas, en la apariencia. Evidentemente, tenemos cinco signos que recuerdan vagamente una «v», una «i», una «d», una «e» y una «o»… Pero es un parecido puntual. Desconocemos si las letras están del derecho o del revés y cuál es su orden de lectura (de izquierda a derecha o viceversa).
—¿Y tus conclusiones? —le presiono.
—Mi opinión es que se trata de una escritura real. Me baso en dos observaciones. Primero que en la época en la que se dice que se filmó esta película eran muy pocas las personas que tenían conocimientos de escriptología para poder inventar una escritura de estas características, que además coincida en su grado de evolución con el que debería tener una cultura muy desarrollada. Y segundo, que la pieza de la imagen está fragmentada en dos, partiendo un signo por la mitad, lo que indica que fue grabado de una pieza y después partido. Me parecen demasiadas molestias para un truco.
Sus comentarios me parecieron suficientes. Al menos —como él mismo me advirtió— para concluir que no estábamos ante un fraude realizado por aficionados.
6. Los presuntos autores.
Se ha especulado mucho sobre la autoría de estas imágenes, y lo que resulta aún más descorazonador: ya han aparecido en escena individuos que proclaman haber sido los creadores del presunto engaño. Tras la exhibición mundial de las imágenes, los responsables del reportaje sobre Roswell para el Canal-4, la revista británica Fortean Times y la junta directiva de BUFORA recibieron tres fotos polaroid recientes que pretendían demostrar el fraude. Las imágenes, enviadas anónimamente por una compañía no identificada denominada Morgana Productions[90] UK 95, muestran un modelo de la cabeza del extraterrestre de la primera autopsia siendo pulido y pintado.
Al no ir acompañadas por ninguna clase de explicación adicional, los responsables de BUFORA decidieron analizarlas mediante un programa informático llamado Cadcam y comprobar si las distancias de los rasgos de la cara del «modelo» se correspondían con lo que muestran las imágenes de Barnett. El resultado fue concluyente: no se trataba de la misma criatura.
Esta «anécdota» puede resultar de tremenda importancia en el futuro, pues pone en evidencia que si alguien se presenta con imágenes de las bambalinas del «escenario» donde el filme de las autopsias fue rodado, debe demostrar sus afirmaciones. Y no sólo eso, sino que debería asimismo inaugurar un nuevo sendero en la investigación que determinase las razones del fraude y, sobre todo, el origen exacto de los recursos económicos necesarios para perpetrarlo (muy elevados, como he dicho, a juzgar por los expertos en efectos especiales que han examinado el material de Barnett).
Pero, naturalmente, nada de esto se ha producido aún.
7. El negocio de Roswell.
La última pista de esta especie de acertijo ufológico es, quizá, la más insustancial de todas. Escépticos y detractores del fenómeno ovni han arremetido contra la veracidad del caso Roswell porque en esta remota ciudad de Nuevo México el accidente de una nave no identificada en 1947 se ha convertido en una suerte de atractivo turístico. En abril de 1992 John Price, propietario de un videoclub en la calle South Main de Roswell, reestructuró su negocio y lo convirtió en el UFO Enigma Museum, con la intención de centralizar todas las visitas de curiosos que llegaran a Roswell preguntando por el célebre «platillo estrellado».
Sólo seis meses más tarde, y ante la creciente oleada de visitantes a la ciudad tras la publicación de los libros de los tándems Randle-Schmitt y Friedman-Berliner, el ex teniente y oficial de relaciones públicas Walter Haut y el sepulturero jubilado Glenn Dennis —dos de los principales implicados en el caso— organizan el International UFO Museum and Research Center, recibiendo la nada despreciable cifra de cuarenta mil visitantes entre 1993 y 1995.
Pocas cosas genuinas —sino ninguna— pueden mostrarse en estos museos, y su puesta en marcha obedece más al carácter de «aprovechar el momento» propio de los norteamericanos que a la idea cultivada falsamente por los mal llamados escépticos europeos de que el caso Roswell se ha potenciado para mantener vivos estos «negocios». De hecho, los quince dólares que cobra el joven ranchero Herbert «Hub» Corn por llevar a sus clientes al lugar del desierto donde Randle y Schmitt sitúan la caída del ovni, o el dólar que cuesta entrar a los dos museos de Roswell, son un negocio irrisorio si se compara con las cifras millonarias —ésas sí— barajadas alrededor del filme de Barnett.
La cadena de televisión norteamericana Fox pagó algo más de un millón de dólares por la exclusiva en Estados Unidos de las imágenes de la primera autopsia, aunque las cifras de audiencia obtenidas compensaron la inversión. Sólo en España, Antena 3 Televisión consiguió atrapar la atención de 3.142.000 espectadores, copando el 42,3% de la audiencia durante la emisión del reportaje Los Alienígenas de Roswell. Pero el negocio no se detuvo ahí: al tiempo que en este país se emitía ese documental, la Merlin Group se embolsaba otras cantidades millonarias tras la distribución en todo el mundo de ciento cincuenta mil copias de su documental en vídeo Incident at Roswell, al «módico» precio de seis mil quinientas pesetas de entonces (unos cuarenta euros).
Ahora bien, estas cifras poco ayudan a vislumbrar la naturaleza última de los conjurados que pusieron en circulación este material y elevaron a los titulares de los periódicos —por una falsa asociación— una noticia que tiene casi medio siglo.
No creo equivocarme si afirmo que estamos ante la más gigantesca campaña de desprestigio del fenómeno ovni urdida desde que se iniciara su «era moderna» en 1947. La asociación de elementos dudosos a otros más claros forma parte de las más depuradas técnicas de intoxicación informativa practicadas por los servicios de inteligencia de medio mundo. Sin embargo nunca antes la aplicación de estas técnicas al fenómeno ovni había salpicado tan directamente a la opinión pública, saliendo de los círculos —bastante viciados, por cierto— de los investigadores de No Identificados.
Sólo si la lucha por desenterrar la verdad del caso Roswell continúa, al margen de la película de Barnett que debe analizarse en un contexto aparte, podremos averiguar si lo que la Fuerza Aérea de los Estados Unidos recuperó en el desierto de Nuevo México en 1947 merecía orquestar tan tremenda maniobra de confusión. Tan gigantesca conjura de los expertos en desinformación.
El tiempo dirá.
En La Navata, a 17 de octubre de 1995