La confesión
Cuando muchos ya daban por olvidada la vieja polémica de la película de las autopsias, en la primavera de 2006 se estrenaba con un más que discreto éxito comercial una comedia británica en la que se reconstruía la aventura de Ray Santilli y su tropiezo con el cámara que supuestamente filmó el examen médico a tres supuestos extraterrestres en Roswell. La cinta, titulada Alien Autopsy, fue dirigida por Johnny Campbell y contó con la ayuda del propio Santilli.
Dos días antes de su estreno —cerca del fools day, el equivalente anglosajón a nuestro día de los inocentes—, Santilli y su antiguo socio Gary Shoefield dieron una nueva (y se supone que definitiva) versión de lo sucedido. Entonces se reafirmaron en la mayor. Esto es, que a principios de los noventa ambos adquirieron varias cintas secretas sustraídas al gobierno de los Estados Unidos en las que se veía cómo se practicaba un examen forense a varios cadáveres de otro mundo. Pero también admitieron que ese material no pudo ser procesado por ellos a su llegada al Reino Unido y que se vieron obligados a «reconstruirlo» en un set que improvisaron en el comedor de un piso vacío en el barrio londinense de Camdem Town. Con la ayuda de un escultor local crearon dos muñecos y simularon tan fidedignamente como pudieron lo que les había vendido bajo cuerda Jack Barnett. Y después lo comercializaron como material auténtico.
En 2006 la credibilidad de Santilli ya estaba tocada de muerte y ni siquiera los medios de comunicación especializados que siguieron este «culebrón» con interés se hicieron eco de aquella postrera explicación. Por desgracia ni él, ni su socio en Merlin Group, ni nadie en su entorno fue capaz de aportar pruebas de la compra de aquel presunto material fílmico a un ex oficial del ejército de EE. UU.
Su «modus operandi» en el verano de 1995 y la estafa ulterior a medios de comunicación y sus audiencias, dañó gravemente la reputación de muchas personas que confiaron en que la película de las autopsias iba a acabar con décadas de silencio oficial sobre los ovnis. Y lo que es peor: hizo que muchas reivindicaciones legítimas para obtener la desclasificación de documentos secretos sobre el caso Roswell y otros de naturaleza similar perdieran todo interés ante la opinión pública.
Visto en perspectiva, lo ocurrido en aquel verano de 1995 forma parte de una de las páginas más negras de la fascinante —porque lo sigue siendo— historia del misterio de los Objetos Volantes No Identificados.
Ojalá las futuras generaciones de interesados en esta cuestión no olviden jamás la lección de esos días aciagos.