La última vez que hablamos de nosotros volví a recordar por qué ya no estábamos juntos desde hacía tanto tiempo. Al escucharte hablar —y callar— me acordé de tus silencios. Esos vacíos son agujeros negros, lugares inexpugnables donde los conceptos espacio-tiempo pierden sentido.
Me he preguntado dónde estarán todos esos te quiero que te lancé y que quedaron sin respuesta. Y me los he imaginado flotando en una especie de limbo donde han ido a parar también los besos y abrazos que se quedaron esperando un acuse de recibo. Junto a ellos he visto pasar nuestra casa. Sencilla, con pocos muebles y mucha luz. Y un poco más allá he encontrado nuestros álbumes de fotos futuras. Estaban llenos de viajes. Me he visto sonriendo a tu lado. Yo miraba al objetivo y tú me mirabas a mí. Tu mano apoyada en mi tripa incipiente.
Me he encontrado con tu cuerpo envolviéndome a medianoche porque me he despertado de frío. Estaba justo al lado de mi pañuelo en tu cuello porque tienes dolor de garganta. Y he podido oler las flores que me acabas de dejar en la cocina. Y de largo han pasado nuestros bailes en el salón. Se han chocado con nuestras manos entrelazadas mientras cenamos sobre la alfombra. Yo recostada sobre ti, tú recostado sobre el sofá, dos copas de vino y nuestra canción sonando.
Casi de refilón te he visto mirándome de cerca. Mis piernas en uve delante de tu torso. Y, al fondo del todo, he descubierto un espejo. Me he visto reflejada en él y solo aparecía yo. Lo demás era inventado.
Y de repente me he visto aquí
en silencio
con el mundo frente a mí
agarrándote con mi mano
y mirando como tú mirarías
He recordado al pequeño Totó agazapado en aquel cuchitril, hecho un manojo de nervios, ansioso por ver la siguiente escena en aquel museo de los recuerdos del Cinema Paradiso. Sin perder nunca la ilusión, fascinado por lo que le podía deparar aquella nueva historia, esperando el beso, el roce, el gesto que debía llegar al fin. Pero nunca llegaba. La tijera se imponía fría y oportuna para no dejar espacio al triunfo de lo carnal.
Manuel, tú fuiste el censor de mi entrega, de mis anhelos y mis quimeras. Fuiste recortando instantes de mi película, esa que yo me empeñaba en ver una y otra vez con la intención de que en aquel nuevo pase se incorporasen nuevas escenas. Pero no fue así. Lo que ocurrió es que los recortes de celuloide se fueron amontonando en el suelo del mismo modo en que lo hacían bajo los pies del viejo Alfredo. Y fuimos perdiendo más y más besos y abrazos. Y el desenlace de la cinta siguió sin cambiar.
Y ahora ya solo pido que dentro de un tiempo, unos años tal vez, un día reciba una caja con todos esos recortes dentro. Pegaré uno a uno los trocitos, montaré esa sucesión de escenas inconexas y comprobaré que nosotros también tuvimos momentos maravillosos que en su día censuramos y que, para entonces, ya conformarán un recuerdo feliz.
No fue casual que tus tampocos
y tus tan pocos sonaran igual
No lo fue, que lo sé yo,
también y tan bien
#microcuento