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JIMENA: BANGKOK Y LA INTENSIDAD

—Hola, buenos días. ¿Es el club de los intensos?

—Aquí, al aparato.

—Estupendo. Sí, mire, me llamo Jimena y resulta que soy intensa. He sido intensa en otros países y me acabo de mudar. Creo que puedo aportar experiencia al grupo. ¿Cuáles son los requisitos?

—Se trata de ser profunda en cualquier circunstancia o situación hasta límites insospechados, rozando el cansinismo. Un ejemplo: si sale el sol será por algún motivo, si llueve será una señal.

—¿Hay que sufrir por no saber la causa? Verá, es que yo sufro bastante. Igual estoy un poco avanzada para el grupo.

—Le haré algunas preguntas para comprobar en qué nivel nos podría encajar. ¿Sufre crisis hormonal antes, durante y después de la regla? ¿Recuerda fechas para regocijarse en el dolor? ¿Se chuta en vena canciones que dejarían al mismísimo Álex Ubago como un artista animoso?

—Sí a las tres. Mis hormonas son tan agradecidas que siempre les gusta hacerme saber en qué momento del ciclo me encuentro. Además, procuro hacerme hojas de cálculo Excel para que no se me olviden las fechas. Ubago no, no me va la música española. Yo para chutarme prefiero a James Blunt. ¿Vale?

—Enhorabuena, Jimena, Gallifante para usted. Está lista para el nivel superior. Escuchar Goodbye my lover en días consecutivos otorga varios créditos.

—Bueno, a decir verdad, yo lo combino con Tears and rain.

—Escuchar del tirón todos los discos de la banda sonora de Anatomía de Grey también suma.

—Yo del tirón no, pero reconozco el estilo. ¿Hacen sesiones de Intensos Anónimos?

—Sí, ofrecemos cursos esporádicos de iniciación a la trascendencia, pero a usted la veo más en un grupo de periodicidad semanal con aportaciones cotidianas al drama de la vida.

—Le cuento, yo no vivo la intensidad desde la pequeñez, sino desde la inmensidad del universo. Veo valores absolutos y sufro por no tenerlos. Por ejemplo: la fidelidad, el amor puro o la paz mundial.

—Entiendo, sería algo así como que usted se rebela porque no hay más fuentes de intensidad.

—Exacto. Y le diré algo, me encanta llevarlo a las vicisitudes de mi vida. Me explico. Hoy, sin ir más lejos, tengo una infección de oído y me he levantado con media cara hinchada y deformada. ¿Qué me dice a eso?

—Suena bien. Y nos viene de maravilla para considerar la intensidad en toda su magnitud. ¿Se ha cagado usted ya en la puta madre que parió al martillo y al yunque en toda su magnitud?

—Pues sí, ya lo he hecho, varias veces. Le relato cuál ha sido la sucesión de acontecimientos:

1. Me he levantado con una cara deformada propia de la mujer elefante.

2. Me ha venido la regla tras cincuenta y seis días de ausencia y seiscientos miligramos de progesterona sintética.

3. Con las ganas de vomitar y una bufanda en pleno verano para tapar mi cuello de luchador de Pressing Catch, me he metido en el metro y he cruzado la ciudad con otro millón de personas que también han decidido salir a la calle.

4. Unos amigos muy amables me han invitado a comer en el mejor restaurante de comida tailandesa. Y me han hecho comer infinito. De postre…, lichis. (Soy alérgica, le recuerdo).

5. El día todavía no ha terminado. Me quedan tres horas. Y yo solo quiero sofá y muchos capítulos de Sexo en Nueva York.

—Mmmmm. Entiendo, Jimena. Con un poco de suerte los lichis le provocarán una alergia que contrarrestará la elefantiasis galopante. Su nivel de hormonas la sitúa hoy en el nivel avanzado de la intensidad. Está usted pisando la trascendencia absoluta. Felicidades.

—Así que, como puede imaginar, sí, me cago en la hostia puta (pero desde el respeto).

—Desde el respeto y la tolerancia, siempre.

—Le mando prueba gráfica de mi momento actual.

—¡Virgen santa!, pero ¿qué le ocurre en la cara? ¡¡Ha comido lo mismo que Kim Jong Un!!

—Qué va. Me lo he comido a él.

—¿Y qué se siente con un líder mesiánico dentro del cuerpo?

—Siento que tengo una reacción nuclear interna. Ganas de comer kimchi y japchae. Y ganas de arrasar Occidente. Más o menos.

—Entiendo. ¿Y de enriquecer uranio?

—Bueno, oficialmente no enriquecemos. A veces un cubito de caldo para usos energéticos, pero nada más.

—Tienen ustedes unos detalles magníficos.

—Hombre, lo intentamos. A veces también abrimos las fronteras para que la gente humilde pueda trabajar en el sur. A los pobres sureños les faltan esclavos vietnamitas y filipinos. Y así mi pueblo también se entretiene. Cuando nos cabreamos con los americanos cerramos otra vez.

—Está usted en todo. ¿Y qué opinión le merece la política occidental?

—Nada, todos unos capitalistas salvajes. Nosotros nos fijamos en nuestro vecino y hermano mayor. Ellos nos iluminaron con la gloria de la revolución igualitaria del consumo. Además, en Occidente no hay kimchi.

—Pero hay subprimes, primas de riesgo, recortes, desahucios… No se crea, aquí no nos aburrimos. No se enriquece uranio, eso solo lo hacen algunos. En paraísos fiscales, mayormente.

—Mire, yo nací de un lago como mi padre y mi abuelo. En Changbaishan concretamente. No miro a Occidente… ¡Soy un dios! Eso de los paraísos les pasa a ustedes por tener justicia. Aquí en casa hace tiempo que pusimos a los fiscales a hacer imanes para neveras con mi cara. Ellos se sienten más realizados y la sociedad es más armoniosa. Es un win-win.

—¡Qué buena idea! Además de un dios es usted muy listo. Imanes con su cara. Nosotros tenemos tazas con los rostros de todos los miembros de las casas reales. Aquí no hay dioses, claro. Y luego hay estampaciones con Obama.

—Bueno, en esto de la divinidad hay mucho aficionado también. Los reyes dicen que lo son por derecho divino, pero eso no está demostrado. Lo mío sí. Y punto.

—Una charla muy enriquecedora, desde luego. Gracias.

Soledad es llamarle a gritos

y que no me haga caso

Soledad es llamarme a gritos

y no hacerme caso

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