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Lo que peor llevo es no poder estar a tu lado cuando sé que lo estás pasando mal. Lo llevo peor incluso que cuando soy yo la que no está bien y tampoco encuentro tu consuelo. Por eso cuando he recibido esa llamada hoy casi se me cae el teléfono al suelo. «Candela, la madre de Manuel se ha muerto». Ocho palabras que han retumbado en mi cabeza y que han cambiado de color el día.

Tu madre, Isabel, Isa, Bela, Bella. Tantos nombres para una persona tan chiquita pero tan encantadora. Yo la conocí de casualidad aquel día que vino a tu casa, ¿te acuerdas? Me la presentaste y me pareció una persona especial, con luz. Y ahora se había apagado.

Traté de imaginar cómo estabas, pero la sensación me angustiaba demasiado. Y no podía llamarte. Ya no te llamaba, ya no te llamo. Y sé que la ocasión lo merecía, pero preferí esperar a verte en el tanatorio. Pasé a ese segundo plano al que habíamos quedado relegados desde hacía un tiempo. Y no te llamé.

Cuando entré en la sala en la que estaba expuesta, mi corazón bombeaba tan agitado que apenas podía escuchar más sonido que el de mis latidos. Y te vi en una esquina, sereno, sobrio y triste. Muy triste. Nunca te había visto así. Es lógico, te acababas de quedar huérfano y para eso no hay marcha atrás.

Estabas con tus hermanas y diste un paso al frente al verme llegar. Te lancé una medio sonrisa y te guiñé un ojo, en un intento de hacerte ver que éramos cómplices en eso, que yo sabía cómo te sentías. Nos fundimos en un abrazo y me dijiste: «Ya nadie me va a volver a llamar hijo, Candela. No tengo a nadie que me lo llame». Dos lágrimas resbalaron por mi cara mientras tus ojos se encharcaban y con dificultad aguantaban el envite. Te apreté fuerte en el brazo y te dije que lo sentía mucho.

Y era cierto, lo sentía mucho. Y sentía más todavía no poder acompañarte esa noche de vuelta, cuando al llegar a su casa te encontraras su vestido colgado detrás de la puerta y sus zapatillas vacías a los pies de la cama. Y su peine y su colonia y la barra de labios de color rojo intenso que se ponía los días grandes. Me hubiera gustado estar contigo cuando te encontraras ese vacío en la casa de tus padres, que volvía a ser la tuya.

Y me guardé en el buzón de mensajes no enviados uno en el que te mandaba un beso. Otro en el que te decía que esa noche te estaba mirando de cerca. Y un último en el que te recordaba que te seguía queriendo.

Las ausencias, Manuel, nunca las he llevado bien. Tampoco la que te provocó la muerte de tu madre.

De todas las opciones, de todas las personas,

de todos los lugares,

De todo entre los todos, tuviste que ser tú

Conmigo.

#microcuento