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Y entonces apareció Pierre. Tampoco te he hablado de Pierre, Manuel. Francés, algo mayor que yo y un cielo. Estoy convencida de que la vida te pone y te quita personas por algún motivo. Él llegó a la mía para demostrarme que otro tipo de amor es posible.

Lo conocí en Barcelona. Fui a pasar el fin de semana con Berta y allí estaba él, en un bar de copas. Nunca pensé que a estas alturas iba a establecer demasiadas relaciones en la noche. Comenzamos a hablar, me explicó sus peripecias vitales, y la charla resultó de lo más interesante. Me atrapó con sus experiencias en otros países. Había vivido en la India, hablaba varios idiomas y sabía escuchar muy bien. El desenlace fue que ambos terminamos en mi hotel y Berta tuvo que cogerse otra habitación a las tantas de la madrugada. Ese era el trato. Si triunfa una, triunfa el equipo. Y triunfamos.

Pierre, el nombre me gustaba. Así llamamos al juguete sexual que nos habíamos comprado en París el invierno anterior. Me había escapado con Berta a la capital del amor y el romanticismo y, puesto que íbamos sin pareja, decidimos adquirir un recuerdo que nos hiciera sonreír cada vez que pensáramos en nuestra aventura gala.

París es la ciudad perfecta. Tan perfecta que impresiona. Fuimos un fin de semana y, como no era nuestra primera vez, decidimos vivir la ciudad de otro modo. Así que nada de visitar la torre Eiffel ni el Louvre. Esta vez optamos por el museo Rodin.

El día soleado nos acompañó en aquella visita. Un museo al aire libre, ¡cómo no había estado antes allí! Las esculturas de las manos, la pareja fundiéndose en un beso apasionado. Todas las piezas lograban dejarte hipnotizado. La luz entraba por los ventanales abiertos e iluminaba las figuras perfectas, blancas, puras.

Y entonces me asomé a una ventana y lo vi. Allí estaba con su brazo inclinado y su codo apoyado en la pierna. El pensador. Me apresuré y bajé hasta la planta baja. Fui por los jardines del museo hasta que lo tuve delante. Su postura, su pose majestuosa, provocó que su pensamiento turbador se trasladara a mí. ¿Qué estaría pensando aquel hombre, Manuel?

Por la tarde fuimos de compras y entramos en el sex shop más bonito al que he ido nunca. No es que sea una experta en el tema, pero es que en París incluso ese lugar tenía charme. Un edificio antiguo, centenario, un pórtico a la entrada, una enorme puerta de madera anticipándolo y allí estaba el jardín secreto del placer.

La dependienta, muy amable, nos hizo un recorrido minucioso por todos los artículos de la tienda. Tanto es así que compramos varios recuerdos de nuestro paso por aquel templo de los sentidos. Pero, sin lugar a dudas, el que mejor sensación nos causó fue Pierre.

La chica puso mucho afán en su descripción y nosotras fuimos unas alumnas muy disciplinadas. C’est pour l’orgasme vaginal et clitoriane. C’est très bon. ¡¡Y tan bon!!, corroboro yo ahora con conocimiento de causa. Pierre es la bomba, un amigo de los que nunca fallan.

El nombre de mi chico francés me trajo muy buenos recuerdos de aquel viaje. Le conté la historia y eso hizo que nos relajáramos en la intimidad. Se abrió la veda. Y entonces fue cuando Pierre me introdujo en el mundo del tantra, algo totalmente desconocido para mí.

Con un acento delicioso se apresuró a aclararme que, lejos de lo que piensa la mayoría, «el tantra no es correrse para adentro». Esa frase pronunciada con su erre francesa hizo que lo devorara con los ojos. Lo besé y le pedí que me explicara en qué consistía el sexo tántrico. Y así lo hizo.

«Nada de obsesionarse con la eyaculación. El objetivo es disfrutar al máximo pensando únicamente en el placer. Se trata de ir despertando los sentidos y descubrir las zonas erógenas de nuestro cuerpo. No hay que centrarse en los genitales», matizó. Yo asistía a aquella clase improvisada de teoría sexual como una colegiala con coletas. Me faltó tomar apuntes.

Después de la teoría, llegó la práctica. Y he de reconocer, Manuel, que la práctica me gustó mucho. Sus manos buscando esos lugares que hasta entonces habían desempeñado un papel secundario y a los que ahora Pierre daba la oportunidad de ser protagonistas.

Me explicó que las mujeres podemos experimentar hasta siete —¡SIETE!— tipos diferentes de orgasmos. Y aquella noche me propuse descubrir cuántos era capaz de localizar. No sé si supe diferenciar tantos tipos, pero te aseguro que sí, que disfruté muchas veces, y eso me dio una gran satisfacción.

Pensé que sería una historia de una noche, pero no fue así. Pierre me despertaba por las mañanas con un mensaje de buenos días que no ponía el punto después de decir princesa. Siempre atento, detallista, preguntando qué tal había dormido, contándome sus aventuras del día anterior, pidiéndome que fuera a verlo, viniendo por sorpresa a mi casa. Escribiéndome cartas, algunas sobre su día a día, otras sobre mí y lo que estaba sintiendo. Pierre me daba todo lo que estuve esperando de ti tanto tiempo, y eso —a ratos— me pellizcaba el corazón.

Aire que me das si me miras

que me falta si no estás

Aire que se corta

en la despedida

Aire que contiene «ríe»

Aire, sin más

#microcuento