42

Nunca te he hablado de otros hombres. A ti siempre te interesaron mis parejas anteriores (me vas a permitir que a ti también te incluya en el apartado de novios aunque odies esa etiqueta), pero yo nunca te di demasiados detalles. Así que cuando, en alguna de nuestras idas y venidas, yo salí con otros, nunca te lo conté. Por ejemplo, no te confesé que un día por sorpresa me llamó Rubén.

Hacía varios años que lo habíamos dejado y quedamos para vernos y ponernos al día. Lo invité a cenar a casa. Después de una botella de vino nos pusimos a hablar de una manera más íntima. Se sentó a mi lado, empezó a acariciarme sutilmente y a recorrer mi mano con sus dedos. Me dijo que me echaba de menos, que había sido un tonto y que le gustaría intentarlo otra vez. «Con nadie me divierto como contigo», concluyó. Y eso me gustó.

Me gustó tanto que a los pocos minutos estábamos desnudos en el salón. Recordé aquellos besos que hacía tanto que no daba. Su olor, ese perfume que pronto lo inundó todo y sus manos. Nos cogimos con ganas y eso se notó. Yo quería una tabla de salvación que me alejara de ti y Rubén quería recuperar el tiempo perdido.

Enseguida los besos nos llevaron más allá y terminamos en la cama. Y de repente, cuando comenzaba a evadirme y a disfrutar de aquello, viniste a mi mente. De golpe. Sin avisar te plantaste en aquella fiesta y no había manera de sacarte de allí. Y a partir de ese momento era a ti a quien besaba, y no a él.

Rubén, que no sabía que se había convertido en Manuel, no respondía como lo habrías hecho tú. Y no me hablaba, ni me decía lo que tú me decías, ni me tocaba como tú sabías que me gustaba, ni me miraba como tú me mirabas. Y me jugaste aquella mala pasada y, cuando al fin terminamos, noté que no era sudor sino lágrimas lo que cubría mi cara. No he vuelto a ver a Rubén.

Hace ya mucho que el tiempo juega en mi contra. Hoy, asomada desde el puente del pequeño pueblo al que hemos venido a pasar el fin de semana, lo pensaba. La vida es como un río. Y me fijaba en las pequeñas cascadas, en los rápidos y en las zonas más calmadas de aguas tranquilas.

He pensado que contigo me sumergí en uno de esos rápidos y evité seguir avanzando. El agua siempre te arrastra, inevitable, pero yo me opuse. Luché con todas mis fuerzas por ir contra corriente. Yo quería seguir en esas aguas arremolinadas sin que hubiera consecuencias y eso no puede ser. Porque la vida, como los ríos, no se detiene. Y las aguas que un día te vencieron unos metros más adelante te mecen suavemente. Pero yo ya no quería esa paz si para ello tenía que renunciar a ti.

En vista del escaso éxito que tuve con Rubén, decidí lanzarme a explorar nuevos campos. Me propuse salir con hombres con los que no hubiera tenido ninguna relación antes. Y entonces llegó Fernando. FERNANDO. Como suele pasar en estos casos, llegó sin avisar, pero su recuerdo se ha quedado conmigo para siempre. Me da apuro contártelo así, Manuel, pero es la verdad; sabes que nunca te he mentido y esta vez no va a ser la excepción.

Conocí a Fernando a través de Twitter. Me hizo un comentario simpático, comencé a seguirlo y al rato nos estábamos mandando mensajes directos para quedar. Nunca me había pasado algo así. Él me seguía porque le había gustado un reportaje que yo había realizado hacía unos meses. Su hermana trabajaba en una revista y me propuso publicar en ella algunas de aquellas fotos. El paso siguiente fue comunicarnos por correo electrónico y después intercambiamos nuestros teléfonos.

Yo reparé en su avatar y en su biografía. Joven, veintinueve, moreno, guapo, atlético, guapo, deportista, guapo, músico, ¿te he dicho que guapo? Era justo lo que necesitaba. Un tipo interesante, atrevido y guapérrimo que me hiciera olvidar mis penas.

Contactó conmigo un jueves y al día siguiente nos fuimos juntos de fin de semana. Así, sin conocerlo de nada. Mis amigas estaban de los nervios, pero en el fondo se alegraban de que me distanciara de ti. Lo recogí en su apartamento y nos dispusimos a vivir aquello al máximo.

Me habían recomendado un hotel con spa maravilloso a dos horas de casa y allá nos fuimos. Al principio me dio un poco de corte, pero enseguida conectamos y, aunque pronto supe que aquello solo sería una aventura, me encantó vivirla.

Fernando es un espíritu libre —yo ya los detecto al vuelo, tengo experiencia— y con él no iba a caer en los mismos errores en que caí contigo. Con él quería disfrutar sin compromiso y podía hacerlo porque de él no estaba enamorada, afortunadamente.

Decidí llevarme mi coche para poder escapar en caso de que el chico resultara ser un psicópata, pero no hizo falta salir corriendo. En cuanto nos vimos nos abrazamos y me plantó un beso en la boca con tanta decisión que ni siquiera pude extrañarme por aquel gesto. Ya en la carretera el trayecto se convirtió en un ir y venir de manos y besos robados. En cuanto paraba en un semáforo o no había coches rondando, empezaba con su juego.

Y así estuvimos tres días con sus tres noches. Un fin de semana de encierro voluntario tan recomendable que debería prescribirlo el médico en caso de desamor. Volví renovada, con un cutis perfecto y una sonrisa de oreja a oreja. Fernando me hizo mucho bien. Y se lo agradezco. Se lo agradeceré siempre.

Celos

de los pies que te guían

de la sombra que te acompaña

del aire que se introduce

Celos

que no nombro

por si te descubren

#microcuento