Ahora entiendo por qué antes no lo entendía.
Paraste en seco, me miraste a los ojos y me dijiste: «Quédate con este momento». Estaba cabalgando sobre ti. Te sentía tan adentro que apenas había comenzado a moverme. Quería disfrutar de cada sensación, de cada gesto. Tu entrada había sido suave, tan esperada como el rayo de sol que aparta la nube plomiza y abre el cielo de repente. Y ya no es gris. Y ves la luz.
Estaba acalorada, apenas recuperándome de todo lo que acababa de recibir cuando todavía estaba fuera de ti. Tus manos, cómplices de tu boca, me habían hecho olvidarme de todo. «Quédate con este momento», dijiste fijando tu vista en mí. Con esa mirada aguamarina, tan clara que podía escuchar el oleaje desde allí mismo.
Lo intenté. Juro que lo intenté, Manuel. Mil veces. Ampararme en tu mirada de cerca cuando me invadía la soledad fría de mi habitación. Recordar aquellos días en los que no podías esperar al final de la cena y tenías que acercarte y venir a besarme. Yo todavía sentada, tú en pie, abriendo mi boca con la ayuda de tus labios, y tu lengua enjugando el vino que no me había dado tiempo de tragar. Y tus dientes mordiendo suavemente y pidiendo más. Siempre más.
Prometo que intenté utilizar como bálsamo tus manos buscando lugares escondidos para el resto, para los demás que no nos importaban. Reconocer mi risa al hablarte, tu sonrisa al contemplarme y tus ojos al besarme. Busqué y volví a buscar el apoyo de tu mirada de cerca haciendo de tirita sobre una herida que durante tanto tiempo no dejaría de sangrar.
Lo intenté. Lo intenté con todas mis fuerzas, pero yo no valgo para conformarme con lo efímero cuando podemos disponer de la eternidad. Aunque a veces la eternidad sea un instante. Ese momento ha de ser vivido como si fuera el último, pero sabiendo que no lo es. Porque si cada beso sabe a despedida, el adiós se convierte en protagonista.
Yo te quería recordar en presente, en movimiento, en alta definición. En tu caso no me valía una sola imagen del instante. No era suficiente, así que hice —una tras otra— fotografías de todos los momentos que vivimos juntos. Todos. Departamentos estancos que gracias a mi moviola conseguía que cobraran movimiento. Y vida. Como esas películas antiguas en las que el color sepia te traslada a otra época, a un tiempo mejor, aunque no lo sea. Y solo despertaba cuando los defectos del celuloide que quedaban patentes con fisuras en la película me devolvían a una realidad imperfecta que a mí no me interesaba recordar. Prefería quedarme con los flashes felices y cegadores, con la textura de ese Cinexín que tantos momentos inolvidables nos regaló.
«Quédate con este momento», me habías dicho, pero yo no supe leer entre líneas ni entender lo que me decías. Creía en ti con una fe renovada y poderosa, me quedaba con lo bueno y me cegaba lo malo hasta el punto de que dejaba de verlo. Por eso no entendí que cuando me decías que tú no podías querer así, de ese modo, era cierto. Cuando te preguntabas sorprendido y tú mismo te respondías a la pregunta retórica de cómo podía entregarme tanto, eran verdad tu sorpresa e incredulidad. Cuando me decías que eras joven para pensar en hijos aunque yo fuera la mujer ideal con quien tenerlos, era cierto que no te planteabas formar una familia conmigo. Cuando me confesabas que me querías y que disfrutabas de mi cuerpo como nunca antes lo habías sentido con nadie, era verdad…, pero eso no significaba que te fueras a quedar conmigo.
No supe entender todo eso, a pesar de que lo hablamos. No supe o no quise. O no pude verlo. No podía.
Cuando te rompen el corazón
la garganta se acristala
los pulmones pequeños
sin aliento
las rodillas al suelo
los pies, descalzos, delatan
y escapan
pero quedan presos.
Cuando te rompen el corazón
no hay palabra,
ni consuelo
no hay techo que te refugie
ni abrazo que sustituye
no hay tiempo de más
solo días de menos.
Cuando te rompen el corazón
dejamos de ser
eternos
Me llenaste la cabeza de recuerdos que nunca
llegaremos a vivir juntos
Y así, mirando atrás y frente al espejo
me di cuenta de que «hoy» es «yo»
Y la «h» que sobra hizo de silla para esperarme.
#microcuento