Era muy tarde, más de las once de la noche. Solo recuerdo que era martes, y eso no es poco. Últimamente las semanas se me amontonaban. Era una sensación extraña, nueva para mí. Como si los días me pasaran por encima y no me dejaran disfrutar de ellos. El tiempo se había convertido en algo impreciso, una especie de acordeón que se estiraba y se encogía a su antojo. Y, así, había minutos interminables y días que pasaban tan rápidos como los años que llevaba pegada a tu recuerdo.
Sonó el timbre de casa, abrí y allí estaba Carol, con la cara descompuesta, completamente desencajada, como si acabara de presenciar un accidente o la hubiera atropellado un camión. Quizá era eso lo que le había ocurrido. Estaba arrasada. Llevaba nueve años con Andrés, el tipo más egoísta que he conocido jamás. La verdad es que en realidad no lo conozco, apenas de saludarnos, pero sé lo que está siendo en la vida de Carol y eso no se lo perdono.
Después de casi una década esperando ese divorcio que no llega, esas promesas incumplidas, esas noches de Orfidal, esos días vacíos de sentido, Carol se plantó en mi casa destrozada. «Estoy embarazada, Candela», me espetó. Yo me quedé inmóvil, sin saber qué decir, no sabía si debía alegrarme por ella.
«Se lo he contado a Andrés —continuó— y me ha dicho que él ya tiene tres hijos y que no piensa tener otro más, y menos conmigo». Levantó unos segundos su cara cubierta de lágrimas, buscó mis ojos y, con una mirada sin consuelo, me repitió: «Conmigo, ha dicho, Candela». Y lo volvió a repetir, ya con un hilo de voz: «Conmigo…». Cuando salieron esas palabras de su boca, supe que Carol era consciente de que había perdido la poca dignidad que le quedaba.
Lo peor de todo es que no era la primera vez que le pasaba algo así. Carolina se fue dejando anular poco a poco y todo por sostener una relación que a la larga se ha visto que es insostenible. Al principio lo disfrazó de pasión, después de amor y por último de una dependencia que la tenía atada de pies y manos. Tanto es así que decidió comprarse su casa al lado del trabajo de Andrés para que a él no le supusiera demasiada molestia ir a verla. Y así fue construyendo su vida alrededor de la de él, pero sin ser ella nunca el centro de la historia.
Aquella noche se quedó en mi casa, le preparé una tila doble y la abracé hasta que dejó de temblar gracias a la pastilla que, una noche más, volvió a ayudarla a dormir y a hacerla olvidar, durante unas horas, que no era dueña de su vida porque se la estaba regalando a quien menos la merecía.
Pocos días después la acompañé en el duro trance que para toda mujer es un aborto. Lo hablamos, lo pensó bien y decidió interrumpir el embarazo. Fui con ella a la clínica. Estas cosas se siguen haciendo casi siempre de espaldas al mundo, a la familia y —en este caso— de espaldas a él, que tampoco quiso estar a su lado en ese momento.
Al despertar de la anestesia lo primero que me preguntó fue: «¿Ya está, Candela?». Asentí, le lancé la mejor de mis sonrisas y le dije que todo había ido bien y que en unas horas estaría como nueva. «Solo espero no arrepentirme de esto el resto de mi vida», me respondió. No supe qué contestar, así que le di un beso en la frente y le dije que todo saldría bien. Cerró los ojos y siguió durmiendo.
Cuando un tiempo después, jugando a jugar contigo, tuvimos aquel susto en la cama, rápidamente me vino a la cabeza Carolina. El preservativo se rompió y entré en pánico. ¿Qué pasaría si me quedo embarazada de este? Así lo pensé, de este. Nada de Manuel, de mi amor, ni cariño. «De este —me dije—, que en el fondo sé que no me conviene». Me asusté mucho. Pensé en cómo sería educar un hijo a tu lado o hacerlo sola, en cómo sería emprender la vida contigo o compartir la custodia del niño. Todo eso pensé.
En unos segundos me imaginé todos los escenarios y en ninguno de ellos me vi feliz. Ni a tu lado, ni lejos de ti. Y en ese momento me acordé de otro día cuando, después de uno de nuestros enfados, viniste a verme al trabajo y me regalaste unas flores. Te miré sin saber bien qué decir, ni qué hacer. Y cuando ya te habías ido te lancé aquel mensaje: «Nada tiene sentido contigo, pero sin ti todavía menos». Y tú respondiste: «No dejas de sorprenderme, Candela. Qué profundo eso que dices». Y punto.
Has sido el rey poniéndole el punto a mis mensajes y yo la reina en sumarle un par de ellos hasta convertirlos en suspensivos.
En cuanto te fuiste de mi casa fui a comprar la píldora del día después. Fui yo sola, me la tomé yo sola y padecí el siroco hormonal que me acarreó yo sola. Y pensé en Carolina y en mí, y en la de mujeres inteligentes que hay enganchadas a relaciones tóxicas, a tipos tóxicos.
Encontré entre mis amigas y conocidas más casos. Como Paula, ¿te acuerdas de ella? Mi amiga del instituto con la que compartí tantos veranos en la playa. Pues me he enterado de que la ha dejado su marido con un bebé de un año y ella sigue colgada de la brocha esperándolo mientras saca adelante como puede al pequeño Jorge.
O el caso de Mar, que estuvo seis meses liada con Juan, su profesor del máster, hasta que lo descubrió Ignacio y entonces dejó al profesor para conservar su matrimonio, pero al final no consiguió arreglarlo porque seguía enamorada del otro. Y ahora quiere volver con Juan, que tampoco deja a su mujer, con la que tiene un niño de cinco años.
O el de Silvia, la abogada que sigue pillada por su compañero Antonio, el fiscal, con el que tuvo una relación idílica hasta que ella despertó del sueño porque él había desaparecido. Demasiado compromiso lo de irse a vivir juntos, le dijo él. Todos esos casos me vinieron a la cabeza sin esforzarme demasiado.
Y traté de encontrar algún hombre en esta situación. Hombres brillantes colgados de mujeres que no están a la altura, hombres que paralizan sus vidas, sus carreras, esperando a que ella venga a buscarlos. Hombres que renuncian a estar con otras mujeres porque no pueden sacar de su cabeza el recuerdo de la anterior. Y comprobé que no había ninguno. Y también me di cuenta de que hay que aprender de ellos. Y de que algo estamos haciendo mal. Yo la primera.
Aquella noche
estabas tan cerca que no te veía
tan lejos que ya no te volví a sentir así
Aquella noche
la última
Tú en clave de mi
Esclavos de dos
Enclave de sí
En fado,
perdí
Sola,
sin ti
Recaer sinfín
Y al fin rehacer
#microcuento