El día que borré tu número de la agenda. Ese día fue decisivo. Fue un gran paso para mí. Me sentí la Neil Armstrong de las emociones, dando un paso de gigante para mi propia recuperación. Busqué en la M y allí estabas tú tan tranquilo: MANUEL. Te faltaba aparecer silbando, como si nada.
Te seleccioné en el menú del móvil, tecleé «Opciones» y le di a «Suprimir contacto». Y así te fuiste. Dos años de relación borrados con un solo gesto. Fue tan liberador como doloroso. Se acabaron las noches mirando si estabas en línea. Adiós a comprobar —antes incluso de levantarme— cuál había sido tu última hora de conexión.
Dice mi amiga Jimena que su problema es que se enamora de hombres con un ego que no les cabe en el cuerpo. Su teoría es que empiezas con la admiración al susodicho y terminas perdonando todos sus defectos e hinchando su autoestima hasta que resulta imposible despegarse de él. Su conclusión, después de tantos años tropezando siempre con la misma piedra, es que hay que protegerse de ellos. Los ególatras son terriblemente peligrosos, me ha advertido mil veces. Necesitan presas a su alrededor de las que nutrirse. Personas buenas y entregadas que les recuerden constantemente lo maravillosos que son. Se acabó. Delete, Manuel.
Unos vienen y otros van. Hay un antes y un después en la vida, un punto de inflexión: el día que recibes el primer Whatsapp de tu madre. Tu madre, a la que enseñaste a programar el vídeo dejándole todo anotado en un folio, la que te mandó su primer SMS en blanco y el segundo todo en mayúsculas y sin separaciones entre las letras. Tu madre tiene ahora Internet en el móvil.
Y de repente te entra un mensaje que te dice: «Hola, hija». Y se tambalean los cimientos de tu existencia. Tu madre está «en línea». Y le respondes: «¡¡¡Momento histórico!!!». Y ves un «Escribiendo…». Y al minuto miras y sigue el «Escribiendo…». Y diez minutos después vuelves a mirar y al fin lees: «Aguanta, que va».
«Aguanta, que va» resume todo. Es la mejor forma de la que me han pedido que tenga paciencia. «Aguanta, que va» para decirte que ya está allí, que está llegando, que va a llegar. Mi madre es maravillosa. ¿Te lo había dicho alguna vez, Manuel? Pues lo es. Nadie se preocupa por mí de ese modo. Nadie sabe si me duele algo solo con responder al teléfono. Nadie va a ocupar su lugar. Nadie. Nunca. Y eso que durante un tiempo la aparté. Y no digo que tú fueras el culpable, pero sí fuiste la causa. Por ti la desplacé y empecé a interesarme menos por ella. Y ya no la llamaba tanto y no me preocupaba por sus cosas. Porque sus cosas no eran las tuyas y a mí solo me interesaba lo que te pasaba a ti.
En mi opinión las nuevas tecnologías son un asco para los asuntos del corazón. Ahora, cuando te deja tu novio lo hace en persona —si tiene la deferencia—, por teléfono, por Whatsapp, por Twitter, en Facebook. Y así hasta siete maneras diferentes de que te dejen. Vamos, hombre, es una tortura y una humillación pública. Eso no se puede tolerar.
Tú te limitaste a la vía convencional. Te lo agradezco. Aun así, creo firmemente que Whatsapp debería implosionar, desaparecer en lo más profundo de tu móvil, cuando terminas una relación.
¿Qué es eso de que lo hayamos dejado, Manuel, y tú estés conectado a las 00.38? ¿Qué es eso de que la última conexión la tuvieras a las 2.43? Que no es que esté pendiente de ti. Que no es eso. (Emoticono con los dientes apretados). Es que tú no lo estás de mí. Y eso sí que me duele.
Debería haber más estados en Whatsapp. Esos «En línea» y «Escribiendo…» se me quedan cortos. Muy cortos. Cortísimos. Y ahora no estaba pensando en ti, Manuel, no seas suspicaz.
Debería haber un estado que fuera «Te he leído y no me apetece una mierda responderte…». Lo podríamos resumir con un «Ignorándote…».
Otro que sería muy útil es el de «Estoy hablando con otras mujeres a estas horas y no eres tú…». Ese podría ser «Flirteando…». Mi amiga Berta optaría por algo más directo del tipo «Zorreando…», pero —por muy modernos que seamos— yo creo que hay que seguir guardando las formas.
¿Y qué me dices de un tercer estado que me alertara de cuando eres tú quien está fisgando para ver si estoy conectada? Algo así como un «No estoy cotilleando en tus cosas, era solo para ver si te funciona bien el Whatsapp, que hace días que no me dices nada y me voy a preocupar porque sé que tú eres de estar muy encima de las cosas, que tienes muchos detalles, Candela, y me extraña que últimamente no me busques y eso…». En ese caso aparecería: «Perrodelhortelano…».
No hay cosa más lamentable que disimular por Whatsapp. Mandarle una foto —oh, cielos— por equivocación para que te responda. Hay líneas que no se pueden traspasar. Me alegro de no haberlas cruzado contigo. Reconozco que a punto estuve una vez de mandarte una foto en la que yo salía muy mona, la verdad, solo para darte rabia. Pero esa actitud de «esto es lo que te estás perdiendo, chaval» no me gusta. Así que me contuve y ni siquiera la envié «por error».
Te recuerdo que tú sí que me enviaste una foto tuya. ¿Dónde era? Ah, sí, en Kuala Lumpur, entre las Torres Petronas. Que hay que tener un cuajo muy grande y una autoestima a prueba de los magnates malayos del lugar para enviarme a mí esa foto. Estuve a punto de responderte: «¡¡¿Y…?!!». Menos mal que opté por un respetuoso silencio, algo así como un «Aquí no ha pasado nada. Esa foto nunca ha existido».
Manuel, el Petrón. O mejor, Petronio, árbitro de la elegancia, que se quedó en eso, aunque tú siempre has pensado que estabas más arriba, como una especie de deidad. Pero no has sido emperador, Manuel, nunca fuiste Nerón, aunque es cierto que conseguiste incendiar Roma, al menos mi Roma.
Un monosílabo. Dos letras
Cincuenta por ciento de posibilidades
Y todavía te preguntas
¿y si hubiera dicho sí?
#microcuento